sábado, 3 de octubre de 2015

Cuestión de sentimientos

J.A.Xesteira
Después de las elecciones catalanas todos deben estar haciendo sus análisis. Cada cual a lo suyo, que no somos quienes de darles lecciones sobre como llevar sus negocios. Después de la consulta disfrazada de plebiscito, comienza otra etapa, los independentistas deben estar eufóricos, pero, como el esclavo que le susurraba el César que era mortal, también deben echar la vista a las experiencias variadas, Quebec, Escocia, la Bélgica Valona, para entender que ser secesionistas o independientes no es tan fácil. El resto de los partidos harían bien en buscar algún experto que les diga desde fuera como va la cosa, sin pelotillas pagadas, para circular por sus caminos. Y, para lo que se trata de verdad, de formar un gobierno en Cataluña, habrá que esperar a ver que pasa con la masa coral ganadora, con tenores de derechas, bajos republicanos y sedicentes izquierdosos de estelada en ristre. Tendrán dificultades para casar tanto grupo plural, porque una cosa es una campaña y otra un gobierno con el juro y prometo en la mesita (por cierto, ¿delante de la Constitución, del Estatut o de qué?). Para todos ya se acabó el alboroto y ahora empieza el tiroteo; porque habrá tiros de fuego amigo, de tiros por la culata y de balazos mientras limpian sus armas. Cada partido se estará disparando dentro de sus saloones, unos, con tiros en los pies y otros con tiros en la sien. Para todos acabó el show, y ahora hay que ponerse a lo práctico, porque, en realidad, las elecciones, los partidos y el barullo de altavoces, tapa lo verdaderamente esencial: que nos arreglen la vida, nos curen en la enfermedad, nos eduquen en nuestra ignoracia y hagan todo lo posible para que lleguemos felices a fin de mes. Las elecciones democráticas están muy sobrevaloradas, porque siempre las entendemos como una final de Champions que acaba con un “hemos ganao” o un “la culpa fue del portero”; ellas, las elecciones, no son lo importante, lo importante es lo que sigue, sea eso lo que sea. No hay más. Todo el resto no es más que patriotismo barato, perdón, caro, muy caro a nuestros bolsillos. Y ya saben (hay que recordarlo de vez en cuando) lo que decía Samuel Johnson, que el patriotismo es el último refugio de los canallas, y que el escritor Ambrose Bierce corregía: el último no, el primero.
Porque en las elecciones (y vamos a tener otras dentro de nada) nos movemos en el terreno de los sentimientos abstractos, de las pasiones sin reflexión y votamos sin conocer muchas veces a quienes nos van a administrar la vida en los cuatro años siguientes. Y los sentimientos son casi siempre malos consejeros. Por eso entendí perfectamente a Trueba con su frase de que no se sentía español, que fue inmediatamente respostada por un “sentido” ministro de cultura, que sí se siente español. Me identifico con el director de cine, porque no sé lo que es sentirse como el ministro. Sé que soy español por mi pasaporte y unas cuantas cosas que me identifican de unos y me diferenciaan de otros, y sé que soy gallego por una serie de circunstancias obvias. Pero el sentimiento patriótico de vibrar con los himnos, con las banderas y con los votos, me es ajeno. Lo siento (en el sentido disculpatorio solamente). Pero nos perdemos con las emociones y los sentimientos, y focalizamos nuestra opinión política, amarrados a esos lastres, en “los otros”, ya sean partidos políticos o, la moda actual catalana, los borbones. A estas alturas la monarquía no es ya un foco de atención que llevar a la guillotina, los borbones, como otras monarquías, no son más que una marca registrada, una empresa que trata de vender su producto (Borbón SL o Borbón y Cuenta Nueva) ofreciéndose como embajadores de la paz y buen rollo. No salen más caros que un hipótetico presidente de gobierno en una hipotética república presidencialista. Solo que ahora también sirven de blanco patrótico de nuestros deseos de cambio nacional. Así que nos centramos en esos “ellos”, los otros partidos políticos y los borbones, por poner algo.
Y nos olvidamos de lo que nos viene de fuera; la internacionalización es lo que nos complica la vida, lo que de verdad nos va a condicionar, votemos lo que votemos. Son esas grandes corporaciones sin rostro las que nos agarran por el cuello hasta hacernos soltar la última moneda. Nos aseguran que existen poderes nacionales, nuestros poderes nacionales y supranacionales, los europeos, que vigilan y velan por que todos mantengan las reglas del juego y el juego sea limpio. Pero también sabemos que las reglas las escriben “ellos”, cada Estado, cada Gobierno, cada patria, pero siempre con las condiciones que imponen esas corporaciones. Hace unos días, la recta Alemania, la que pone condiciones con mano de hierro a los países pequeños que producen poco porque prefieren vivir más y trabajar menos, perdió todo su prestigio. Su gran empresa, la Volkswagen, el coche del pueblo que inventó el Tercer Reich, estafó al mundo entero, y la Alemania que exige rigor al resto de los países tiene que tragarse el sapo de ver como también está en la lista de los corruptos, como cualquiera. Una estafa perpetrada por sus grandes empresarios quizás con el conocimiento de sus políticos financieros; una mentira que estafa a las haciendas de todos los países donde se venden sus coches y que beneficiaban la baja contaminación de sus motores. Todos los estados estafados deberían ahora mismo demandar a la empresa y al gobienro alemán, y la misma empresa y el mismo gobierno deberían tener ya en la carcel a su director, dimitido y jubilado millonario, por estafa internacional.  Pero no pasará nada. Vuelven a la memoria otras corrupciones germanas, la de la Siemens, la de los sobornos de Flick, que salpicó incluso al presidente español de aquel entonces, Felipe González, amigo de Helmut Kohl.
Acostumbrados a que nos roben, a que nos sisen céntimo a céntimo las empresas eléctricas, los bancos, las telefónicas, el mismo Estado, sólo confiamos en el porvenir. Algunos podemos no sentirnos patrióticos, pero todos nos sentimos estafados entre elecciones y elecciones.

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