sábado, 29 de diciembre de 2012

Otro año, por favor


Diario de Pontevedra. 29/12/2012 - J. A. Xesteira
En el periodismo de la era Olivetti, anterior a la actual era Mac, llegadas estas fechas se hacía el resumen del año, que era una artimaña para remendar unos periódicos de fiestas, en las que se trabajaba menos y se disfrutaba más. Los periodistas, por supuesto, estaban fijos en su puesto de trabajo y su labor venía definida por el paso del tiempo y las estaciones; así en Navidades y fin de año todo estaba ya catalogado: la lotería, las compras, las cenas, el mensaje del que mandaba antes del Rey..., reportajes que podían superponerse de un año a otro con un par de arreglos (mutatis mutandi, decíamos) y un chiste en el que se veía al año saliente, viejo con una larga barba, y al entrante, un niño con pañales. Todo estaba previsto y todo estaba ya escrito y emplanado para que los días clave no hubiera que trabajar. En la era Olivetti se trabajaban los días 24 y 31 y se descansaban los siguientes, a diferencia de ahora. Decir que se trabajaba es una manera de hablar; se iba por el periódico, que estaba prácticamente confeccionado, salvo las dos o tres noticias puntuales, y se abrían botellas de sidra y champán (se llamaba así, lo de cava vino después y no deja de ser una tontería) y se felicitaban las fiestas y, con la misma, se marchaba cada uno a su casa, el periódico se tiraba temprano y si sucedía algo quedaba para otro día. El resumen del año, que ya estaba escrito y preparado desde hacía días, se repartía a suertes, y te podía tocar el resumen de sucesos, el municipal o el de cine. Cada uno tomaba por su cuenta la colección, el mamotreto propio de la era pre-Mac y, a su aire y literatura, sacaba a relucir todo lo que el año había dado de sí. Las formas persisten, a lo largo de estos días de la era Mac la costumbre de hacer el resumen del año es ya clásica. Va unida a la necesidad de quemar lo viejo y depositar nuestras esperanzas en que el año que comienza el martes nos presente mejor cara. En la opinión general 2012 fue un año horrible, el año de la crisis y del gran recorte, el año del “es lo que hay” y el año en el que las fuerzas gobernantes, nacionales y mundiales mostraron su aspecto más cínico y prepotente, hicieron y deshicieron (más esto último) con total impunidad, al servicio del Capitalismo en su máximo esplendor y de los mercados insensibles. Si hay que hacer resumen basta con pocas cosas: el año en que nos comieron el cerebro y nos metieron en él la idea fija de que no hay salvación fuera del Capitalismo agresivo, la idea de que sólo con nuestro sacrificio podemos salvarnos, aunque no nos dicen de qué ni para qué; la idea de que no se puede sostener el Estado de Bienestar, porque es muy caro (y no deja beneficios suficientes para la insaciable avaricia comercial) y por tanto hay que sustituirlo por el Estado Privado (con fondos públicos). Nos metieron esas ideas y otras muchas, a fuerza de repetirlas como un mantra tibetano, el Om Madne Padi Um de los lamas se sustituye por frases como: “lo que los españoles quieren...” o “no hay más remedio que...”. Y con ese tranganillo repetido una y mil veces acabamos con la cabeza como un bombo de gaiteiro, lo aceptamos de forma automática y no nos paramos a pensar que todo eso es falso y que están mintiendo como bellacos. El resumen del año puede incluir también la escasa reacción ante la acción dura e injustificada del Poder en sus diferentes presencias. Las acciones de las fuerzas dirigentes en todas sus variaciones, políticas, económicas, judiciales, religiosas, son de tal envergadura que la reacción consiguiente queda empequeñecida y, a veces, trágicamente resuelta en la impotencia social, ante tales atropellos manifiestos que a lo largo del acabado 2012 se sucedieron: estafas bancarias resueltas con el regalo añadido de fondos públicos para los estafadores, creación de leyes cada vez más restrictivas para salvar un Estado hueco de contenido social que sólo busca el sostenimiento en los números contables, supeditación de las decisiones nacionales a las opiniones de sociedades mercantiles de dudosa legitimidad, y una larga fila de personas que lo han perdido todo, incluida la dignidad de ciudadanos. Ante esta acción dura y sostenida por todas esas fuerzas unidas, la reacción tendría, en lógica, que haber sido mucho más violenta. Y no. La sociedad padece una atonía evidente y se resigna (o al menos lo parece demostrar) a sufrir en lugar de rebelarse. Por eso, el año que acaba podría ser calificado como el año de la caridad, ese concepto tan querido por la derecha política de siempre, que adora presidir mesas petitorias, inaugurar rastrillos de Navidad y ayudar el prójimo con bondad babosa. Las organizaciones no gubernamentales que dan de comer al hambriento son las estrellas del momento, Cáritas, Intermón, Cruz Roja y los centenares de comedores locales no dan abasto a remendar las deficiencias del Estado, que es incapaz de crear las condiciones para que cada uno se gane su pan. Los trabajadores sociales están siendo sustituidos cada vez más por voluntarios gratuitos, y el país se transforma en el Reino de la Caridad que sustituye al Estado de Bienestar. En lugar de tomar el Palacio de Invierno armados de dignidad, los ciudadanos hacen cola ante la puerta de las cocinas para comer las sobras del zar. La situación es ideal para levantar el país, porque al final lo que importan son los resultados contables y esos no se fijan en si el producto nacional bruto y la deuda nacional esconde una ciudadanía empobrecida cada vez más numerosa. Cabe la esperanza de que 2013 sea otra cosa, pero a estas alturas es difícil adivinar el futuro de más allá de mañana por la mañana. Saben los que trabajan en las ONG que el estado ideal es aquel en el que las ONG son innecesarias y que las utopías están para darnos confianza. Sólo creyendo en las utopías podemos conseguir pedazos de realidades más justas y dignas. Buen año, pues.

