sábado, 9 de junio de 2012

Pan o toros


Diario de Pontevedra. 09/06/2012 - J.A. Xesteira
Un municipio de Cáceres acaba de decidir en un referéndum que los 15.000 euros que estaba presupuestado para festejos se gaste en corridas de toros. La alternativa era dedicarlos a crear puestos de trabajo (no muchos, dado el presupuesto, ni por mucho tiempo). Los vecinos de Guijo de Galisteo y las pedanías de Valrío y El Batán decidieron que, mejor, toros que empleo. Probablemente tengan razón por haber tomado la decisión de la fiesta; y probablemente también la tendrían de haber ganado la otra alternativa, que en eso de los referéndum ya se sabe que el pueblo acierta o se equivoca por su propio pie. Tampoco van a ser grandes carteles taurinos los que se paguen con 15.000 euros, y, además, darán empleo a unos cuantos eventuales. El referéndum suena un poco a surrealismo popular, a una especie de “–Betanceiros, qué queredes?”; “–Que suba o pan e baixe a caña”, y que Camilo José Cela, en “Del Miño al Bidasoa”, contaba que el político que hacía la pregunta contestaba: “–Cando chegue a Madrid falarei diso con premura”, “–Pois que viva Premura!”. La alternativa del momento está ahí desde siempre, pan y toros, aunque en esta ocasión hay que elegir. Si los cacereños votantes fuesen suizos o teutones, probablemente darían su voto a la productividad y el capital, pero los de Cáceres, que tienen más afinidades con África que con Europa, prefieren la juerga a la solidez económica, seguramente porque saben que vivimos tres días y dos están nublados. También hay que tener en cuenta el clima, no es lo mismo el verano de Cáceres que el de Fanckfurt, por poner un ejemplo, y seguramente por eso, los alemanes, en cuanto dejan de producir se vienen al Sur, a vivir esos tres días que no pueden disfrutar en sus productivas ciudades. Los cacereños han tomado una decisión, acertada o no, que eso nunca se sabe, que es un común denominador del resto de los españoles: estamos mal, lo dicen las televisiones, los políticos desde la televisiones, las cifras en la pantalla de la televisión y en las páginas de los periódicos, se comenta por todas partes, porque una vez instalada la opinión, nadie se atreve a llevarle la contraria y se acepta el “es lo que hay”, “con la que está cayendo” y “la cosa está jodida por la crisis”. Así, sin más. Pero, llegado el momento, nos vamos de juerga y furancho y disfrutamos de los tres días de vida en un alarde de inconsciencia existencial propia de las culturas educadas en creencias extravagantes, fanatismos disfrazados de ideologías y religiosidades dudosas. ¿Se imaginan que hagan un referéndum andaluz para, ya no digo suprimir si no sólo recortar la fiesta del Rocío (a fin de cuentas, la adoración multitudinaria de una figura del tamaño de una muñeca) por causa de la crisis? ¿O que en la fiesta del Carmen se sustituye la París de Noia por el gaiteiro de la esquina para dedicar el presupuesto a obras públicas? Podrá parecer un despropósito desde un análisis frío y analítico, pero la realidad es fácil de imaginar. En sentido contrario viene el presidente de Mercadona, que acaba de decir que los españoles tenemos que cambiar porque, si no, “nos van a intervenir”. La frase entrecomillada es uno de los nuevos conceptos que se ha instalado entre nosotros sin saber bien de que se trata. Ya nos han “recortado”, nos han “flexibilizado” y “regulado” el empleo, y nos hicieron unas cuantas tropelías más que no sabemos bien en que consisten, pero si sabemos el resultado final. Así que el señor Roig, que preside Mercadona, nos anuncia que nos van a intervenir si no cambiamos nuestro tren de vida y nos dedicamos a “trabajar más todos” (textual el entrecomillado). Como en el referéndum de Cáceres, el señor Roig tiene razón. Vale, tenemos que trabajar todos y producir más, en lugar de andar de juerga en juerga como parece que andamos. El problema es que muchos presidentes de empresas como el señor Roig prefieren un ERE en la mano que cien puestos de trabajo volando; y el problema es que podemos aumentar la productividad, pero no sabemos de qué. ¡Que más quisieran los millones de parados que trabajar más y producir mejor! El señor Roig, del ramo de los ultramarinos a gran escala, echa la culpa a todos, empresarios, políticos, sindicatos..., a todos los españoles. Y ahí si que no. Necesito que me explique si el mecánico, el electricista, el doctor en Químicas, el empleado de banco, el eventual del servicio de limpiezas, la asistenta doméstica, el jubilado, el periodista, el repartidor de pizzas, el abogado, el chapista, el maestro, el fresador-matricero y tantos otros tienen algo que ver en el devenir de la Gran Estafa. Sería necesario que dijera si todos los trabajadores de este país son culpables de “la que está cayendo”. Sería útil, además que explicara (el señor Roig, que parece saber mucho de productividad y hace unos días pidió que trabajásemos como chinos) qué hicimos mal los españoles vulgares para padecer la condena de esta situación. El tendero de la esquina y el fontanero de guardia no inventaron los activos tóxicos ni las preferentes, pero tendrán que pagarlas de su bolsillo. El quiosquero no pertenece a ningún consejo de administración de cajas de ahorros. Así que el señor Roig tiene razón, pero menos. Tenemos que cambiar, pero no todos los españoles, al menos, los españoles que no tenemos posibilidad de alterar las cosas ni de participar en las decisiones reales, aunque se nos venda el burro ciego de que en democracia el pueblo elige a sus representantes. La Gran Estafa se solucionará como todas las crisis, por su propio pie y el paso del tiempo. Sería más fácil si Europa (sea eso lo que sea) decidiera controlar a los auténticos estafadores de la situación, empezando por las agencias de calificación, que manipulan datos a mayor gloria de sus propios intereses. Y a continuación tomar el control de la especulación mundial, suprimir privilegios, controlar el gasto en personas publicas y, después, hablamos. Mientras tanto, y ya que estamos apañados, por lo menos que nos dejen la posibilidad de hundirnos a ritmo de pasodoble torero.

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