viernes, 23 de septiembre de 2016

Más allá del Padornelo

J.A.Xesteira
Mi cita semanal en las páginas de este periódico coinciden con el sábado desde hace años, y como las elecciones en este país son, también desde hace años, en domingo, siempre me toca escribir un artículo en jornada de reflexión. La cosa era aceptable cuando el devenir de los tiempos era el rutinario de cada cuatro años, pero, como este año hay más elecciones que partidos de fútbol, el porcentaje de artículos de jornada de reflexión se disparó, como los beneficios de Mr. Zara, el hombre rico más triste del mundo (o al revés) Así que me encuentro un sábado más reflexionando desde mis pobres escritos. Le llaman jornada de reflexión por llamarle de alguna manera, pero para los estándares del español en general y el gallego en particular, reflexionar (política y electoralmente) es ese espacio de tiempo de aproximadamente diez segundos, en los que el ciudadano/a decide darle el voto a uno o a otro, siguiendo los dictados que el/ella cree infalibles a su entender, y guiado por cuestiones totalmente circunstanciales: el careto del (o de la) candidato/a, sus ideas políticas (un conglomerado nebuloso de empanada de informaciones periodísticas variadas) el díxome-díxome de las discusiones de bar y, en definitiva, el porque sí, porque me da la gana, que justifica que nuestro voto sea sagrado. Bastaría con quince segundos de reflexión y declarar el resto del sábado como jornada de familia. Como anduve por ahí adelante, en otros paisajes, me perdí varias cosas de la campaña, pero no las echaré de menos. Así, a la vuelta me encuentro con los carteles en sus sitios;  carteles que, como es costumbre, oscilan entre diseños encargados al enemigo (ejemplo: el busca-y-captura del candidato socialista) y el diseño audaz, de triunfadores en plan jaja-jijí del PP (perdón, de Feijoo, que pone como marca registrada su apellido trucado de forma que puede leerse a la portuguesa: Feijão) Los candidatos se ofrecen para ser nuestros salvadores, y no les podemos pedir más que eso. Pero cada cual tiene su estilo y cada cual trata de ningunear al rival por peligroso y sacrificarse por nuestro futuro. Como es costumbre, actúan creyendo que el enemigo son los otros y campaña tras campaña arrastran el inmenso error de creerlo así. El enemigo siempre somos “nosotros” pero cuando lo descubren ya se abrieron en sus partidos agujeros de crisis tan grandes como el desierto de Gobi. No acaban de encontrarse, y dentro de este cuadrado gallego, hay más prisas que pausas para organizar las filas; hay alcaldes que le hacen la puñeta a su propio partido, candidatos que tropiezan unos con otros, y quítame-allá-esas-pajas en todas las formaciones. Las encuestas y sus resultados no deben aclarar mucho, porque todos andan como si los números publicados no concidieran con los que no se publican (las encuestas internas son las que valen).
Pero hay algo en que todo parece estar conforme, y es en considerar las elecciones gallegas (y las vascas, que es un territorio ignorado en la prensa gallega) como referente de algo que puede pasar en Madrid. Queda así Galicia como la aldea gala asterística, en la que se cuecen otras cosas fuera del Imperio; tenemos de todo, pociones mágicas suministradas en furanchos y un chauvinismo pailán que aflora cada vez que encendemos la televisión gallega.  Supongo que en Euskadi sucede otro tanto, pero no nos llegan noticias de aquella tribu. Por vez primera vamos a celebrar unas elecciones que tendrán de espectadores al resto de España; dicen que de lo que pase aquí va a depender lo que pase allí. Y lo que pasa allí, de momento, es tan gordo que ninguno de los de aquí quiere relaciones con los de allí. No sé si me explico, pero hay como dos mundos, el de la tribu de los gallegos y el Imperio. Lo del Imperio es veneno para la taquilla y ni siquiera el candidato Feijão quiere saber nada de siglas de partido ni de la tropa popular allende fronteras; los socialistas, tampoco, no les ayudan en nada sus correspondientes de las elecciones generales (tampoco les ayudan mucho los de aquí, pero eso es otro tema). El resto se busca la vida, conscientes de que son gente del país que no depende en mucho de lo que pase en Madrid.
Así hay dos mundos; uno, a intramuros de la tribu y otro más allá del Padornelo, que es la frontera natural de Occidente. De lo que pase mañana –dicen– dependerán los inmediatos movimientos madrileños, bien hacia un pacto, bien a unas elecciones. Volviendo al símil de Asterix, cabe recordar que Julio César formó pacto con otros dos (le llamaban triunvirato) y a lo mejor podemos ver como apuñalan a César bajo la estatua de Pompeyo. También hay la posibilidad de que se repitan las elecciones, a ver si, por casualidad, la gente vota a otra cosa.
Mañana nos toca a nosotros, los de la región noroeste, la Gallaecia. Y, después de toda la campaña, me pareció ver que las fuerzas en lucha andaban más perdidos que monja en cabaret; las batallas por arañar votos urbanos o votos rústicos no despejó muchas incógnitas, aunque no suele haber muchas variaciones sobre el mismo tema. Hace años que en esta tribu irredenta vive un extraño proceso de nacionalismo “de gandaina”, una cultura dominada por “ghichiños paveros”, una política gestionada cada vez más por manos privadas con dineros públicos, un tejido empresarial que se escurre sin ruido para Portugal y Marruecos; en suma, un país predilecto que, como decía aquel poema de Celso Emilio Ferreiro “…é un emporio de cousas nunca vistas: os homes viven fóra da lei da gravidade”
No se sabe que pasará pasado mañana, según los resultados, ni que repercusión tendrá más allá del Padornelo, pero nos lo explicarán docenas de expertos televisivos y articulistas analíticos en los periódicos. Da lo mismo, a los galos de la tribu nos importa poco lo que pase en el Imperio y si César se junta con los otros. Y si hay que votar en diciembre, pues se vota, para eso estamos. A mandar.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Serie negra

J.A.Xesteira
Que la vida imita al arte es un tópico que, como todos los tópicos, parte de un hecho evidente. Una prueba es la cantidad de hechos novedosos, de noticias y de situaciones actuales que “nos suenan”, que ya las hemos visto en el cine, que nos sacuden brevemente como un “dejá vu”. Y no me refiero a esta especie de política de Sísifo que, cuando parece que estamos en el final de la escalada, se nos vuelve a caer la piedra para volver a empezar y elegir a un mismo candidato a la presidencia. No voy por ahí, sino por la novela negra y su correspondencia lógica, el cine negro. Estos dos conceptos, como casi todos los nombres culturales los pusieron los franceses; la novela negra la escribieron los americanos, eran novelas baratas, policíacas, de entretenimiento, que alcanzaron niveles de alta literatura cuando los autores se llamaron Dashiell Hammet y Raymond Chandler (con un puñado mas de seguidores del género). De todos, Hammett fue el grande, el íntegro, el hombre que combatió al fascismo en la guerra pese a ser fisicamente rechazado, el hombre que pasó por la cárcel por no delatar a sus amigos comunistas ante el tribunal de McCarthy. Perdonen la digresión. Los franceses le llamaron a estas novelas novela negra y a las películas que se hacían con esas novelas Serie Noir (los americanos conservaron el nombre en francés) El nombre pervive, pese a que la mayoría de las novelas que se escriben y las películas que se ruedan bajo estos nombres no son más que novelas y cine de polícías, malas imitaciones. El género tiene sus claves y sus parámetros que casi nunca se cumplen en este mundo globalizado y controlado por millones de ojos electrónicos.
Pero, a lo que iba; me encontraba la pasada semana leyendo un libraco precisamente sobre la Serie Negra (cine y novela) una especie de enciclopedia muy completa, escrita en España, al tiempo que compaginaba con una de las preciosas aventuras de Kostas Jaritos (novela negra de verdad, aunque con salsa griega) el policía del escritor Petros Márkaris, cuando me estalla una auténtica noticia de serie negra. Seguramente la han leído porque la publicaron todos los periódicos (los informativos televisivos no la dieron, porque no son de serie negra, sólo de anuncios por palabras y Noticia en el País de las Maravillas) aunque de manera de visto-no-visto. Fue esa noticia de que el obispo de Mallorca tenía una amante. Así, en seco, no parece un asunto digno de Sam Spade o Philip Marlowe; ni siquiera hay un asesinato. Pero sí que tiene elementos negros, aparte del chiste fácil de la sotana del obispo. Hay un secreto adulterio de la alta burguesía mallorquina, que implica al más alto representante del Vaticano en la isla; hay un marido (que se llama, ¡pásmense! Mariano España) que sospecha de su esposa y el obispo, y ¡un detective privado que investiga, saca fotos y graba conversaciones! La cosa acaba en divorcio y solicitud de anulación (los católicos lo tienen más difícil, porque no vale con romper el contrato, hay que pedir al Vaticano que desate en la Tierra  lo que ató en el Cielo, y eso sale por una pastón); al obispo adultero lo destituyen y lo mandan de auxiliar a otra parte (lo bueno que tiene ser empleado consagrado es que no te echan al paro). Y la novela se acaba ahí, sin tiros ni sangre, pero auténtica serie negra; cumple algunos de los requisitos básicos: un detective investiga; los trapos sucios de la política y la sociedad salen a flote y la historia es una ruptura con la moral convencional.
En el fondo es una buena noticia, porque, pese a lo escabroso del asunto, sólo se trata de un lío entre personas adultas, al margen de sus atributos eclesiasticos y de un adulterio burgués, una mezcla de “Madame Bovary” con “La dama del lago” (Chandler), y Humphrey Bogart por el medio. No siempre los obispos y sus noticias son recibidos con una sonrisa; la serie negra episcopal suele cabrear mucho más cuando se trata de casos de pederastia, silenciados durante años. En el caso del obispo de Mallorca nadie va a tirarles una piedra para condenarlos; en el fondo es un caso que nos gusta, como un bolero. La Conferencia Episcopal es, en sí, una organización corporativa  representante de una supranacional religiosa, en la que cabe de todo; por la parte que toca a su religión, que cada palo aguante su palio; pero, además, es una organización que necesita de grandes sumas de dinero para su funcionamiento, dinero que el Gobierno español proporciona con generosidad, echando mano del erario público, al tiempo que permite que la Iglesia Católica (entendida como organismo propietario de bienes inmuebles –posee más propiedades que cualquier otro organismo español, incluído el Estado–) disfrute graciosamente (en las dos acepciones, como chiste y como gracia concedida) sin dar cuentas ni pagar impuestos. En medio de esta serie negra (o “pulp reality”) el obispaje suele salir a los medios con frases para la historia, entre las que destacan las del inefable obispo de Córdoba, un cruzado contra los homosexuales (no dice nada de los casos de pederastia eclesiástica) o, incluso contra su papa. La lista de prelados ultramontanos y sus salidas de tono es larga, pero incluso entre los más anticlericales se reconoce que no todos son iguales; hay obispos y obispos, de la misma manera que hay películas de serie negra y hay películas de polis. Es la distancia que hay entre Tarancón y Rouco Varela, la misma que hay entre Robert Mitchum con gabardina y Chuck Norris con cazadora.
El caso del obispo mallorquín (título muy propio para una novela) es lo único que echa un poco de arte a estos días; como una película de serie negra filtrada por Woody Allen. El resto de este final de verano ni es arte ni es negro, es sólo gris ratón, vulgar y repetitivo, como el enésimo capítulo de una mala serie de televisión. Nos salva de la vulgaridad la versión actualizada de “Adios, muñeca” (Chandler) que el Gobierno está rodando con Rita Barberá.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Trampantojos y variadas perspectivas


J.A.Xesteira
Aunque parezca lo contrario, todos los medios de comunicación (que no tienen porque ser obligatoriamente de información ni mucho menos de formación) son iguales, dicen lo mismo y, a pesar de parecer que sus líneas son contrarias, todos van a lo mismo; todos los periodistas saltamos estimulados por la misma noticia, indignados ante las mismas cosas, pero, si nos fijamos un poco, no es más que un truco del que ni siquiera somos conscientes. Cada evento nuevo es una especie de trampantojo que no sabemos distinguir. Por ejemplo, ese berenjenal en que se estamos metidos por causa de una ley que permite que podamos estar sumergidos en un bucle espacio-temporal-electoral por tiempo indefinido, es tema de debate y opinión en todos los medios, y aunque todo el mundo discuta y opine, no es más que un truco español; en el fondo todos piensan lo mismo (a veces no piensan nada, discuten sólo por el placer de llevar la contraria) pero cada uno tiene su perspectiva, su punto de vista, que, además, es el verdadero, el que habría que tener para que las cosas se arreglaran. Si nos alejamos un poco y ponemos las gafas de ver a distancia, la perspectiva es diferente; los políticos responsables de solucionar el vacío en funciones del gobierno parece que se mueven y pululan por las ruedas de prensa y los despachos intentando llegar a acuerdos, pactos, soluciones; pero vistos desde arriba son como los muñecos del futbolín que sólo giran alrededor de su eje, sin desplazarse un centímetro, y sólo le dan a la bola cuando la tienen delante, no se mueven de sus sitios. Como en todas las jugadas de futbolín siempre hay gente opinando y debatiendo por fuera de la mesa, diciendo a los que mueven las barras como tienen que hacer.
Es una cuestión de perspectiva y de ver las cosas por lados distintos de la corriente principal, de lo que todo el mundo opina. Por ejemplo, el caso Soria, que recuerda la frase del bandolero del Bosque Animado de Fernández Flórez: “¡Me caso en Soria!”. El caso es que el caso de Soria, ex ministro dimitido por sus pecados fiscales y enchufado por su partido en el Banco Mundial (un claro fallo de perspectiva del que tuvieron que recular) levantó una ola de opiniones periodísticas unánime contra el beneficiado y su partido. No valieron las disculpas, de que si era un funcionario (llevaba 26 años fuera de la Administración y no estaba en activo), de que fue por un concurso (con tufo a cambalache)… Todos, los polemistas de todas las tendencias estaban de acuerdo en lo inadecuado del nombramiento, unos por la forma y otros por el fondo, aunque eso no impidió que dieran sus opiniones, que son las verdaderas, las auténticas. Falta de perspectiva; sólo hay que tomar distancia para ver que Soria era el hombre adecuado. ¿De qué estamos hablando? Esa es la cuestión. Un apaño, un chanchullo para agradecer los servicios prestados (y bien remunerados) del ministro Soria por renunciar a su puesto para trabajar (es un decir) en el Banco Mundial. Los más críticos se rompieron la camisa por poner a un implicado en posibles delitos como representante español en el Banco Mundial. Pero, ¿dónde mejor? repito, ¿de qué estamos hablando? Del Banco Mundial, es decir, de un banco, una organización concebida para guardar el dinero del delito, para ganar beneficios siempre al borde del delito (cuando no del otro lado) un negocio que está más cerca de don Vito Corleone que de Santa Teresa de Calcuta. El Banco Mundial fue creado por las Naciones Unidas para reducir la pobreza en el mundo; ¿cómo?, concediendo préstamos. No hacer falta ser licenciado en Económicas para entenderlo: un préstamo no soluciona la pobreza, el resultado final es que el banco se queda con el dinero y el pobre. El Banco Mundial presta dinero a los países para que estos solucionen sus problemas de miseria, pero generalmente, ese dinero se lo quedan los dictadores de esos países que son los que de verdad están produciendo la miseria en sus países, en colaboración, generalmente, con grandes empresas colonizadoras. Para no seguir (tienen todos los casos de delincuencia genocida en la wikipedia), el Banco Mundial no es una “oenegé", es una organización internacional de estructura mafiosa más dedicada al crecimiento económico de los países que al crecimiento social de los mismos; una estructura supranacional dedicada a generar riqueza a los grandes bancos y a las grandes corporaciones; los pobres de la Tierra son una disculpa, una foto para la publicidad; incluso son unos consumidores potenciales (un ejemplo: ¿pueden calcular el negocio de las tiendas de campaña Quechua que cubren las docenas de campos de refugiados de Europa?). ¿Dónde mejor podría estar un sospechoso habitual como Soria que en un banco ubicado en el paraiso fiscal más grande: el Mundo? La perspectiva falló porque los jugadores del futbolín estaban girando sin parar sobre las barras.
La promesa de mejoras de cada país se basa en un concepto que no es más que un trampantojo: el crecimiento de la economía como un bien general. Pero eso no sirve para nada, basta mirarlo con la distancia suficiente para ver que detrás de ese crecimiento económico no hay un crecimiento social. Y nos lo quieren vender como un dramático “¡O yo o el caos!”. La realidad disfrazada es que un país no ha crecido economicamente más que en números sobre el papel, un papel pintado, un trampantojo. Las macrocifras esconden los mininúmeros. Si hubiera una perspectiva con distancia, veríamos que la mayor parte de lo que se nos ofrece como mejora esconde bajos salarios, debilitación del sistema social y unas cifras de paro que no descienden nunca. Los políticos, desde su perspectiva, gustan de sacar a pasear aquella frase de JF Kennedy de “No preguntes que puede hacer su país por tí, pregunta que puedes hacer tú por tú país” Desde nuestra perspectiva podemos decir: “Vale, ya sé lo que he hecho por mí país y sé lo que me ha costado, ahora ¿puede hacer algo mi país por mí?, porque, si no, algo no funciona”.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Las inutilidades

J.A.Xesteira
En la pequeña historia de la humanidad, la que se construye año tras año, siglo a siglo con las pequeñas cosas que nos interesan en el momento, hay montones de creencias firmes y soluciones definitivas que duran un pispás-que-te-vas; cosas que en su momento parecieron un avance importante, avalado por una buena carga de moda, desaparecieron arrastradas por su evidente inutilidad al cabo de unos pocos meses. Vamos a poner ejemplos. Sin salirnos del coche, nuestro recipiente más placentero, en el que solemos pasar buena parte de nuestras vidas; ¿recuerdan cuando nos vendieron aquella especie de goma-rabo que se colgaba detrás, al lado del tubo de escape, y que decían que descargaba la electricidad estática del vehículo, no se sabe con que fin, pero que se vendieron como churros? Debió ser por la misma época en que se vendió también un aparatito con ventosa que se ponía en el salpicadero, pegado al cristal, para evitar –decían– que una piedrecilla nos partiera el cristal, porque eliminaba las vibraciones; fue eso un poco antes de que vendieran aquellas alfombrillas de bolitas que aseguraban que ayudaban al conductor a eliminar el estrés, al tiempo que le daban masaje en las vértebras lumbares y evitaban un sinfín de dolores. Todo era una inutilidad, no servían para nada, pero alguien hizo algún negocio con todos esos chismes. En su momento fueron ofertas supuestamente fundadas en experimentaciones y avaladas por la tecnología de su momento. Pasaron unos años y la inutilidad salió a flote. Puede que un día se demuestre que el cinturón de seguridad, ese chisme que nos molesta al conducir, se demuestre que no es tan seguro como ahora afirman; de hecho, el porcentaje de muertos en accidentes sin cinturón es menor que el porcentaje de muertos con él.