sábado, 22 de diciembre de 2012

La Navidad es una película


Diario de Pontevedra. 21/12/2012 - J.A. Xesteira
Las Navidades y su entorno de fin de año son una época de cambios, seguramente (lo dirán los que saben de esto) de origen pagano que se cristianizó con la historia increíble del nacimiento de Cristo y todo el folklore que le rodea. Todo arranca de una historia escrita hace mil y pico de años por gentes que adornaron esa historia a su manera, y por los que vinieron después, que le fueron echando más personajes y situaciones al belén de la tradición. Por eso hizo mal el Papa en quitar a los Reyes Magos y a la mula y el buey de la imagen colectiva, alegando que no hay evidencias de su existencia. Hombre, puestos así, no hay evidencias de nada, ni siquiera de Cristo, desde el punto de vista documental y del simple raciocinio. Es cuestión de creerlo o no. La Navidad, querámoslo o no, es un cuento, una literatura, una tradición y una costumbre festiva. Es, por encima de todo, una película. Y lo digo con base científica. Si pensamos en la Navidad, pasada presente y futura, como la que escribió Dickens, siempre nos sale una película en nuestra pantalla de la memoria, ya sea «¡Que bello es vivir!», «Plácido» (tan de actualidad ahora mismo) o cualquiera con centuriones romanos o árboles de Navidad. No nos imaginamos la Navidad como un cuadro de Rubens sino como una película en technicolor de la Metro Goldwin Mayer. La historia oficial es un relato evangélico impreciso, de autor dudoso y de más dudosa verosimilitud. Pero ahí esta, y es una fiesta, y como tal la celebramos. Aunque la historia sea increíble: niño que nace en un pesebre de una virgen y que lo vienen a adorar unos magos de Oriente, y todo lo que viene después. Mucho más creíble es la otra película, ya que de cine estamos hablando, «La vida de Brian», obra de los Monty Phyton, dirigida por Terry Jones y producida por el beatle George Harrison (puso los tres millones de libras cuando la productora que iba a pagar el film se echó atrás tachando el guión de obsceno y sacrílego). La película, para todo aquel que la ha visto (caso contrario deben hacerlo, por higiene mental) es, en contra de todo lo que se dijo siempre, respetuosa con los evangelios, aunque cuente la vida paralela de un niño que nació en Belén en el portal de al lado. Brian no es nada más que la parte lógica de unos evangelios que necesitan de la fe para creerlos. Son la cara y la cruz (no vale el chiste fácil) de la religión; todo en la vida de Brian es lógico y sin milagros, es decir, vulgar y absurdo. Brian es la antítesis de Jesús, un tipo que quiere sobrevivir en medio de fanatismos religiosos y políticos, pero que acabará crucificado, pese a todo. La vida de Brian es evangélica, pero vista desde el lado razonable y humorístico del evangelio. El sermón de la montaña se contempla desde la perspectiva de los que están en las últimas filas. Con cientos de personas escuchando a un tipo sin micrófono y altavoces, los del final no se enteraban de nada, y comienzan a discutir entre ellos sobre el mensaje divino: todo acaba como en un debate televisivo. Los políticos de Judea, conspirando contra el poder de Roma, son todos frentes populares que se lían en sus propias empanadas mentales (igual que ahora mismo) y no resuelven nada. La religión es un invento para una masa que tiene ganas de creer en cualquier cosa («Idos a la mierda», dice Brian. «¿Cómo se va a la mierda, Mesías? Guíanos» le contestan). Esa es la auténtica película de Navidad, la lógica del evangelio, escondida debajo de la fantasía religiosa. Es el mensaje navideño más adecuado para estos tiempos, en los que la realidad nos la pintan como un misterio fantástico. Tenemos que creer en un dogma oscuro en el que se nos asegura que nos endeudaremos más allá de lo que podemos para ganar un futuro mejor, como si nos prometieran el cielo mientras nos echan a los leones. Tenemos que sufrir para ser devotos de la religión de la Marca España. Pero la realidad es otra, la de Brian. Y desde esa perspectiva podemos ver que todos estos que hablan en nombre de todos los españoles nos están liando. «Lo que quieren los españoles es....», suele ser el latiguillo corriente, como si todos perteneciéramos a la misma cofradía y le estemos preguntando al Mesias de turno por donde se va a la mierda. Aquí, el que defrauda triunfa, y el que denuncia al defraudador puede acabar en la cárcel, por mucho que el tribuno Montoro asegure que va a dar la lista de defraudadores. Ya hay una lista de todos los que tienen en Suiza (el único estado delincuente europeo, que vive exclusivamente del dinero de tiranos, traficantes, droga y todos los delitos que pueda usted suponer) y la ha dado a conocer un ciudadano que puede acabar condenado por revelar secretos de los delincuentes. Los dineros de la banca los hemos pagado y repagado, y la banca sigue cobrando y recobrando, sin que se vea el final del lío. Los ayuntamientos comienzan a cobrar el IBI a las universidades, donde ya no habrá nada que estudiar dentro de poco (ya no hay nada que investigar ni dinero para hacerlo), pero no le cobrarán nada a la Iglesia Católica, la multinacional con más inmuebles y terrenos de España. Ese es el espíritu evangélico de Brian, el espíritu del hombre vulgar. Como él, acabaremos crucificados. Pero como en la película, cantaremos aquello de «Mira siempre el lado positivo de la vida». P.S..- Todo esto lo escribo un par de días antes de que se acabe el mundo el fatídico día 21 (ayer), así que si usted está leyendo esto es porque los mayas se equivocaron. Los que creen en estas cosas estarán un poco chafados, pero pueden consolarse esperando que el Apocalipsis venga otro día, quizás por la diferencia de horario maya. De cualquier forma, lo mejor para creer en historias mágicas o religiosas es no poner fechas. Por si acaso.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Derecho a la música


Diario de Pontevedra. 15/12/2012 - J.A. Xesteira
Pillo una revista gratuita sobre música y actuaciones de grupos de pop o de rock o de eso tan impreciso que llaman música joven. La revista está muy bien confeccionada y aceptablemente escrita (en los tiempos que corren, que un medio impreso esté aceptablemente escrito ya es un triunfo). Pero, a medida que paso las páginas, me doy cuenta de que estoy fuera del tiempo; yo, que presumía de experto en música pop-rock-country y otras hierbas, enciclopédico desde que Elvis se fue a la mili hasta que los Zeppelin se volvieron a reunir, me enfrento con la realidad doble: hay miles de grupos y no conozco a ninguno. Leo lo que dicen los chavales, agrupados bajo un nombre en inglés o español, y en todos se advierte cierta tendencia en tomar como referencia la música de los años 60-70 (mi música) lo cual es comprensible: ninguno había nacido y para ellos supone ya una época histórica. Y ahí se establece una reflexión: imitan o se inspiran en músicas de una época dorada, en la que poseer una guitarra eléctrica era casi un imposible, grabar un disco, un sueño, y hacerse rico con ello, una utopía. Por el contrario, ahora mismo los equipos e instrumentos están al alcance de cualquiera, grabar un disco es muy sencillo, pero venderlo es imposible y hacerse rico con ello es tan utópico como antes. Nunca hubo tantos chavales capaces de hacer música, de grabarla, de empaquetarla y de nada más. Actuar en público sólo es posible si se hace gratis (o, incluso, pagando) y arañar unos euros por actuación o por venta de cedés en la puerta es la única opción a la vista, salvo a unos escasos y fugaces elegidos del momento, que andan en gira de seis o siete actuaciones. Debo suponer que entre los miles de grupos que pululan por todo el país, de todos los estilos, hay joyas escondidas que rara vez emergen de la masa. La música no se vende, los estantes de cedés en las tiendas y grandes almacenes son cada vez más reducidos y esa parte de la cultura que comprende la música popular, parece morirse de facilidades y de obesidad mórbida. El fenómeno musical no va a ser estudiado, no interesa, supongo, y en el apartado cultural del ministro sonriente (el auténtico Jocker de Batman) no creo que se vaya a tener en cuenta a los miles de chavales que aparecen en las revistas gratuitas con aspectos de acabar de citarse por Twiter para una protesta de indignados. Mal lo tienen. Y lo paradójico es que nunca tuvieron tantas facilidades para construir sus proyectos sonoros. Volvamos hacia atrás, hasta Mozart, que también era un pop de su época; la posibilidad de que tocase un clavecín o un pianoforte estaba reservado a él y media docena más (¿que haría Mozart si levantara la cabeza ahora mismo? Estaría maravillado con la cantidad de teclados a su disposición y disfrutaría como un bellaco con sintetizadores de última generación y todos los cachivaches posibles) En su tiempo, el músico era un privilegiado (aunque no rico) y su música era auténticamente pop. La época dorada de los años 60-70, que es la referencia para los miles (millones, si tomamos como referencia el mundo, ya que las músicas del mundo están a un clic de ratón) eran bastante penosas; la Fender stratocaster, el icono de los años 60, era un objeto que sólo existía en las portadas de los discos. Cuando el sistema capitalista se dio cuenta de que los jóvenes éramos una masa de consumidores a estrenar, se produjo la explosión de todos conocida, la década prodigiosa, la edad de oro del rock y todo eso que se puede consultar en enciclopedias y páginas especializadas. Pero los guitarristas y cantantes de ahora mismo, en general buenos músicos, que manejan instrumentales valorados en miles de euros, que tienen su primer disco en un mercado que no existe, que componen sus propias canciones (aunque muchas de ellas sean refritos de otras ya ancianas, como siempre fue), que buscan su lugar en las referencias de las revistas gratuitas o de pago, que buscan, además, un lugar en un escenario cualquiera, aunque sea el pub de un amiguete que les dejará actuar a cambio de cervezas... Esos lo tienen crudo. Se pelean por su derecho a la canción, pero son demasiados, y ya no hay industria que los ampare. La propia industria se murió de tanto exprimir esa gallina que dio tantos huevos de oro. Le echarán la culpa al pirateo y otras cosas, pero no es cierto. La misma multinacional que vende el aparato de piratear es la que controla el mercado de los discos (en realidad sólo hay en el mundo tres discográficas, que son multinacionales que a su vez tienen intereses en otras áreas de la comunicación y de la industria informática) La legión de chavales que intenta subir a un escenario tiene que reinventarse, editar sus discos, venderlos por su cuenta y sobrevivir en un mundo distinto de los héroes que a menudo imitan. Sólo los DJ’s parecen sobrevivir, pero eso es otra cosa. Los tiempos son malos para la cultura. Los libros se venden en pilas de novedades, como si fueran cervezas o botellas de aceite del hiper, se producen más libros de los que se pueden leer y más de los que vale la pena leer; el cine está vacío de propuestas que no sean dibujos animados (el resto lo verán en casa por diversos sistemas, siempre cercanos al coste cero). En el contexto de la cultura de masas (en la que el concepto arte en la cultura había sido sustituido por el de producto de consumo), nos morimos de inflación, de obesidad. Pero la música de miles de chavales no encuentra salida; la habían reducido a mercancía y ahora tenemos a miles de posibles genios del jazz, del rock, del folk o del pop rompiéndose la cabeza para salir adelante. Saldremos adelante; el otro día, María Dolores Pradera, a sus 88 años, decía: «Siempre habrá música; sin ella, la vida sería más triste». Y por encima va y se muere Dave Brubeck.

sábado, 8 de diciembre de 2012

El reino del revés


Diario de Pontevedra. 08/12/2012 - J.A. Xesteira
Hace unos días acompañé a una amiga a la clase de su hijo de preescolar; tenía que cantar unas canciones a los niños y le ayudé a buscar algunas; entre ellas, una canción de María Elena Walsh, “El reino del revés” (“me dijeron que en el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez, que los gatos no hacen miau y dicen yes porque estudian mucho inglés”). La canción les gustó mucho a los parvulitos, seguramente porque era una canción realista, que refleja el mundo que ven todos los días. Vivimos en el reino del revés, a punto de entrar en el país de las maravillas; somos una democracia surrealista, alucinógena, un país en el que los inmorales nos han igualado y, como en el tango, todo es un desprecio de maldad insolente. Las cosas que leemos y vemos a diario deberían hacernos reflexionar y reaccionar (incluso de forma violenta) si no fuera porque vivimos revolcados en un merengue de pasmo total. Sin inventarme nada, leo que los jueces califican el indulto doble a los policías catalanes torturadores de “grosero, impropio de un estado de derecho”; que una alta representante del Gobierno afirma que los jóvenes emigran por “espíritu de aventura” (una frase que ya se aplicaba a los gallegos dispersos por el mundo, que blasfemaban directamente cuando la oían); leemos que el Senado, ese ente abstracto de dudosa existencia, se gastó casi medio millón en hacer una web (no se sabe con que fin) que cualquiera puede manipular y escribir en ella cualquier cosa, y que un ingeniero la replica en una semana con gasto cero; leemos que el Gobierno intenta una amnistía fiscal por la cual perdona a los delincuentes siempre y cuando devuelvan una parte del dinero defraudado y evadido, y los delincuentes (muchos con cargo público hasta ayer por la mañana) no sólo no le hacen caso sino que prefieren seguir en el delito antes que ser amnistiados, lo cual nos hace suponer que es más rentable. Este país de Alicia no carece de nada, tenemos sombrereros locos, liebres con prisas y reinas de corazones. Y un presidente prácticamente mudo que cuando habla nos echa la culpa de haber arruinado el país comprando televisores de plasma y viajando a Cancún, además de comprar una segunda vivienda, de las miles que quedan sin vender porque los bancos regalaban dinero para todo eso, para los televisores y los pisos, y las constructoras que reventaron la burbuja, se llevaron los dineros a paraísos fiscales y ahora no los quieren declarar ni con amnistías. El presidente está mejor en su versión silenciosa. Pero, a cambio, como este país está al revés, hablan los ex presidentes, Aznar lo hace en un libro y Felipe González en los periódicos. Ambos no siguen la norma de que los muertos no hablan; seguramente es la moda de los vampiros y zombies que los trae a primera línea. Y los seguidores de los dos partidos más ricos de España (que todavía deben a la banca los televisores de plasma de sus campañas electorales pasadas) les aplauden como si estuvieran en campaña, como si no fueran más que políticos mal enterrados. La nostalgia tiene su punto, pero tanta euforia por dos ex presidentes que no se resignan a disfrutar de los pingües beneficios que les dejan sus trabajos privados (regalados por haber sido antes servidores públicos) da que pensar; será que los seguidores de los dos partidos añoran aquel pasado ante el presente negro y el futuro incierto. Lo sabremos dentro de unos años. Porque todo en este país se sabe siempre con efecto retroactivo, como la rebaja de las pensiones jubilosas. Ahora sabemos (antes también, pero no vale que lo sepamos los de abajo si los de arriba no hacen nada) que el todopoderoso gurú de los empresarios españoles, aquel que dijo que “hay que trabajar más y cobrar menos”, el que regía los destinos del empresariado era, realmente un defraudador, evasor y unas cuantas cosas más por las que acaba de ser detenido, sin opción a acogerse a ninguna amnistía fiscal (a no ser que el Gobierno decida hacer lo contrario y perdonarlo). Díaz Ferrán, el hombre que representaba el poder y la pujanza del empresariado español (que ostenta el récord europeo de mayor producción de parados), ha sido reducido a la condición de vulgar chorizo. Ahora dirán unos que ya lo sabíamos, y otros, que en otro tiempo lo abrazaban y se hacían fotos con él, lo negarán cuantas veces haga falta. En el reino del revés, las cosas son así. En realidad lo que era empresa, lo que sustentaba el mercado de producción fue sustituida por un mercado de especulación, de forma sistemática, premeditada y sutil. Y un día nos encontramos con un país gobernado por el dinero, ante el cual se humillan, como decía Quevedo, débiles y poderosos. El Gobierno ayuda a la Banca más allá de lo que pide, y ni con esas soluciona un problema que no tiene solución económica. Mientras la banca se reagrupa y sobrevive a sus propios errores, lo verdaderamente importante de cualquier sociedad, la Cultura, la Sanidad y la Educación, lo único que permanecerá cuando todos hayamos pasado, se resiste a morir. La Educación perdió más de seis mil millones del dinero destinado a su soporte desde 2010; la Cultura no es más que el nombre de un organismo oficial y docenas de guerrilleros sobreviviendo. La Sanidad está en venta directa al mejor postor, mientras los profesionales protestan en las calles y sectores en desamparo como los discapacitados protestan en las calles de al lado (se prevé que, de seguir así se de paso al siguiente estado de la protesta). Y llegados a este punto, ¿podemos considerar al Rey discapacitado y dependiente? Condiciones no le faltan. El país está patas arriba como estado natural, y todo lo que el ahora presidente prometía que iba a hacer lo hizo precisamente al revés, o sea, no cumplió ni una sola promesa. Como corresponde a este reino. En su caso, “lo prometido ya es deuda”. Una deuda cara que tenemos que pagar entre todos.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Todos perdieron


