jueves, 11 de agosto de 2011

No es lo que hay


Diario de Pontevedra. 10/08/2011 - J. A. Xesteira
Con insistencia y con resignación lo escucho por todas partes, cuando alguien comenta lo mal que anda todo, en general y en particular, la crisis y ese estado de cosas que todo lo cubre como una niebla pegadiza. Cuando se habla del paro laboral, especialmente del paro juvenil y de los adultos que ya no obtendrán nunca un empleo; cuando se habla de lo injusto que resulta que las empresas despidan trabajadores mientras determinados altos cargos aumenten sus salarios hasta extremos inmorales; cuando los bancos publican sus resultados financieros del semestre y dicen que “perdieron” un algo por ciento de lo que pensaban ganar, pero que, en el resultado final, se levantaron una pasta cifrada en miles de millones, algo que no somos capaces de imaginar ni física ni cuantitativamente; y eso, mientras se habla de lo mal que lo están pasando –en general– y de la necesidad de solicitar ayudas europeas, mientras los directivos de los bancos se suben sus salarios en total impunidad. Cuando se habla de la situación de una universidad en crisis permanente, pero en esta ocasión ayudada por la habitual estupidez endogámica y el sinsentido de producir licenciados preparados, en los que se hizo una fuerte inversión, para después abandonarlos a una rutina inútil, en la que el I+D+i no es más que un cuento chino sin fondos de inversión ni más sustancia que un programa político en campaña. Cuando se comenta cualquier tema en los que salen a relucir la política, la ética, el despilfarro, la precariedad en los empleos (al nivel de alquileres por horas) o la inmoralidad instalada en todos los niveles de la sociedad, siempre sale una frase que parece estar de moda: “Es lo que hay” “¡Es lo que hay!” Como si al decirla aceptáramos sumisos un destino ya escrito que no se puede torcer; decimos “Es lo que hay” y aceptamos una situación que no sólo no merecemos, sino que no somos culpables de que se hubiera creado; si acaso, cómplices por omisión, por falta de energía, por adaptarnos a la cómoda situación de las vacas gordas, que nos pedían a cambio un voto y una sumisión ciega a los designios del Capitalismo. “Es lo que hay” es como un fado lamentable y entreguista, lacrimoso y derrotado. Con esa frase nos dejamos ir y esperamos que las cosas cambien solas. A lo mejor, con las próximas elecciones mejoran, si cambian el Gobierno del PSOE por el Gobierno del PP (o si no lo cambian, según los gustos de cada uno); a lo mejor, con un acuerdo mundial, que las grandes potencias acuerden y acepten para arreglar el mundo; a lo mejor, con un poco de sentido común por parte de los grandes especuladores, los bancos, los detentadores de las riquezas del mundo, que son los que organizan este estado de cosas, simplemente para su bien, porque el fin único del Capitalismo (que, no olvidemos, es, eso si, lo que hay en este momento gobernando el mundo) es enriquecerse cada vez más, y si se consiente que vivamos un poco mejor, es porque eso conviene en ese momento al resultado final. También podemos esperar cosas inesperadas, que unos pueden llamarle milagros y otros pueden llamarle un golpe de suerte o giro de la fortuna. Pero, en cualquier caso, lo que hay es un estado civil catatónico, resignado e inmóvil a la espera de que algo pase. Y lo que pasa ya está pasando. A los primeros intentos de indignados de mayo, aquellos “quince-emes” de Madrid, una mezcla de buenas intenciones y ganas de hacer cosas, mezclado todo con aires de conciertos veraniegos, se sumaron otras maneras de ver las cosas. Los políticos acogieron esas manifestaciones con agrado pero con la mosca detrás de la oreja. Suponían que las cosas transcurrirían dentro del pacifismo, los actos de violencia siempre eran achacados a unos cuantos chiflados que siempre hay por medio. Vivimos en democracia, y en democracia, las cosas se piden en las urnas. Craso error; desde que el ser humano se constituyó en animal urbano, las cosas se exigen en la calle, y las cosas de la calle acaban siempre en guerra, porque siempre hay un enemigo vestido de policía con escudo y casco. Lo demás son juegos florales. Habrá más violencia, y el contagio árabe ya es una escalada imparable que globaliza el estado de las cosas. Aquellos inicios (no olvidemos que Madrid fue la pionera mundial en manifestar la indignación) llegaron la semana pasada a dos alturas insospechadas: en Israel, el único país del mundo instalado por orden de Dios, miles (muchos miles) de ciudadanos salieron a la calle para indignarse contra su estado de cosas (y a lo mejor contra su Dios); todo Tel Aviv dejó de resignarse y aplicar versículos bíblicos y salió a la calle para decir que no es así como quieren vivir. Y lo hacen en un país sometido a una guerra muy particular, no sólo por territorios para ocupar, sino en medio de un enfrentamiento religioso y social de extremo peligro. En otro punto, Londres, bastó la muerte de un muchacho a manos de la policía para que todo estallara por los aires. Visto en la televisión parecía una visión del pasado, sólo faltaba la música de los Clash y su “London’s burning” o “Guns in Brixton” para que todo fuera redondo. Los londinenses saltaron el protocolo de las manifestaciones, seguramente porque su cabreo es mayor y sus esperanzas más reducidas, y, efectivamente, Londres ardió, los comercios fueron saqueados y al primer ministro le chafaron sus vacaciones en la Toscana. Esto no acaba aquí. Se están dando cuenta de que esto no es lo que hay, que si queremos cambiarlo todo, lo que hay es que ponerse a ello, y no vale esperar por elecciones ni a que arreglen esa especie de galimatías de las primas de riesgo, las agencias de calificación y el diferencial de deuda, que son palabras mágicas que no entendemos. Lo que hay son dos alternativas, bien definidas por Hamlet: o nos enfrentamos a un mar de calamidades, o padecemos en silencio los dardos de la insultante fortuna. Hay que elegir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario