lunes, 26 de marzo de 2018

La semana programada

J.A.Xesteira
Dicen los expertos de la Dirección General de Tráfico que esta semana de vacaciones, conocida popularmente como semana santa, incluso por aquellos que no creen en los santos, quince millones de coches, con sus correspndientes personas dentro anduvieron moviéndose por todo el país, de un lado para otro. En Galicia el cálculo estimado fue de un millón y medio de desplazamientos. A poco que uno sepa de echar cuentas, los resultados son abrumadores, un mogollón de millones de personas, sin contar perros y gatos –ahora llamados mascotas, como la cabra de la Legión– anduvieron moviéndose de norte a sur y de oeste a este, de la ciudad a la playa o a la casa rural, huyendo de la rutina y buscando el monumento, la diferencia, lo distinto. A toda esa millonada de gente moviendo coches hay que añadir los que viajaron en tren, autobús o en avión (estos últimos con destinos extranjeros, en uno de esos viajes-oferta de semana santa). Los datos de la DGT suelen ser fiables, porque la DGT es un organismo que vive prácticamente para dos cosas: las estadísticas y las multas. Las primeras suelen usarlas para meter miedo, como por ejemplo, los muertos de la semana que acaba y que darán a conocer la semana que viene, y que nos dirán si fueron más o menos que el año pasado, como si eso importase; las cifras de muertos y heridos y de la cantidad de chalados que se hacen selfies mientras conducen a 200 por hora con el dedo en la nariz sirven para la segunda utilidad de la dirección general, que es la de meter multas. Las estadísticas avalan –es un decir– un supuesto interés por nuestra seguridad, y por tanto nos obligan a una serie de cosas por ley: poner el cinturón (porque de cada diez muertos en accidente de coche, cuatro no lo llevaban puesto, los otros seis, si, y también se murieron; estadísticamente mueren menos sin cinturón que con cinturón, y eso no quiere decir nada), o llevar a los niños en una silla amarrada (un gran negocio, porque cada niño sale por tres sillas, una por los padres y otras dos por los abuelos) y cosas por el estilo. Para evitar accidentes y desgracias, se crean más radares y cámaras sofisticadas que convierten las carreteras en el objetivo orwelliano del ojo del Gran Hermano. No previenen ni reducen accidentes, simplemente sirven para multar en cantidad. Los accidentes van en aumento porque la cantidad de personal con coche va en aumento, y por tanto, estadísticamente, habrá más accidentes. En cuanto a los coches sin conductor, no van a reducir los accidentes, simplemente los harán de forma distinta.
Toda esa rueda viva de millones de personas dando vueltas por ahí tiene un fin principal: salir de casa, seguramente para encontrarnos con nuestros vecinos o con miles de nómadas de semana haciéndole fotos a una iglesia románica que, reconozcámoslo, les importa muy poco, es simplemente por justificar el desplazamiento. O hacerle la foto a una procesión, muy parecida a la de nuestro pueblo, con las mismas imágenes de cristos torturados y madres dolorosas con puñales clavados en el corazón. Las procesiones son todas muy parecidas, las mismas velas y el mismo personal acompañando. No tiene nada que ver con sentimientos religiosos, generalmente acompañan gentes que en el resto del año ni pisan  una iglesia, Es un espectáculo ancestral, una representación religiosa teatral que viene de un tiempo en el que la Iglesia Católica enseñaba con imágenes de escayola a los analfabetos creyentes lo que había pasado en la semana de la Pasión. De aquello quedó ese evento turístico-religioso para atraer más visitantes al pueblo. En Galicia ya se están equiparando a las procesiones andaluzas en porte y modelo, con vistas a solicitar el título de interés turístico. Falta poco para que aparezcan las primeras saetas en gallego y ya tendremos una denominación de origen y una fiesta más protegida.
Pero vamos a lo otro. Al personal en movimiento. Después del cálculo de la DGT se me ocurre que todo ese mundo en caravana va a estar constantemente haciendo fotos y mandándolas por los habituales sistemas socio-digitales. Es uno de los principales objetivos del viajero circunstancial: declarar mediante el móvil donde está y lo bien que lo está pasando comiendo y bebiendo. De lo contrario, no saldría de casa, con los niños dando la vara  en el coche preguntando a los dos kilómetros si falta mucho para llegar. Cada zona geográfica tiene destino marcado en el éxodo semanario; los de Madrid tienen querencia por el Levante español, de la misma manrera que, en tiempos, todo el sur de Galicia acababa en el Algarve portugués. Ahora vienen de todas partes a hacer fotos con el móvil a la fachada del Obradoiro y a la Costa da Morte, y a comer pulpo, que parece ser otro de los objetivos finales del viaje.
Pero todos, y esa es la gran diferencia con el pasado, la gran señal del avance de los tiempos y de la tecnología al punto, nos trasladamos de forma programada. Acabaron aquellos tiempos en los que el nómada familiar salía al espacio exterior sin hotel reservado, sin ruta fijada y sin mucha seguridad en el viaje. Ahora, gracias y por culpa de nuestra conexión a internet, tenemos ya programado, contratado y reservado hasta el más mínimo detalle, no sólo el hotel y el restaurante sino también la entrada a la catedral, al museo o al parque temático. Pagado por adelantado. Tenemos la ruta marcada, el viaje se transforma así en un  desplazamiento programado, sin sorpresas. Parece como si, incluso, estuvieran programadas las muertes que contabilizará la DGT a la vuelta de las vacaciones.
Lo malo es que, después de esta desconexión semanal todo vuelve a ser lo mismo, la misma programación, la rutina habitual, los mismos falsos problemas políticos con los que nos calientan la cabeza, los mismos verdaderos problemas particulares con los que tendremos que enfrentarnos y que, eso si, no están en el programa, solo en las amenazas con las que la vida de siempre nos espera a la vuelta de este pequeño respiro.

viernes, 23 de marzo de 2018

Las amistades peligrosas

J.A.Xesteira
La memoria es ese mecanismo que nos funciona (a veces) para recordar aquello que habíamos olvidado y sorprendernos de la recuperación del tiempo pasado. Suelen decir que la memoria es frágil, quizás para justificar que nos olvidamos con facilidad de ese pasado, unas veces porque no nos interesa recordarlo, otras, porque la maquinaria se deteriora sin  que exista, de momento, un tres-en-uno que la desatranque. La memoria también es un chinformio rectangular de plástico coloreado que conectamos a nuestro ordenador y metemos dentro de ella lo que queremos guardar, con la esperanza de que aquello perdure per in saecula saeculorum; no está demostrado, porque el tiempo no ha sido el suficiente, que eso vaya a ocurrir, pero como cada vez confiamos más en la memoria digital y lo que se guarda dentro de la Red, corremos el peligro de acabar perdiendo nuestra memoria interior por la comodidad de guardarlo en la exterior.
Sirva esta parida preambular para entrar en la materia que me ocupa. La memoria no sirve para gran cosa, porque, una vez recuperada, nadie tiene interés en utilizar el pasado, repararlo (si es que el pasado debe ser reparado) o rescatarlo para cumplir aquella máxima (falsa) de que el pueblo que no aprende de su historia está obligado a repetirla. El pueblo, que tantas veces invocan los políticos tiene una memoria de pez de estanque, y, además, parece que el pasado le importa muy poco.
En el cambalache político mundial en el que vivimos todos revolcados en el mismo merengue, la memoria no existe, se sustituye por una negación categórica: “¿Quien?, ¿yo?, nunca, eso que dice es un infundio” Más o menos es la cantinela repetida en el caso nuestro de cada día en el que cogen a un político/a con los calzoncillos/bragas a media asta. Estos días asistimos a negaciones documentadas en comparecencias parlamentarias; todos niegan el pasado y a ese no lo conozco. Le sucedió a Cristina Cifuentes con Granados, en tiempos amigos y correligionarios y hoy se niegan tres veces. Es un problema de elegir mal a las amistades, porque en política, los amigos que te encuentras cuando subes son los enemigos que te encontrarás cuando bajes. Cifuentes y Granados le llevan la contraria a la memoria; vano intento, siempre hay alguien que te saca el video. Siempre hay un antiguo amigo que descubre que la presidenta de Madrid aprobó un máster con notas falsas, en la Universidad Juan Carlos, que se caracteriza por otros fraudes conocidos.
Esperanza Aguirre, la predecesora de Cifuentes, es conocida por esas dos cosas: no tener memoria de corrupción alguna y no conocer a los amigos de antaño. Acaban de sacar a relucir la Ciudad de la Justicia de Madrid, uno de esos proyectos inútiles que nunca llegó a construirse pero que generó grandes negocios con dinero público a un ampio surtido de amigos. Granados, el traidor, saca papeles y facturas enmascaradas con las que se hicieron chanchullos que Granados asegura que sirvieron para pagar la campaña de 2007 de Aguirre. La ciudad justiciera que nunca se hizo, se tragó 130 millones de euros (solo existe un ruinoso inacabado edificio que nunca se remató). En Europa, por menos caerían gobiernos.
O no, porque, ¿se acuerdan de Sarkozy, el que fuera president de la France? Ya nos habíamos olvidado de él, porque nuestra memoria borra los cromos de las ligas pasadas. Acaban de trincarlo y esposarlo (eso en España sería impensable, ¿se imaginan a un ex presidente acusado y trincado por chorizo?) porque en 2007, cuando Esparanza Aguirre ganaba elecciones en España y prometía ciudades de la Justicia, Muamar el Gadafi pagaba la campaña del pequeño Nicolás francés (pequeño en estatura, grande en el Eliseo) ¿Y quien se acuerda de El Gadafi, en otros tiempos una figura famosa a quien las potencias extranjeras traían en palmitas y, aunque no lo crean, gobernaba Libia con el beneplácito de Occidente y con amistades que le llevaron a ser derrocado y asesinado por la OTAN (por la OTAN y un golpe de estado apoyado por Occidente). De Gadafi casi nadie se acuerda, y para ello deben acudir a la memoria digital, porque la cerebral flaquea.
Pero si acuden a la memoria “güiquipédica” se encontrarán con que hubo un tiempo en el que El Gadafi, mientras creaba la Unión Panafricana (a imagen de la europea, una de las causa de su derrocamiento) subvencionaba la campaña de su amigo Sarkozy y recibía los parabienes de los grandes estadístas. Libia era un país amigo y Gadafi también;. Ya en 1998 Fraga Iribarne viajaba a Libia y elogiaba al régimen: “He visto una sociedad muy abierta, con la mujer muy liberada, y no he visto miseria”, decía, si la memoria y la hemeroteca no me fallan. Galicia iba a hacer negocios con Libia por valor de 100 millones de dólares al año. En 2003 era Aznar el que viajaba a Libia y El Gadafi le regalaba un caballo purasangre de nombre “El Rayo del Líder” (si Josemaría junta las botas y el sombrero tejano de Bush con el caballo sería algo digno de ver: ¡Aiooo, silver!) En 2007 (¡ese año!) Gadafi vino a España con un séquito de amazonas vírgenes y fue recibido con honores de estado por Aznar y el rey Juan Carlos, que lo visitó después en Trípoli. A Aznar le sucedieron los socialistas de Zapatero y Repsol, que  abrió allí el pozo petrolífero más grande de su histroria.
El hoy olvidado Gadafi era amigo de todos, pero todos eran sus amigos de conveniencia, mientras recibían caballos, pozos de petróleo, dinero negro para campañas electorales, compra de material de guerra, colaboración con la CIA y el MI6. Era el gran amigo del norte de África, y de los tres de las Azores. Pero llegó un día en el que Occidente decidió que había que eliminarlo. Y lo hicieron. Ahora los libios son fugitivos del desastre generado a mayor gloria de Occidente. Toda aquella sociedad abierta de mujeres liberadas que veía Fraga cruza el Mediterraneo. Unos mueren en el camino, otros acaban en campos de concentración; Euroa ya no quere ni salvadoras ONG. Hay amistades que matan.

viernes, 16 de marzo de 2018

Panes políticos

J.A.Xesteira
Van pasando las borrascas, ahora con nombres igualitarios masculinos y femenino (llevamos siete) y mientras no llega la esperada primavera van pasando las borrascas sociales. No son comparables, porque los destrozos de las ciclogénesis explosivas, vulgo tormentas, se reparan a continuación, pero las sociales se producen, precisamente, al contrario, porque nadie repara los derrumbes y los cortes de energía social. La pasada semana era de mujeres, esta semana es de pensionistas, sectores los dos que no se prestan al postureo, a la foto o a la ceremonia a que son tan propensas las clases políticas. Porque, reconozcámoslo, los políticos actuales se recrecen en el gesto más que en el gasto; son fauna más dada al minuto de silencio o la rueda de prensa, escenarios creados para el periodismo modesticado y comodón. El poder gobernador figura más en el palabrerío vacío, en la pose explicativa (con escaso éxito oratorio) delante de un atril con micro, enmarcado en la pantalla de televisión desde la que nos promete cosas que sabemos que no se van a cumplir. Las mujeres de la pasada semana lo sabían y por eso salieron en todo el mundo a decirlo: dejad de tomarnos el pelo. El Gobierno español, que no leyó bien el prospecto de instrucciones, le echó la culpa a los de enfrente, como si la cosa fuera de cuatro locas y dos izquierdosos de mierda. Cuando vio que la cosa era más bien de cuatro millones de locas y dos millones de izquierdosos de mierda, se apuntó al talante reivindicativo; a su manera, claro, con presencia oficialista ante un edificio (ayuntamiento, parlamento, o palacio de cualquier cosa) y una especie de juegos florales para gente fina.
Los políticos de ahora son como el pan de ahora. Antiguamente el pan era pan, y uno iba a la panadería y pedía pan; variaba el tamaño, un chusco, una barra, una bolla y listo; ahora –lo sabemos– el pan tiene denominación y carácter: de masa lenta, de masa madre, artesano, de chapata, de Porriño o Cea (que no hay que ir a Porriño ni a Cea a comprarlo, es un genérico), baguette de Francia, con cereales, con pasas, con todo lo que se le ocurra. Y los políticos igual, los hay de masa lenta y de masa madre (sin señalar y sin ánimo de ofender); los hay planos como chapatas; sin gluten (solo para partidos celíacos); sin sal, sosos, tristes, más bien de régimen antiguo para mantener la tensión descompensada; los hay de bolla enxebre, tirando al nacionalismo; y los hay resesos, que sólo sirven para echarle a los patos de los ríos. El aumento de la oferta político-panificadora presenta un contratiempo, porque los clientes perdemos el gusto, y una semana nos gusta de una manera y otra, de otra; son prácticamente intercambiables (aquí se abre un apartado para que me contesten que no, que no vamos a comparar; me refiero al pan, los políticos están muy sobrevalorados). Y además, la gran función del político, como la del pan está en su utilidad; un pan es para mojar en la salsa, para meter lonchas en medio del botaca, para juntar con chocolate, para untar tomate o aceite (según seas catalán o andaluz), para hacer sopas de ajo… A secas es muy limitado. Los políticos, también, los puedes untar para ver que-hay-de-lo-mío, puedes meterle en medio de la caja b unas lonchas marca Bancoespaña de relleno, que nunca aparecerá en los radares de Hacienda; lo que no harán nunca es mojarse en ninguna salsa.
Y esta semana asistimos a preocupantes señales mediáticas, en las que funciona todo impulsado por grandes temas, desde la Corona injuriada (cedo el título para una peli de guerreros cimerios) hasta el circo siniestro y obsceno montado en torno a un niño asesinado. Los políticos no se acaban de concentrar. Mientras Rivera le corta la hierba a M.Rajoy debajo de los pies y los grandes de las grandes empresas (“ya sabe usted que a la vuelta de la esquina tiene un puesto en mi consejo de administración, como otros ilustres antecesores”) le hacen la corte al jefe de los C’s, el resto anda desconcentrado. El PSOE de Sánchez parece un puzzle en el que no casan las piezas y tiene que pelearse con los viejos fantasmas del pasado (Guerra y González) que cada vez que abren la boca le hunden las encuestas. La cosa está así, con la izquierda intentando izquierdarse, los socialistas acordándose de la madre de los políticos pasados, M.Rajoy creando frases para la posteridad como una sibila griega que hay que descifrar, mientras los suyos se remueven incómodos, y Rivera, disfrutando del momento dulce de verse como el gran nominado a actor revelación emergente, alabado ahora por los periódicos que un día fueron referencia y ahora son sólo un mal reflejo del pasado.
Esta semana tocaba pensiones, con los abuelos en pie de guerra. Y saben que esos no están de coña, porque vienen de otros tiempos, en los que los políticos de ahora todavía se hacían pis en los patucos; una generación, la de los pensionistas, que no se esperaba que su futuro fuera “esto”, gente que venía de una dictadura y todavía pensaba que el Capitalismo democrático jugaba limpio. Aquí estamos, con los jubilados sin júbilo paseandose a cuerpo por la calle, que ya es hora, y los políticos panificados diciendo cosas sin sentido común en los parlamentos. El presidente anuncia pequeñas cosas con su lenguaje críptico, un mensaje en la botella que solo tiene botella. Sus muñidores amenazan con peligros y miedos: vamos a ser como Grecia, no se puede hacer nada con las pensiones porque los malos no firman los presupuestos… No dicen nada de ir rescatando autopistas en las que se hicieron pingües negocios y que ahora pagaremos entre todos.
Como la semana pasada todos los políticos eran feministas, esta semana son todos pensionistas, otra semana serán todos víctimas, y otras serán todos parados y otra, todos demócratas… Es una manera de hablar, en realidad sólo son viajeros de paso por la política, camino de un consejo de empresa, premio a los servicios prestados.

viernes, 9 de marzo de 2018

Los tiempos que corren

J.A.Xesteira
En los tiempos que corren (o que están quietos, que todavía no hay acuerdo filosófico sobre si los tiempos corren o somos nosotros los que corremos por el tiempo hacia ningún sitio) nada es lo que es, todo es una apariencia, un camuflaje, una imagen falsa que nos venden como real, una posverdad que siempre viene de una prementira. Todo es una figuración, un espejismo, y las cosas que deberían ser sólidas y necesarias sólo son gaseosas y contingentes. La comida no es para comer sino para retratar con el móvil y presumir de lo que comemos; el trabajo no es para trabajar ni para vivir del sudor de la frente (y de las plusvalías generadas por nuestro trabajo) sino para figurar en una estadística que nos dice cuantas personas trabajan y cuantas no (no se dice cómo es el trabajo ni como se paga, sino, simplemente figura como cifra en un sistema binario de paro-empleo); la vida, en general, no es para vivirla y disfrutarla, sino para sobrevivirla pensando en los grandes males que nos pueden amenazar. La culpa la tienen los políticos, que es una manera de decir, porque en ese “los políticos” metemos un conglomerado de dirigentes de todo tipo que administran, gestionan y dirigen las sociedades en las que sobrevivimos. Pero esto también es una simple apariencia de la que no son conscientes ni siquiera “los políticos”, sujetos a poderes más fuertes y superiores, como los personajes de las tragedias griegas que, por mucho que se esforzaran siempre tenían por encima de sus actos y sus cabezas a los dioses, que jugaban con ellos como si fueran la nintendo de Homero.
Cuando el trabajo era trabajo, la comida era comida y los políticos eran políticos, las cosas estaban más definidas: se trabajaba una jornada de ocho horas, se cobraba un sueldo a fin de mes y se tenían derechos conquistados con esfuerzo y dolor; se comían cosas simples, carnes o pescados, fritos, cocidos, guisados, y tortillas de patatas; y los políticos eran de izquierdas o derechas, pertenecientes a partidos bien definidos, con un programa claro, comunista, socialista, democristiano o la Derecha, en general. Pero en los tiempos que corren (a gran velocidad), no sucede así; los dioses superiores, que son una entelequia de multinacionales, corporaciones y sistemas bancarios, los cuales componen en conjunto el Capitalismo Enmascarado, son los que dictan las leyes a los simples mortales, entre los que se encuentran eso que llamamos hace unas líneas “los políticos”. No hace falta repasar el estado de las naciones del mundo ni la cantidad de paises enmierdados por el Capitalismo Enmascarado. Sin salirnos de Europa, dos países con elecciones recientes, Alemania e Italia, no se aclaran con su propia forma de gobierno. La Alemania, considerada como una de las cuadrículas políticas más monolíticas, tiene que recurrir a remedios caseros de rejuntar partidos irrejuntables para que Angela Merkel pueda seguir dirigiendo. En Italia, un país que no existe (la frase no es mía, se la pillé al difunto Umberto Eco), tiene, una vez más, un Gobierno que no existe, con el triunfo relativo de Pepe Grillo, comunistas y socialistas, perdidos en alguna esquina del tiempo, y la reaparición de ese pequeño gran fascista que todo italiano lleva dentro (hay otra versión que dice que cada italiano lleva dentro un pequeño gran partisano). De todo eso que llaman Europa sólo Portugal, gobernado por unas izquierdas claras con marxistas por medio, parece levantar cabeza en medio de la confusión.
Lo nuestro es distinto, viene de lejos y está tatuado en nuestro ADN. Lo nuestro, en los tiempos que corren, ni se mueve, a pesar de que todo se agita y se estremece. Vista desde lejos, la situación parece incluso un vodevil, con gente entrando y saliendo, robando y riendo, con las grandes figuras de los telediarios hablando y presumiendo mientras un coro de zarzuela aplaude. Lo nuestro mantiene el pulso vital del esperpento valleinclanesco, con un obispo que dice que la Virgen María iría a la huelga feminista y otro diciendo que las feministas son unas posesas de Belcebú. En los tiempos corrientres eso sería de partirse de risa si la cosa no fuera más seria, porque los dos obispos son representantes de una multinacional propietaria del patrimonio inmobiliario más grande de toda España, por el cual no paga impuestos y por el que cobra entrada por visitar sus catedrales (la semana pasada me cobraban por entrar en la de Ourense, que, paradójicamente estaba en obras pagadas con el dinero público).
En los tiempos que no corren, sino vuelan, nos dicen los triunfales noticiarios que el sector inmobiliario vuelve a repuntar, esto es, vuelve a ser negocio para los negociantes, unas inmobiliarias que compraron a la baja los lotes que los bancos desahuciaron, y que revalorizan para que el negocio se perpetúe. Mientras el sector inmobiliaro gana dinero, nos enteramos de que en España hay 166 desahucios por día, o, lo que es lo mismo, 166 familias en la puta calle (cuando se está en la calle siempre se está en la puta calle). La realidad de los hechos es terca, y resulta que muchos de esos desahucios son por imposibilidad de pagar el alquiler porque la propiedad del piso rescinde el contrato unilateralmente o sube de forma desorbitada el precio del inmueble. En ese sector no debe imperar la ley que impera en otros. O al menos se deduce de la llamada de socorro de un desahuciado en un informativo, que pedía que, de la misma manera que él rescató con su dinero público a los bancos, deberían los bancos ahora rescatarlo a él (que, por cierto, constitucionalmente tiene derecho a una vivienda digna). El Capitalismo Enmascarado ha dado otra vuelta de tuerca al garrote vil que nos aprieta el cuello.
Pero la solución está a la vuelta de la esquina, una solución entre Aristóteles y Kant, que es por donde navega M. Rajoy, que hará lo que pueda y un poco más, y hará posible la metafísica de lo imposible, si lo imposible es posible. Pensamiento difícil, pero que coloca al presidente a la altura de Kierkegaard. Único en Europa.