Diario de Pontevedra. 01/12/2012 - J.A. Xesteira
El domingo por la noche andaba fuchicando (bello verbo que hay que reivindicar) con el mando del televisor a la busca, obviamente inútil, de una película de indios y vaqueros, piratas o romanos, cuando, de pronto, se me aparece en cuerpo y alma en la pantalla Dolores Cospedal, con un fondo azul pepé y una franja en la parte inferior con fotografías y números. En un principio pensé que era una de las echadoras de tarot o adivinadoras del porvenir que abundan en las televisiones de madrugada; el tono sentencioso y la cara de dar malas noticias, así como el formato de la presentación, me lo indicaban. El discurso también era del modelo “querida amiga, no le veo el futuro muy claro”. Pero al instante caí en la cuenta de que estaba hablando de las elecciones en Cataluña, de las que me había olvidado por completo, como la mayoría de los contribuyentes que no viven en Cataluña. Supongo que, de la misma manera, a los catalanes les pasó lo mismo cuando los gallegos votamos hace unas semanas. La portavoz del PP hizo un análisis (o algo así) sobre los resultados, como si fuera sacando las cartas tarotas: el Loco, el Ahorcado, los Amantes, el Caballero, el Diablo (a cada partido, lo suyo) y con ellas daba una lección de moral: dios castiga a los malos y premia a los buenos; a los regulares, ni fu ni fa. Todas las películas eran de americanos con pistolas, no había indios ni romanos ni piratas. El lunes, con los resultados a la vista, los partidos que se ofrecían en Cataluña a resolver este estado de cosas, comenzaban a hacer valoraciones. El clima general era de que, en contra de lo habitual, nadie había ganado y todos buscaban ese artificio contable de que fueron los que menos perdieron, o los que más votos populares sacaron, o los que más subieron con respecto a las anteriores o que el nacionalismo sale reforzado o derrotado, según opiniones variables. Pero la evidencia es que la derecha de Mas no llegó al tope, y tendría que echar mano del que se preste a un bi o tripartito. La derecha de Cospedal se da por satisfecha de quedar como le pedían a la virgencita que quedaran, y los socialistas debían esperar un descalabro, porque se contentan con los resultados. Los pequeños relativos, las izquierdas declaradas de verdes, comunistas, republicanos, tendrán que maniobrar para el habitual trapicheo de apoyo-a-cambio-de-puestos o de condiciones de difícil aceptación. Pero eso es lo que el martes ya especulaban los grandes estrategas de las profundas tertulias de debate en cualquier televisión que se precie y que prefiere poner a media docena de sabios a debatir las elecciones (o a debatirse en gritos en programas de intimidades de personas “del corazón”) antes que poner una película de romanos. En todos los debates se dieron todas las fórmulas posibles para el futuro catalán. Claro que los hechos nunca responden a las expectativas y consejos de los tertulianos, igual que los votos no hacen caso a la campaña de patriotismo catalán de Mas ni a la campaña de puro libelo contra el president y unas cuentas en Suiza que nadie investigó pero que aparecen en papeles misteriosos. El futuro no sale ni en las cartas que echó Dolores Cospedal en su intervención de “ya lo dijimos nosotros”. Sobre el miércoles y el jueves el maldito embrollo (para mi, embrollo siempre va con maldito desde aquella película italiana del neorrealismo) ya es un cambalache y un trapicheo de negociaciones para ver como se resuelve el final de la liga, digo de la campaña de invierno, digo del nuevo gobierno para la Cataluña de aquí a cuatro años. Todo se reduce a quien gana la liga, quien se clasifica en zona Champions y quien desciende, como en el fútbol. Esto que llamamos democracia y que, en teoría es un sistema de funcionamiento para elegir el Poder, se ha quedado reducido o transformado por ampliación a un juego en el que baila mucho dinero para ganar nuestra cota de hacer negocios, colocar a los nuestros y, de paso, gobernar el país sin que se tambalee mucho. Pero se tambalea. El sistema se ha pervertido, no era esto la democracia por la que nos esforzamos. El momento actual, en que el país real no coincide para nada con el país gestionado por los políticos, sería un momento propicio para resolver unos cuantos asuntos en lugar de jugar a ganar nuestro equipo y humillar al equipo contrario. Podría aprovecharse la ocasión, por ejemplo, para darle un repaso a la democracia española y repensarla, lavarle la cara y volver a empezar; podría aprovecharse reformar el sistema de elecciones, darle una patada a la ley D,Hont y acercar el resultado real a las decisiones del vecindario votante; podría aprovecharse la ocasión para arreglar la Constitución, un librito que parece sagrado a la hora de tocarlo, pero que a menudo se ignora en cuestiones fundamentales (en realidad sólo es una parte de buenos deseos –todos somos iguales, todos tenemos derecho a una vivienda digna y a un puesto de trabajo– y otra de mandatos que se pueden ignorar –por ejemplo, que una sentencia firme de los tribunales la ignore el Gobierno mediante un indulto–); podría aprovecharse la ocasión para, por ejemplo, replantearse el estado de las autonomías y cambiar a un sistema federal (a nuestro estilo), cosa que podría contentar a todos, incluidos los separatistas, la derecha y el socialismo. Podríamos estar hablando de otras cosas, pero, otra vez, las elecciones no han servido para nada, sólo para que unos se alegren del fracaso de otros y otros justifiquen su resultado final. Parece que sólo importa la clasificación en la tabla y el máximo goleador parlamentario. Seguiremos sin atender a lo importante, mientras se perpetúa un estado de cosas que comienzan a ser nocivas simplemente por estar ahí. Menos mal que el rey Juan Carlos fue operado con éxito en una clínica que no va a ser privatizada, porque ya lo está. El rey asegura que “camina con autonomía”. Aunque con muletas. Como el país.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Una triste coña


