sábado, 28 de noviembre de 2015

Hazañas bélicas

J.A.Xesteira
Hagamos un breve ejercicio de nostalgia histórica; más que nada, por cultura general. Después de la segunda guerra mundial, las guerras las aprendíamos en la gloriosa pantalla de cine y en los tebeos (ahora llamados cómic y en aquel entonces, para nosostros, chistes) de Hazañas Bélicas. Para el pueblo español, que había dejado atrás una guerra de la que nunca se hablaba, la guerra era John Wayne o Errol Flynn matando enemigos heroicamente en Francia o en Guadalcanal; eran películas tópicas que sabiamos como funcionaban: los americanos morían de uno en uno, besando las barras y estrellas, y los japoneses morían de cien en cien, al montón y sin personalizar. Las guerras las hacían los soldados y las mandaban unos generales muy buenos, que dibujaban en un mapa. Después llegó Vietnam y Coppola, y la cosa cambió. Las guerras las hacían unos sinvergüenzas del Pentágono, y en ellas morían destrozados unos chavales en una selva, con música de los Doors o los Credence; los enemigos eran del Vietcong y tenían cara. Había otras guerras que montaban los servicios secretos de Kissinger, el único genocida nunca juzgado, que mataban en silencio a los civiles de Suramérica. Y después vinieron más guerras, cada vez había menos soldados y más políticos hablando en las televisiones. Si la guerra civil española son fotos de Capa y su miliciano, la segunda guerra fueron fotos de Capa y documentales en blanco y negro; Vietnam fue la primera guerra televisada. Las siguientes guerras fueron un lío. Y llegamos al siglo de las fotos en directo, vemos los ataques y los muertos desde el teléfono móvil de cualquiera. Paradojicamente, las guerras de ahora no tienen soldados, sólo “asesores”. Con la misma paradoja, nos enteramos menos de lo que está pasando que cuando los corresponsales mandaban palomas mensajeras. La guerra, de la que ya no se hacen películas (pero sí complicadas series de televisión) es un tema político, del que sólo hablan políticos y que manejan los políticos en innumerables reuniones y cumbres mundiales. Conocemos los efectos, los muertos y los fugitivos, pero la guerra ya no tiene a un John Wayne resistiendo heróicamente en una colina. Solo señores con corbata que nos dicen quienes son los malos y que ellos los van a derrotar. Es un viejo tema, que hemos oído infinidad de veces. El resultado final, según la experiencia, es que los únicos derrotados son los muertos, civiles e inciviles, y los únicos que salen ganando son los políticos que hablan en la televisión y se ponen trascendentes cuando los muertos son cercanos, como los de París, y movilizan al mundo porque hay un terrorista perdido entre Francia y Bélgica.
Después de los atentados, Hollande, que iba de capa caída politicamente, sacó pecho, entonó la Marsellesa y gritó “aux armes, citoyens”. Y al momento se puso a reunirse con tododiós: con Putin, con Merkel, con Cameron, con el jefe de la UE, con Mateo Rienzi, con Rajoy (ay, no, con Rajoy, no), con el presidente chino… Y a todos les cuenta que hay que acabar con el terrorismo. Y todos le dicen que sí, que un día de estos quedan para tomar unas copas, y después se van y hacen lo que les da la gana. Putin dice que a El Assad no se le toca, y se cabrea porque los turcos le derriban un avión; Obama dice que hay que combatir juntos al ISIS, pero a los americanos les cae muy lejos la historia (como siempre); Cameron aprovecha la jugada para salir del bajón político; Merkel se ofrece para mandar tropas a Mali, que es menos follón que Siria. Y el que más y el que menos aprovecha la maldad de los yihadistas para aumentar el presupuesto de defensa; Cameron apunta un  gasto del 30 por ciento por encima de lo presupuestos; en España se piden millones para comprar drones, que nos hacen una falta como el turrón en Navidad; el resto de los países abre la tienda y hace negocio. Los yihadistas son malos, pero buenos clientes, tienen fusiles AK-47, los famosos kalashnikov, que fabrica su enemigo Putin, y fusiles M-16, que fabrica su enemigo Obama, y los de El Assad tienen aviones MIG, también de Putin. Es decir, que unos y otros hacen negocio. Porque de eso se trata, de vender las herramientas necesarias para que la guerra continúe y el dinero corra. Nadie sabe por donde circula ese dinero, pero los países de los emiratos y Arabia Saudí, tiranías medievales sostenidas por las llamadas democracias occidentales, tienen  algo que ver con las subvenciones a los grupos revoltosos. Y mientras rusos, franceses y americanos bombardean con sus aviones unos objetivos indefinidos, los yihadistas bombardean con jóvenes parados que iban al instituto en Francia o España (el papa acaba de decir que el terrorismo lo genera la pobreza, y si él lo dice, palabra de Dios, o de Alá, o de Yaveh, según)
Porque la guerra tiene ese lado bueno. El malo es el de los muertos, inevitables, porque están allí en lugar de estar en otro lado. Pero los políticos, que están en ese otro lado, salen reforzados, porque organizan funerales en colorines, cantan himnos y la patria emociona a la masa espesa, que deja caer una lagrima mientras suena “La vie en rose” cantada por Celine Dion. Cursi, si, pero patriótica. No hay más que ver a los líderes, serios, con la mano en el pecho. Por un lado unen a los ciudadanos contra el enemigo (no hay nada que una tanto como un enemigo) y por otro lado, levantan el país al reforzar la industria del armamento, también llamada de Defensa.
En España, como estamos en campaña electoral, todos los líderes que tendremos que votar dentro de unos días, cogen la guerra con papel de fumar. Nadie se compromete a nada, amagan un poco, prefieren salir en programas de televisión con Bertín Osborne o con Pablo Motos, en plan “somos de un cool que te cagas” O hablar de fútbol, como Rajoy, que sabe que las armas las carga el diablo y sabe como acaban las películas de Hazañas Bélicas. Se lo contó Aznar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario