viernes, 8 de junio de 2018

Panorama desde el puente

J.A.Xesteira
La perspectiva desde lo alto es la que permite ver el conjunto total, pero ralentiza los movimientos (por eso los dioses están en los cielos o en los montes) El panorama después de la gota fría política es, como no podía ser menos, incierto; una jugada imprevista, una confianza excesiva del Gobierno, un apoyo de fuerzas diversas a los atacantes, para ver que pasa, y un resultado que pilla a contrapié y en tiempo récord a los grandes expertos de Occidente, duchos en adivinar y vaticinar lo que nunca pasó. A partir de ese momento la confusión parece reinar en las grandes opiniones periodísticas, y cada cual atiende a su juego, pero las reglas de ese juego podrían variar y por eso todo se mueve en pura especulación, mientras las grandes voces sentenciadoras ya adivinan lo que va a pasar. La norma general es que, por un lado, una parte de expertos trata de minusvalorar al ganador, adivinándole problemas con sus apoyos y ninguneándole sus méritos, y por otra parte, otro grupo de expertos hace leña del Mariano caído y se apresura a enterrar (precipitadamente, supongo) a un PP con trasvase a Ciudadanos. La experiencia al respecto nos dice que los grandes expertos, que no adivinaron que el Gobierno caería por una moción de censura en la que nadie creía, pueden (y deben ) equivocarse con lo que puede pasar. Mejor esperar a que pase para acertar a toro pasado.
Desde el puente se ve mejor el panorama y eso permite no tirarse a adivinar y cagar la sentencia como tiradores de cartas de televisión (eso si, con habilidad y firma reconocidas en los grandes Medios). El panorama, en general es frío, impropio de estos meses en los que deberíamos estar en la playa, relajando la tensión política, y, sin embargo, estamos con anorak, resguardándonos de la que cae, tanto por la derecha como por la izquierda. El partido antes llamado Gobierno está, a lo que se ve, recomponiéndose en un box de urgencias, como es lógico. Pensemos que tanto el Gobierno como todos los ciudadanos estábamos instalados en una inercia rutinaria, salpicada de circunstancias anormales que se volvieron “normales”. Durante siete años (dos legislaturas) el aparato dominante se fue nutriendo de personas y personajes que controlaron todo, desde la cúpula gubernamental hasta los más recónditos rincones del Poder. Y, de pronto, sin que los mismos protagonistas se dieran cuenta, cambia el Gobierno entero y la pirámide se viene abajo. Ya han comenzado –supongo– las deserciones y las llamadas a la lucha (la parte más ultra del partido y la fundación Franco tocan corneta) mientras se disparan unos a otros (Margallo no se “ajunta” con Soraya; Aznar posa de superhéroe salvador, mientras Rajoy le dice que se vaya a salvar a otra parte, y desde Galicia se ofrece recambio presidencial en buen estado); es lo lógico en las horas malas.
 El partido ganador no lo tiene fácil, porque en estos casos se pasa del “¡Oeeé, oeeé oé, oé!” al “¿Qué hay de lo mío?”. El actual presidente de España, el muerto que gozaba de buena salud, mientras construye un Gobierno con sus ministras, ministros y sus nuevos ministerios, tendrá que atender, primero a sus partidarios (de su partido, quiero decir, que entre ellos había muchos que no eran sus partidarios), también tiene que negociar con los votos prestados, y, además, devolver ilusiones para unas elecciones que están cerca. El panorama desde el puente se ve interesante, y mucho más en cuanto desaparezcan las nieblas tempraneras.
  Los primeros pasos dados apuntan a cambios importantes. Sin entrar en especulaciones ni adivinaciones expertas, la actitud, aquello que en Zapatero se llamó “el talante”, es novedosa: fuera cristos y biblias. Aunque parezca poca cosa y moleste a muchos, no es un gesto gratuito, hay que saber donde se está y no apuntarse a una izquierda-que-puedan-votar-las-derechas, porque se corre el riesgo de que no te voten ni los tuyos. Hay una teoría amistosa de taberna que afirma que la izquierda comenzó a perder sus votos cuando empezó a ir en las procesiones, detras del cura y y el santo. O se es o no se es, pero no se puede ser indefinido; en política no hay comodines, hay palos, triunfos y malas cartas.
Pedro Sánchez (conocido como presidente Sánchez) presentó su selección nacional, con más mujeres que hombres y con personajes ajenos a la política rancia y rutinaria, muchas caras conocidas de otros sitios, lo cual ni es bueno ni es malo, simplemente es distinto. Sus méritos, sobre el currículo, están demostrados (salvo excepciones) y sus edades medias están de acuerdo con los tiempos. Pero una cosa es cambiar el personal y otra cosa es cambiar la empresa. Los retos están ahí, apuntados por los expertos: reformas educativa y sanitaria (base de toda democracia), reforma laboral que desreforme la reforma vigente; reforma del sistema judicial; reconstrucción del sistema financiero de las pensiones (abrir nuevas vías de financiación desde otros sectores gubernamentales); acometer en serio una política medioambiental; restaurar la Cultura perdida, única actividad que va a persistir cuando todo pase; restaurar los perdidos derechos de libertad de expresión e ideas; darle una patada en el culo a la Ley Mordaza…En fin, cuatro cositas de sentido común y justo que cualquiera tendría que afrontar.
Otra cosa es como lo hagan y como sean capaces de hacerlo. Quizás muchos izquierdistas de la vieja escuela piensen (y no seré yo quien les lleve la contraria) que, una vez que empiezas con cristos y biblias, continúes por ese camino, se reconsidere ese pacto con la Iglesia Católica (la multinacional con más privilegios económicos en este país) se recupere la ocasión perdida con Zapatero y se vuelva a buscar un electorado que perdieron en aquel proceso de “modernización” de aquella izquierda que acabó manipulada por los grandes trust. Quizás recuerden que el partido ahora en el poder fue fundado por un ferrolano pobre, hecho a sí mismo, marxista, laico y obrero anticapitalista. No se les pide tanto, pero si un detalle. Pase lo que pase, lo que si está garantizado es que no nos vamos a aburrir.

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