Diario de Pontevedra. 23/11/2012 - J.A. Xesteira
Una de las pocas cosas positivas que tiene esta crisis, en su vuelta de tuerca a la incautación de las viviendas de honrados ciudadanos, que previamente fueron aconsejados y estafados (todas las promesas que se saben que no se pueden cumplir y se hacen con beneficio para la parte que las hace son una estafa) por una amplia variedad de entidades bancarias cuyos poco honrados directivos se pasaron la ética por el arco de triunfo, es que ha servido para que los periodistas aprendiéramos a escribir bien la palabra desahucio. No es coña; “desahucio”, junto con otras, como Beethoven, era de esas palabras que, antes de la invención del teclado y el corrector automático, siempre se atravesaban; por eso existían en los periódicos unos señores llamados correctores de pruebas. En el colegio, cuando teníamos faltas de ortografía (en los tiempos en que no tenerlas era importante) nos hacían escribirlas cien veces. Ese ha sido el sistema actual para que todos los periodistas pongan la hache del desahucio en su sitio: han tenido que escribir la palabra todos los días cien veces, y así nunca se olvida. El Gobierno, no, no la escribe y por eso unos días pone la hache al lado de los bancos y otro día pone a los desahuciados en la calle. La oposición socialista, en estado evanescente, tampoco sabe que hacer con la hache y se reúne con el Gobierno y no se entienden, porque son de la época en la que existían correctores de pruebas y ahora que no los tienen, escriben mal, con tuiters y esemeses acompañados de fotografías en las que se ve a las leguas sus faltas de ortografía social. La cosa sería de coña si no fuera tan triste. Como lo que está de moda (indignada) es la expulsión de los habitantes de las casas, el Gobierno saca una ley de la manga para remendar esta situación. Una ley de coña, claro, como corresponde a los tiempos que corren. Según esa ley si se cumplen una serie de requisitos de indigencia, consistentes básicamente en ser una familia como dios y Rouco Varela mandan (absténganse madres solteras y ni se les ocurra a gais de cualquier estilo), es decir, papá, mamá, dos niños/as (o la parejita) y la tarjeta del paro, tienen dos años para seguir viviendo. Eso no quiere decir que tienen el problema solucionado, ni que le van a perdonar los intereses que siguen acumulando sobre los impagos imposibles. Simplemente, que los dejan en la posición de “stand by”, por si en esos dos años contratan al cabeza de familia como presidente de una petroquímica o le tocan los euromillones. Ante esta triste coña, los suicidios de estafados desesperados continúan. Para mayor escarnio, y como una pirueta de circo político el mismo Gobierno de la ley anterior se saca otra para conceder la residencia en España a cualquier inmigrante que compre un piso de 160.000 euros por lo menos (absténganse gentes de pateras, del Sahara de abajo, sudacas pobres y demás; bienvenidos rusos más o menos mafiosos y chinos comerciantes). Así la cosa está mejor: si eres extranjero rico, puedes ser residente en un piso; si eres español pobre puedes residir en la calle. Y eso que los jueces, gentes que habitualmente mantienen su postura de aplicar las leyes vigentes de forma más o menos justa, opinan, por vez primera y en grupo: los ciudadanos están desprotegidos. Lo que quiere decir: cambien las leyes, porque no sirven y no queremos aplicarlas. Por cosas como estas, el portavoz del partido en el Gobierno llama al juez pijo ácrata, indecente e impresentable. Y no pasa nada. Otra cosa es cuando el apostrofado es el ministro Wert. En ese caso, el fiscal actúa de oficio y denuncia al grupo de personas que le llamó unas cuantas cosas en una de sus apariciones ministeriales. En ese caso, sí es un delito insultar a un ministro, aunque en ocasiones no se trate de un insulto, sino de una evidencia. El español, en grupo o en masa, está acostumbrado a insultar o a jalear; es costumbre tradicional llamarle hijoputa a cualquier árbitro de fútbol o llamarle guapa a la Macarena. El llamarle al ministro Wert cualquier cosa del modelo árbitro no debiera ser considerado insulto, sino una coña de la idiosincrasia. De cualquier forma, con la multa que piden para los insultadores (60 a 90 euros) creo que más de uno se va a apuntar a llamarle cosas a los ministros, sale barato. Porque estamos de coña, y eso también hay que considerarlo. Por estar de coña no se distingue entre gasto e inversión, se mete todo en el mismo saco y el resultado es que, llamen como le llamen, se recorta siempre de lo mismo, por abajo, por la parte más débil, los dependientes, los disminuidos psíquicos, físicos, los que tenemos que ir al ambulatorio y pagar recetas y ese largo etcétera que usted podrá rellenar según su criterio. Para compensar y seguir la coña, se crea el Banco Malo (se espera que aparezcan en breve el Bueno y el Feo) con sueldos millonarios para sus directivos. Y al tiempo se prohibe pagar en efectivo más de 2.000 euros (ya quisieran los casi seis millones de parados poder meter la mano en el bolsillo y sacar 2.000 euros para pagar) Y es que estamos en un país de coña triste. Los artistas de la pista central no hablan ni saben que hacer, después de un año de gobierno echándole la culpa a los anteriores; los anteriores, buscándose a sí mismos y tratando de averiguar donde se perdieron. Y el rey de España, que siempre parece estar de coña, anuncia que la cadera, que es el fundamento de su estatura real, está averiada por la izquierda, y la derecha se resiente. Como el resto de los españoles. Así que se va a operar, como siempre, en una clínica privada, que no van a convertir en geriátrico ni en otra cosa. Entre tanto, para seguir con la coña española, la extrema derecha se aprovecha y, a imitación de los fascistas griegos, crea una especie de auxilio social para españoles indigentes. Elemental.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Un cuento y pico