viernes, 2 de marzo de 2018

Libertad a cachos

J.A.Xesteira
¡Que suerte tuvieron Serrat, Llach, Raimon, Paco Ibáñez y todos aquellos cantantes que en los años 60 (S.XX) eran prohibidos! Sus recitales, generalmente aprovechados por el “respetable público” para organizar alguna manifestación contra Franco (que era la Marca España en general, que digo, en generalísimo), simplemente se suspendían “por orden gubernativa” o les metían una multa por panfletarios. Ellos eran conscientes de lo que se cocía, y arriesgaban, subían al escenario, cantaban “L’Estaca”, “A galopar” o “Al vent” y ya se montaba el pifostio: afuera los grises y adentro la juventud imparable. Todo eso es historia que se vendió en fascículos, en colecciones de discos y en algún programa de televisión. ¡Pero que suerte tuvieron cuando eran jóvenes y cantaban contra el Régimen! Pagaban la multa y vendían discos como churros. Si la cosa fuera ahora mismo, acabarían en la cárcel, con una pena de tres a cinco años por lo poco y no venderían ni un puñetero disco. En aquel pasado del dictador uno de los gritos más coreados era el de ¡Libertad! (así, con mayúscula y admiraciones), y todos sabíamos lo que nos jugábamos; no se trata ahora de hacer un ejercicio de nostalgia barata y echar de menos los buenos viejos tiempos, que sólo eran buenos porque éramos jóvenes. Se trata de comparar y tratar de adivinar en que momento de la Historia de España nos volvimos gilipollas, tragamos el truco y trato de la Democracia de la Transición y vendimos nuestra libertad a la Estupidez Delincuente a cambio de la corrección política.
La libertad de expresión. Eso es de lo que se trataba hace cincuenta años (recuerdo: dentro de tres meses se cumplen cincuenta años de aquel Mayo famoso). La libertad de expresión, consagrada en la Constitución de hace cuarenta años (también cumple este año) como derecho fundamental se ha convertido en un si-pero-no gracias a un cúmulo de calamidades legales organizadas por el Imperio de la Ley hasta convertirla en un pálido reflejo de lo que pudo haber sido y no fue. La libertad es un concepto abstracto, inconmensurable, que existe o no existe; no se puede dar a cachos, no hay tres kilos de libertad, o un metro cuadrado de lo mismo. O hay libertad, o no la hay. Esto, tan difícil de entender por las clases gobernantes lo acaba de decir un  humilde rockero, Fito Cabrales, a tenor de la condena brutal al rapero Valtonic, una condena que deja a la Marca España a la altura de la Marca Arabia Saudí. La libertad de expresión no puede tener límites salvo los que dicta el sentido común y, en cualquier caso, la pena de cárcel que se está aplicando está más cerca de las purgas politicas que de la justicia. Otro tanto sucede con la libertad de reunión y manifestación. En ambos casos la ley abre un gran pozo en el que caben interpretaciones. Las leyes las hacen unas personas a las que no les prestaríamos ni el bolígrafo; y las aplican los jueces que, en teoría, son ecuánimes y justos y en la práctica son como todos, personas con defectos y virtudes, y todo dependerá de una serie de circunstancias entre las que caben ardores de estómago, creencias religiosas, políticas o, simplemente, la cualidad humana del indivíduo.
La distancia entre los artistas y el Poder es cada vez más ancha, como la distancia entre la Cultura y la Política. La cultura es incorrecta, libre y maleducada, la Política está más cerca del dinero y el comercio que de la Cultura. Dos casos recientes parecen demostrarlo en dos ferias, Arco y Mobile. En la primera se montó un pollo por una obra censurada, en la segunda, por el desplante de políticos catalanes al Rey. Los ingredientes de esta ensalada son: el Rey, el arte, los catalanes y las ferias.
Primera parte. El Rey. ¿será delito que no nos guste el Rey? Si no lo es está a punto de serlo, porque como se le ocurra decir que Felipe de Borbón es un soso, que su trabajo lo heredó de su papá, sin mérito alguno ni consulta popular, puede que lo califiquen de delito de odio borbónico. Pero en todo esto no hay mentira alguna, si acaso, opiniones discutibles. Felipe, que como persona merece respetos, como Rey es totalmente prescindible, su función se limita a la de presididor-inaugurador, con un par de mensajes en la televisión, con expresión aburrida.
Segunda parte. Los catalanes. Tienen su propio lío montado y tienen su derecho a resolverlo. También tienen el derecho a salir a la calle y decir que el rey no les es simpático (se arriesgan a que les machaquen, a diferencia de los que salen a decir que el rey les es simpático: dos maneras de entender la libertad de manifestación).
Tercera parte. El arte. O la cultura en general, que, ya dije, es algo desconocido entre la clase política, salvo excepciones. Son malos tiempos para la lírica, decía Brecht, porque cantar o pintar un cristo puede mandarle a uno a la cárcel. Son buenos tiempos para el comercio y el trapicheo corrupto, porque mientras esperas que la causa delictiva acabe (con suerte en agua de borrajas), puedes vivir en Suiza tranquilamente, como el cuñado del rey, o eternizarse en burocracias legales. Cantar, pintar o escribir se está poniendo difícil, y enseguida le aplican la etiqueta de delito de odio para acabar en un juicio esperpéntico.
Cuarta parte. Las ferias. En ARCO ocurrió el primer detalle, con la obra de los presos catalanes. En Mobile de Barcelona, el segundo, con el desplante al rey. Gran polémica. Pero estamos hablando de ferias, un lugar para comprar y vender. La primera, un cambalache con obra de arte más que dudoso, entre chamarileo y papanatismo; es un negocio ingaugurado por el rey. El segundo es un mercado sin disimulo, en el que los chinos venden móviles de última generación. Lo inauguró el rey. Es decir, el rey fue al mercado y a algunos catalanes no les gustó. Pues bueno, es lo que tiene ir de figura, que no tienes que caer bien a todos, aunque decirlo sea casi delito.