jueves, 14 de abril de 2011

Estamos mal educados

Diario de Pontevedra. 13/04/2011 - J.A. Xesteira
dicen que Bruselas (Bélgica, en general) es un bonito país, con plazas que parecen de cuento y estilo de película antigua. Pero también dicen que no es lugar para vivir, con escaso sol, clima desapacible y con días que duran sólo hasta la hora del café. Es un país raro, sin gobierno desde hace mucho tiempo, porque no se ponen de acuerdo si quieren hablar holandés o francés, gobernados por un rey que no es capaz de gobernar ni a sus propios hijos y con una población que suele aparecer en la crónica de sucesos (apartado pederastas). Seguramente serán exageraciones del escribidor, pero un país gobernado por Balduino y Fabiola no garantiza precisamente una alegría eufórica. Balduino es el único rey del que se tiene noticia que dimitió durante un día para no sancionar una ley del aborto; su padre fue colaborador de Hitler y su tío-abuelo tenía una finca que se llamaba Congo Belga, en la que perpetró genocidios a su manera. Con estos elementos (climatológicos, sociales y monárquicos) no se puede hacer un país que vaya más allá de las postales. Por eso, los eurodiputados, escapan de allí cada vez que acaban su trabajo semanal en la empresa para la que fueron contratados, la Comunidad Europea, y donde, supuestamente nos hacen la vida más llevadera al resto de los ciudadanos comunitarios. Los eurodiputados españoles son trabajadores a tiempo parcial: llegan allí el lunes y se vienen el viernes, como si fueran alumnos de universidad. Se traen la ropa para lavar y mudar, y se llevan los “tapers” con comida consustancial a su origen. El trabajo que hacen allí es variado, y puede ir desde el escaqueo total hasta la intensidad de los informes a debate. Pero ellos, los largos fines de semana se van al aeropuerto y suben al avión que los devuelve al sol, a las cañas con los amiguetes y a la marcha nocturna. Nada que objetar, son emigrantes privilegiados, bien pagados, que no tienen sentimiento de trabajar en otro país, sino de ir a hacer unas horas a Bruselas, como el que va de representante de sujetadores o de farmacia por las provincias. Pero resulta que de repente alguien, con un poco de vergüenza torera, propone que los padres de la patria en el extranjero viajen como todo el mundo, en clase turista, que sale más barato, y así, al tiempo que se ahorra, se da ejemplo de austeridad en los malos tiempos. Y ahí se arma un tiberio importante: los padres de la patria quieren viajar como los ricos, estirar las piernas y entrar los primeros. El billete lo pagamos entre todos y entre todos los hemos elegido para que vayan a Bruselas. Seguramente usted (como yo) no se acuerda de a quien concedió el voto en las elecciones europeas, y tampoco recordará quienes fueron los agraciados por la provincia o por Galicia con el privilegio de sentarse en Bruselas y en la clase bussiness de los aviones del fin de semana, pero, a estas alturas ya nos están empezando a parecer unos personajes poco recomendables y, a lo peor, en las próximas elecciones europeas nos lo pensaremos dos veces antes de votar por los señoritos diputados. Es una cuestión de principios. Si todos somos iguales, todos debemos viajar con la misma incomodidad. A lo peor sucede lo contrario, que nos parezcan los europarlamentarios unos tíos/as formidables. En el país que padecemos y amamos, la opinión popular, que siempre es una opinión mal educada, admira a los listos, aplaude a los tipos que hacen ostentación de sus logros y conquistas, y lo demuestra muchas veces en las elecciones a cualquier cosa. El hecho de que los parlamentarios de Europa quieran viajar como directores de bancos, nos deja, cuando menos, indiferentes. Lo mismo que cuando vemos las listas de los partidos políticos llenas de personajes más que sospechosos de falta de honradez, cuando no con el tufo evidente de ser corruptos no oficiales. Dicen que en las listas de la próximas elecciones, las del 22-M, hay un centenar de imputados en procesos de corrupciones variadas. Pero la ciudadanía lo acepta indiferente, considera que son maniobras del partido de enfrente y, desgraciadamente, acabará por elegirlos. La realidad es que todos los imputados lo son por los jueces y la policía, que son gente que no está para elecciones municipales, sino para buscar delitos y castigar a los delincuentes. Es decir, que no es una cuestión de discusiones majaderas sobre políticas baratas sino de asuntos más serios, de moral y ética, de valores ciudadanos casi siempre olvidados y que ya no se esfuerzan por transmitirle a las nuevas generaciones, más educadas en la creencia de que hay que competir y ser ganador, aunque haya que aplastar la cabeza del prójimo. En el fondo no nos importa que en las listas electorales vayan tipos indecentes. Están bien vistos los triunfadores, los descarados, insolentes, cínicos, enriquecidos, poderosos, despreciativos..., los ganadores, en suma. Los que viajan en primera clase. No están de moda los honrados, los que viajan en turista. La Economía, el Dinero, ha relegado a un segundo término a la Política, que pasó a ser un apéndice debilitado y poco importante del Poder, detentado por el Capitalismo, que es la teoría triunfante sin la mínima oposición. Lo aceptamos todo con gran indiferencia, y hemos transmitido esa indiferencia a los jóvenes, que aceptan la situación actual como una jugada del destino. Busco alguna señal por algún lado que me devuelva a la creencia de que no todo está perdido. Y sólo me encuentro con las voces de dos ancianos, José Luis Sampedro (una vez más) y el francés Stèphane Hassel, que acaban de escribir dos libritos para cabrearse contra este estado de cosas, con la indignación que sólo gente con alma de joven airado puede tener. Y no me resisto a terminar este escrito sin poner sus palabras: “Convierten todo en mercancía hasta el punto de aceptar la corrupción, es decir, la compraventa de seres humanos como algo natural que se avala en las urnas. Educados en este ambiente y con la finalidad de ser competitivos, productivos e innovadores, es decir, de tratarnos unos a otros a empujones, es difícil mantener la dignidad si no es mediante la autoreeducación”.

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