Diario de Pontevedra. 16/11/2012 - J.A. Xesteira
Hay que reencontrar siempre a los clásicos porque, si no lo hacemos, son los clásicos los que nos reencuentran a nosotros. Los clásicos lo son por algo, no porque lo apoye una campaña de márketing. Sobreviven en el tiempo y en el espacio, y por ello sabemos más de la guerra de Troya gracias a un poeta ciego que de la guerra de Afganistán, con todo el poder mediático de las nuevas tecnologías. El otro día me agarró un clásico y me dio una lección sobre la crisis y la situación actual por la que pasamos (espero que estemos pasando) en España en particular y en el mundo en general. Lo encontré en una librería de segunda mano, una edición del Segundo Libro de la Selva con ilustraciones preciosas. Entre las historias del niño-lobo, una titulada «Como llegó el miedo». Kypling, el autor, utilizaba sus escritos con afán moralista, a veces de forma controvertida, pero con un fin parecido a las parábolas. El cuento en cuestión decía que el agua había desaparecido de la selva, todo se secaba y la situación llegó al extremo en que el elefante Hathi decretó la Gran Tregua, durante la cual, y mientras el agua fuera escasa y todos tuvieran que beber en la misma charca, ningún animal cazaría a otro; los comedores de carne no matarían a los comedores de hierba, y la pantera Bagheera bebería al lado de los ciervos. La ley dice: no se caza, no se mata Los animales se reunieron para establecer el pacto y esperar a que regresaran las lluvias y volviera el agua. Todos estaban reunidos, hablando de la mejor manera de soportar aquella gran crisis de la selva, la que les había metido en el cuerpo un miedo mucho más grande del que cada animal arrastra sobre sí mismo a lo largo de su vida, cuando apareció el tigre cojo, Shere Khan, quien acababa de matar a un hombre «por placer y no por necesidad», afirmó. Tenía derecho a hacerlo en virtud de una vieja leyenda, pero, sentenció el sabio elefante Hathi, «sólo a un tigre cojo se le hubiera ocurrido alardear sobre su derecho en una época en que padecemos juntos». Los animales, unidos, volvieron la espalda al tigre, que es el único animal de la selva que no puede mirar fijamente a los ojos. El cuento es oportuno porque estamos viviendo en nuestra selva particular una época de miedo; el agua de la felicidad prometida, de alegres préstamos hipotecarios que los bancos, que aseguraban que eran ricos, ofrecían como lluvia de mayo. Nuestra selva se secó y sólo queda la pequeña charca del Estado en la que tenemos que beber todos. Y hay señales de que se está en camino de firmar una Gran Tregua, porque de lo contrario la sociedad de la jungla desaparecerá. Hemos visto protestar en la calle contra los dictados del Gobierno a colectivos insólitos; jueces, abogados y personal de Justicia salieron a mostrar su desacuerdo; jueces que dan la cara en las televisiones y afirman que la ley que ellos tienen que aplicar no es justa, y que no están dispuestos a ser los cómplices de unos desahucios injustos; los médicos de todos los rangos salieron junto con todo el personal de bata blanca a la calle para oponerse a las pretensiones de privatización de la sanidad pública; los policías se niegan a ser ejecutores de sentencias que echan de sus casas a personas indefensas; los alcaldes presionan a los bancos para que paren los desalojos. Los distintos sectores de la sociedad que padece esta gran sequía, está época del Miedo, salen a la calle, se manifiestan en los foros, aparecen en nuestras pantallas de ordenador para revolvernos las tripas del alma y cabrearnos. El miércoles salieron a la calle todos, los comedores de carne junto con los comedores de hierba. Un pacto, una tregua. Mientras, los jefes de la jungla se reúnen para buscar una solución en tanto no viene el agua. Sólo el tigre cojo, el Capital de la selva, ejerce su derecho a partirnos el cuello, la ley lo ampara para poner en la calle al que no pague, para dejar sin atención a los más débiles, a los dependientes, a los que no se valen por si solos. Sólo la muerte enseña el verdadero rostro de la situación; la mujer que se arroja por la ventana mientras suben por las escaleras los agentes del desahucio; la mujer discapacitada que muere de inanición porque su madre se muere a su lado, son las muestras de que el Miedo se extiende, y hay que pararlo. Aunque esté dentro de la ley. Los días del Miedo nos han traído problemas de los que aprender y contra los que debemos rebelarnos. Seguramente no aprenderemos y, cuando pase todo, cuando vuelvan las lluvias (siempre vuelven, antes o después) ya nos habremos olvidado de cuando fuimos pobres, de cuando tuvimos miedo. Pero para entonces ya se habrán perdido varias generaciones de artistas, de científicos, de aquellas grandes promesas que podrían haber hecho el mundo un poco mejor de lo que estaba. El presente no aprende nunca del pasado. En el crack de 1929 los banqueros de Nueva York se tiraban por las ventanas; en este crack de 2012 los banqueros tiran por las ventanas a las pobres gentes que fueron estafadas por los mismos banqueros. La Selva entera mira hacia arriba y no ve ni una nube que pueda dejarnos el agua necesaria para la vida. Los políticos, que dicen trabajar para nuestro bien , (en realidad trabajan para verse en el espejo de la tele: a un político le quitas su vanidad y se queda en nada) aseguran que el Sistema no soporta el gasto, y en lugar de derribar el sistema, suprimen el gasto. Si el Estado no es capaz de mantener lo público y prefiere regalárselo al sector privado, entonces no necesitamos ese Estado. Si el Derecho no ampara a los que hemos ganado el derecho a ser iguales, felices y vivir con justicia, entonces hay que cambiar el Derecho. Así estamos ante la charca, esperando. Sólo el tigre cojo sigue matando por placer.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Sensaciones borrascosas