Las inutilidades suelen jugar con nuestra salud, nos dicen que cualquier cosa es buena y mejor si añaden la coletilla de “está cientificamente demostrado” o, como dicen ahora, está “testado clinicamente” (una mala traducción del inglés, en español, testar es dejan en  herencia, lo cual es un mal comienzo científico cuando se empieza por ignorar la gramática) Con eso parece que la vida será más feliz  si hacemos caso del anuncio “testado”. Pero, ¿se acuerdan de las pulseras de cobre, que se vendían en las farmacias y que aseguraban que combatían el reuma, porque eran “magnéticas”? Realmente era una estupidez, porque ni eran magnéticas, ni un imán que nos pusiéramos en la cabeza nos iba a quitar los dolores reumáticos. Pero se vendieron y así anduvieron miles de personas como si fueran medio esposados. Una inutilidad. Como las actuales creencias, inspiradas no se sabe por quién, de que comer alimentos “testados” por incógnitos científicos nos va a dejar guapos y esbeltos; los productores-depredadores de soja en el mundo (un hierbajo que comen los que no tienen otra cosa que comer en la India) nos dijeron que comer soja es sanísimo, y la leche de soja (un líquido sospechoso que no es leche, claro está) es mucho más sana. Y el personal se apunta a esa moda que, por supuesto no les va a adelgazar ni les va a devolver el tiempo pasado. Y en la estantería de al lado del super están los yogures con sustancias bífidas (partido en dos, literalmente) que nos facilitarán el “transito” (una forma extrañamente fina de decir que iremos bien de vientre) El caso es que el personal se apunta a todas las inutilidades posibles sin pararse mucho a pensar; si se dan una vuelta por el supermercado verán a gordos/as, cebados a grasas saturadas, comprar leche sin lactosa, galletas sin gluten y bebidas isotónicas porque “son más sanos”. Inútil; el desparrame de grasa por encima de sus pantalones indica que ni siquiera los bífidos anticolesteroles del “tránsito” pueden hacer nada contra los vinos del país y los derivados del cerdo, rematados con chupitos de brebajes alcohólico-azucarados. Pero debe ser que nos gustan las inutilidades, o, por lo menos, nos convencen durante un corto espacio de tiempo y nos lo creemos todos. Debe ser nuestra condición humana la de ejercer de pasmarotes pringados en ese juego de trileros universal que es el comercio y el capital. Nos pueden vender cualquier inutilidad que nosotros estamos para eso, para creer, tener fe y aflojar la pasta. Con buena publicidad que nos toque en la fibra de la fe y la necesidad nos venden cualquier cosa; nos hacen creer que los bancos son útiles, porque sirven para tener nuestro dinero bien guardado. Pero sólo hay que echar la vista atrás a poco tiempo, para entender que los bancos siempre ganan y nosotros no somos más que simples apostantes en una ruleta trucada por leyes que los mismos bancos se encargan de dictarle a la oreja de sus políticos-secuaces. Piensen en como era un banco de hace diez años échense a temblar al pensar como serán dentro de otros diez a este paso.
Con las inutilidades sucede lo mismo que con la actual legislatura, después de la tercera ronda de intentos por tener un gobierno. Vamos camino de las terceras elecciones y los protagonistas políticos siguen vendiendo el mismo producto sin darse cuenta de que el mercado y los compradores no han variado de opinión. Desde hace casi un año, lo único que han cambiado son los presidentes del Congreso, figura más bien contemplativa; el resto hay que apuntarlo en el capítulo de inutilidades y convendría que se dieran cuenta de que el producto hay que cambiarlo de vez en cuando, disfrazarlo con etiquetas nuevas y lanzar una campaña más creíble. Los pactos, primero PSOE-Ciudadanos y ahora PP-Ciudadanos, no son más que acuerdos bífidos que no facilitan el transito. La escenificación parlamentaria nos enseñó a unos líderes de escasa oratoria, recurriendo a viejos tópicos como “el clamor popular” o “España necesita urgentemente un gobierno”, que suenan como frases “testadas” o “científicamente comprobadas”. Incluso me pareció ver que algún líder tenía un rabito de goma contra la electricidad estática, y que todos los asientos del gobierno tenían almohadillas de bolas contra el estrés. Nos veremos en las siguientes elecciones.