domingo, 4 de agosto de 2013

Decadencia


Diario de Pon tevedra. 03/08/2013 - J.A. Xesteira
Las señales son claras. Estamos en decadencia, metidos en un baile que nos lleva hacia atrás y nos apea de nuestra vanidosa creencia de ser los reyes del mambo tocando canciones de triunfo. Parece como si el mundo en general, y España en particular, hubieran llegado en su carrera hasta la pared del fondo y viniéramos de vuelta. Decaemos como Imperios Romanos, poco a poco, sin prisas, sin descanso, con sensibles señales de que ya no va a ser como pensábamos que sería el futuro, lleno de robots que nos hacen la vida feliz. Ni la vida es feliz ni los robots son lo que eran. La civilización occidental, sea eso lo que sea, parece haber agotado sus posibilidades de resolver los problemas y de darnos el bienestar que merecemos y que tanto dinero nos cuesta. En lugar de eso los bárbaros nos han invadido sutilmente, sin caballos galopantes, se han quedado con el dinero con el que compramos el billete de la felicidad, y con todo lo demás, y una vez que consigan que nuestro imperio se derrumbe se irán con todo lo robado a montar otro en otra parte, para volver a empezar. Las pruebas de que todo se hunde y nos vamos hacia el pasado más cutre están a la vista, cada día en los medios informativos. El soberbio imperio americano va de capa caída, por más que su economía sea todo lo boyante que marcan las estadísticas y avalan las empresas auditoras de calificación de riesgos (de hecho, las estadísticas se han equivocado siempre –después explican por qué, la culpa nunca es de los que las fabrican– y las auditoras mienten a sabiendas –ese es su negocio–) La bancarrota de Detroit, una noticia que lleva dando tumbos estos días pasado, es clara: la ciudad más industrial de los USA es hoy una ciudad fantasma, como las de las películas de vaqueros después de la fiebre del oro. La riqueza productora del mundo del motor duró menos de cincuenta años, y hoy es una ruina que debe miles de millones de dólares que no puede pagar. De aquella potencia grandiosa y soberbia de la ciudad del motor sólo queda la música, que sigue rindiendo beneficios desde los años 60 y que, una vez más, demuestra que sólo la cultura permanece y es rentable a largo plazo. La industria es un toma-el-dinero-y-corre instantáneo. Otra señal internacional inequívoca es la de Rusia, el polo opuesto que protagonizó la electrólisis de la guerra fría para sustento de las novelas y películas de espías. Rusia pasó de ser la URSS, con un comunismo a su medida sustituyendo a la religión (opio del pueblo) y un régimen totalitario militar, a ser una nación con la religión ortodoxa triunfando sobre el partido (del pueblo) y un régimen totalitario mafioso. El gran imperio que era, convertido después en república socialista soviética, vuelve a sus orígenes; los patriarcas mandan sobre las almas y Putin sobre los cuerpos. Y la guerra fría está al caer: el servicio secreto ruso vuelve a las máquinas de escribir porque son más seguras que los ordenadores y el internet. Lógico. Es un regreso al sentido común; no hay mejor mensaje que el microfilm y los papeles escritos a máquina en caracteres cirílicos, sin posibilidad de aparecer en el muro de Facebook de un chaval de instituto o en los papeles secretos de Wikileaks. Vuelven los espías del frío y nuestros hombres en La Habana. Vamos al futuro y nos encontramos con el pasado. La danza hacia el pasado en España es la revisión de un clásico. Hasta ayer por la mañana éramos el asombro de Occidente, nos codeábamos con los “Geveintes” y aparecíamos en el número once del ránking de los países ricos. Y topamos con la pared y ya estamos de vuelta. Duró poco el espejismo. Ahora, las señales son claras, y la danza nos lleva hacia atrás. No es sólo que nos digan que estamos en crisis y que las estadísticas nos nieguen la sal que nos daban hace muy poco. “Ellos” se equivocaron y “nosotros” pagamos a escote sus equivocaciones. Las señales son claras; no hay más que ver un telediario nacional para entender que el estilo se acerca más al parte radiofónico de los años cincuenta; el Gobierno estudia rescatar del pasado los dos rombos para las películas de televisión, lo cual sería bueno si, en el lote, volvieran aquellas películas de televisión que tenían dos rombos, cine clásico y Alfonso Sánchez como comentarista; significaría que regresarían a los horarios decentes la música, el jazz, los conciertos y el rock, en lugar de trasladar a las dos de la madrugada los programas musicales más interesantes, junto con adivinadores y contactos sexuales. La televisión está de vuelta, pero sólo rescatan lo casposo, no los grandes géneros televisivos, las entrevistas en profundidad, los debates serenos de La Clave. Sólo pretenden salvar nuestra alma del pecado. En nuestro viaje de regreso al otro lado del río, hemos dejado de ser tierra de promisión en un abrir y cerrar de ojos; los inmigrantes que llegaron hace unos años para trabajar y vivir aquí se vuelven a sus países y se llevan de acompañantes a nuestros jóvenes mejor preparados, como emigrantes a sus países emergentes. Nuestros técnicos, médicos e ingenieros, nuestra investigación, se va a Alemania con sueldos pataconeros. Y lo que ya es un síntoma inequívoco; nuestro deporte se hunde en las semifinales, y nuestros futbolistas, que eran la envidia de la civilización se van detrás de los investigadores, a rellenar las grandes ligas. No vale que los dos grandes equipos contraten a un par de estrellas exóticas (su rentabilidad económica está por ver) si la gran masa nacional es presa apetecible de la Premier y similares. Y esa si que es una señal de retroceso. Ya no podemos sostener a nuestros futbolistas. Espero ver en este viaje dentro de poco a los políticos convertidos en procuradores en cortes con uniforme del Movimiento. En blanco y negro. Nuestros hijos serán como nuestros padres y nuestros nietos, como nuestros abuelos. Hacia atrás.

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