domingo, 18 de enero de 2015

Extrañas amistades con viejos problemas

Diario de Pontevedra 17/01/2015 - J.A. Xesteira
Estaban todos en París. Para la foto. Si la manifestación hubiera sido en Bruselas o Madrid, probablemente no estarían ni la mitad. París sigue teniendo ese atractivo peliculero-romántico-novelístico-musical que nunca existió, pero que sigue atrayendo como aquella promesa de la película más falsa y sobrevalorada de la historia (“Siempre nos quedará París”, de “Casablanca”). Seguramente por eso estaban todos en cabeza de la manifestación que no se sabía si era contra el terrorismo, a favor de la libertad de expresión o, simplemente porque los que mandan hicieron la oferta que nadie podía rechazar. El motivo fue la masacre de la revista “Charlie Hebdó”, una vieja revista de humor irreverente y tocapelotas, humor ofensivo, libre y agresivo, que la mayoría (por no decir todos menos los franceses) ni siquiera conocía hasta que publicaron los chistes del profeta hace años, y muchos de los estadistas que presidían la manifestación estarían indignados si hubieran leído lo que decía de ellos la revista brutalmente satírica. “Charlie Hebdó”, junto con “Harakiri” y “Le canard enchainé” estuvieron largo tiempo prohibidas en España y a veces conseguíamos algún número de estrangis, traído por un amigo que pasaba los Pirineos. Eran revistas impublicables en España y, en el desmadre de la Transición lo más parecido fue “El Papus”, una traslación del “Charlie”, que también tuvo su masacre, también en nombre de algún dios y una patria (los fascistas de la Triple A: Alianza Apostólica Anticomunista). Atentar contra un grupo de periodistas y dibujantes es fácil. 
Pero allí, en las calles del viejo París, estaban todos los dirigentes mundiales. Y todos se anunciaban que eran Charlie, una revista que muchos no conocían y otros abominaban de ella porque los ponía a parir. Tipos raros, incluso enemistados, se dejaron ver en la foto al lado de Merkel, Hollande y el resto. Los políticos, por figurar y aprovechar cualquier tanto, se van a la cama con quien sea. Y todos decían que eran Charlie. Rajoy era Charlie, Cameron era Charlie, Netanyahu, incluso el presidente de Malí, la nota de color, el representante de uno de los países más pobres y con más hambre (a pesar de sus recursos naturales que explotan EEUU y Francia) también era Charlie. Y, además, también todos eran judíos y policías, y lo que fuera menester (de paso podían decir que eran sirios o que también eran pobres). Extrañas amistades y un cierto tufo de hipocresía en el gesto de los grandes estadistas. 
Se invocó la libertad de expresión. Y eso en boca de muchos de los allí presentes, hasta resultaba ofensivo. ¿Aguantaría Netanyahu, por ejemplo, una caricatura de Yaveh o Moises con cualquier tema al estilo Charlie Hebdo? Seguramente, no. Al respecto podemos recordar la crisis que se vivió en el parlamento israelí cuando Yael Dayan, hija del héroe militar, se atrevió a decir ante los diputados que el rey David, el supuesto fundador del estado israelí –el que cantaba “Las Mañanitas”– era homosexual, como se dice claramente en el Antiguo Testamento. Por lo tanto, la libertad de expresión, mejor dejarla quieta, porque es frágil. 
Se invocó el terrorismo internacional como la gran amenaza mundial. El terrorismo musulmán de signo yihadista, para ser más concretos, aunque en este caso, la concreción es difusa. Ni siquiera los dirigentes mundiales tienen claro quienes son “sus buenos” y “sus malos” en el conflicto global. Pero, con la manifestación y la presencia de los líderes, se le dio al problema una dimensión plana y se evitó, de golpe un análisis más poliédrico del problema, que no es plano ni claro. En la masacre de la revista hay el hecho en sí: dos jóvenes musulmanes franceses, en nombre de su dios, asesinan a un grupo de periodistas indefensos; después matan a varios policías en un enfrentamiento armado, y más tarde mueren ellos más unos rehenes en el ataque policíal a los locales donde se habían atrincherado. Esos son los hechos objetivos. Los jóvenes estaban dispuestos a morir en nombre de su dios. Y ahí entramos en otra faceta: siempre hay un dios por medio cuando se trata de matar o de morir. El problema no es francés ni hay que situarlo en la órbita del terrorismo, sino en un contexto global que nadie quiere entrar a analizar. En un pasado más o menos reciente lo que llamamos Occidente revolvió, por su propio interés, las aguas del islamismo, que, bien o mal, subsistía con sus contradiciones religiosas. Los países del llamado mundo capitalista estuvieron muy interesados en que el islamismo se enfrentara entre ellos mismos, y se dedicaron a armar a las facciones que les eran más rentables. Y vino lo que vino: Afganistán, Irak, Yemen, Siria y un largo etcétera. Y vino una reacción imprevista del islamismo más radical, que trasladó el escenario de la guerra al corazón de Occidente (tren de Atocha, torres gemelas y pequeños atentados puntuales en Europa, el último, éste que ahora hablamos). Y el propio islamismo radical y armado se dedicó a reclutar a jóvenes en el corazón de Occidente; los buscó en los barrios pobres del capitalismo y los convenció de que había que combatirlos (el sistema de lavado de cerebro con la mezcla de dioses y armas es muy viejo, solo hay que buscar a gente en paro y cabreada). De alguna manera los tres musulmanes asesinos son, al mismo tiempo, víctimas de una situación; los hombres sin futuro de los barrios marginales de París y Marsella, o de Ceuta y Melilla son las víctimas propicias para ser convertidos en guerreros. No veremos a un musulmán de Marbella convertido a los yihadistas. Y todas estas cosas se saben, pero no se busca solución. Es más fácil dejar que de vez en cuando hagan un atentado pequeño, que se remata con una manifestación mundial, incluso con carteles en Hollywood, que buscar una solución a un problema global. Para los grandes estadistas es más fácil y más rentable salir en manifestación por París y anunciar medidas restrictivas, con cierre de fronteras y controles de sospechosos (todos los musulmanes). Y decir todos que son Charlie, cuando Charlie nunca sería ninguno de ellos.

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