Diario de Pontevedra. 10/11/2012 - J.A. Xesteira
Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver... Cantaban en el himno anarquista que en su versión original se llamaba La Varsoviana. Y las nubes se oscurecen cada vez más y la sensación real de las gentes telespectadoras-contribuyentes-ciudadanas-pensionistas es que la cosa se está poniendo cada vez más negra, como (y me perdonarán que acuda a tantas canciones) cantaba Chico Buarque: “unos días llueve y otros días hace sol, la gente habla de fútbol pero la cosa está negra”. Es una sensación generalizada, abonada con telediarios y titulares de prensa, que no ayudan a entender los porqués de tanto nubarrón; más aún, la confusión periodística alcanza extremos entre paranormales y surrealistas. Lo importante, el resultado final de las sensaciones que percibimos pero que no alcanzamos a comprender, porque no hemos hecho nada para merecer esto, es que las previsiones del tiempo social son nefastas, no se ven anticiclones de bonanza por ninguna isobara, y la frase más repetida es “la que está cayendo”. Y cae cada día en cada nuevo titular que remacha un clavo más en el acojonamiento general. El lunes, que es un día que todos odiamos, especialmente por la mañana, mientras los americanos se enfrentaban a ese laberinto electoral que ellos llaman democracia (no lo es, no pasa de un siniestro juego de capitales y fuerzas económicas) los españoles, incluidos los supuestamente separatistas, nos frotábamos las legañas con la ya vieja noticia de que el paro seguía subiendo: en octubre, un 2,7 por ciento más de apuntados a las oficinas de registro de paro (que no de empleo) mientras el número de afiliados a la seguridad social caía en 73.000 personas. Nubarrones de lunes. Como el que nos cuenta que, según un observatorio de demoscopia los españoles hemos bajado en el escalafón de las clases sociales, se nos ha degradado un peldaño o más en la escala de valores; la mitad de los transeúntes de este país admite que bajó de clase media a clase media-baja. No es mucho decir, porque no hay muchos datos para medir clases, no hay un “clasómetro” como para medir la presión arterial en una farmacia (se sugiere la investigación en ese sentido, con una inversión en I+D para patentar una máquina de medir clases sociales; se podría colocar en las oficinas del Inem, con lo cual tendrían un valor añadido a los que supuestamente tienen). Pero lo importante no es el dato en si, sino que ese dato es una percepción de los ciudadanos, que se sienten de clase inferior; es como si aquel “spanish way of life” que arrancó en los años 70 del pasado siglo en Torremolinos, y que nos llevaba de triunfal crédito y victoriosa hipoteca hasta la derrota final, nos diera ahora con la sensación en las narices: somos clase media baja, y nunca debimos cruzar el Mississippi de la clase media alta, donde imperan las vacaciones y los puentes con crucero a precio de ganga. Nunca debimos olvidar de donde venimos, que somos masa obrera, despedible y reciclable en un Ere. El que anunció un día que ya no había lucha de clases, mentía como un bellaco y, además, lo sabía. Era un truco de espejos, en los que nos veíamos con el móvil en la oreja agitando en el meñique las llaves del Audi y pidiendo al mismo tiempo un reserva de Rioja con jamón ibérico. Los hechos, decía Vladimiro Ilich, son tercos como mulas y la realidad se impone, o, al menos, la intuimos en medio de la tormenta del lunes de otoño. Los entrevistados de la encuesta creen, en inmensa mayoría, que existe una gran desigualdad social y económica; y eso ya no es sensación, es evidente, y siempre lo ha sido, aunque lo pintaran de colorines. Por lo tanto nos encontramos de nuevo la vieja lucha de clases, aunque por el momento es una lucha pacífica, dialéctica y de esperanza de tiempos mejores. Que vendrán, seguro, porque nunca llueve que no escampe. Mientras tanto, hay que poner paraguas, calzar katiuskas y vestir chubasqueros, o ropa de aguas marineras. No es tiempo de andar a cuerpo empapándonos. Somos clase baja, de acuerdo, pero también tenemos nuestro corazoncito. Y no debemos cabrearnos por no poder alternar, porque el mundo da sorpresas y hay que estar preparado para todo y asumirlo. Hace años un amigo periodista descubrió que, según los datos que manejaba el antiguo Instituto Nacional de Estadística, toda la redacción del periódico, de acuerdo con los parámetros económicos estructurales y de renta per cápita, estábamos en la franja de “marginados y gitanos”. Nuestra clase, en ese caso, era bastante acertada (hay que recordar que los periodistas, en su versión de autónomos, estábamos inmersos en un epígrafe fiscal curioso, en el que figuraban payasos, malabaristas, titiriteros variados, serenos, toreros y personas de actividades diversas y difícil clasificación, lo cual también era muy ajustado, somos todo eso y algo más) Llegados a este punto hay que asumir la tormenta y pensar que después del lunes caminamos hacia el sábado irreversiblemente. Las oscuras percepciones y las sensaciones grises no son más que un estado de ánimo inducido por el miedo que pretenden meternos en el cuerpo desde todos los frentes políticos, con el evidente fin de que “aceptemos con resignación los golpes y dardos de la insultante fortuna” en lugar de “enfrentarnos a un mar de calamidades, hacerles frente y acabar con ellas”; el ser-o-no-ser de Hamlet. Nosotros decidimos y ahí no vale resignación de clase media baja, lo sabemos los que pertenecimos a la clase “marginal-gitana” del periodismo. La tormenta está ahí, y sabemos una cosa: el huracán lo soportan mejor las clases miserables de Haití, Jamaica y Cuba, que el primer mundo de Nueva York con todo su poderío. Y sabemos otra cosa, que la Varsoviana comenzaba con las nubes oscuras que nos impiden ver, pero continuaba con el llamamiento a las barricadas. La vida es lo bastante breve como para que tengamos que andar con la sensación del lunes toda la semana. Agarremos al sábado por el cuello, porque nos pertenece.

sábado, 3 de noviembre de 2012

En presencia del Rey


Diario de Pontevedra. 02/11/2012 - J.A. Xesteira
Cuenta Charles Darwin en su libro de viajes alrededor del mundo que en Tahití los nativos deben ir desnudos de cintura para arriba en presencia del rey. En cada latitud se observan unos protocolos diferentes ante la realeza. En los tiempos en que se usaba sombrero había que descubrirse ante el monarca (sólo estaban exentos los marinos que habían doblado el Cabo de Hornos, que además podían usar arete en la oreja y mear a barlovento). Las normas varían con los tiempos y los reyes se adaptan a las circunstancias; a veces salen en carroza dorada por las calles de Londres y a veces salen delante de un elefante muerto. Son cosas reales de la realeza. El rey de los españoles es un personaje atípico, como todo en este país. Sabe posar con empaque de moneda ante un desfile y sabe vestirse de marinero de yate para la ocasión. No es como los reyes que quedan por Europa, un poco apretados dentro de sus papeles, él está definido como «campechano» sin que se sepa muy bien por qué. Un amigo mío dice que es por haber estudiado en la Escuela Naval de Marín, donde el Dúo Dinámico cantaba aquello de «Guardiamarina es, que duda hay, un tipo alegre, campechano y sin igual...». Será por eso. En presencia del rey se puede estar de forma oficial, según el protocolo, disfrazado de lo que toque o en restringidos momentos de relajación. A los primeros corresponden los actos oficiales, aperturas de años judiciales o de parlamentos; a los segundos, las reuniones informales con periodistas. Son dos mundos distintos en los que don Juan Carlos se porta de manera diametralmente opuesta. Se cuentan anécdotas de su vida privada suficientes como para un diccionario de leyendas reales. Muchas son eso, leyendas, pero sí persiste en él el espíritu de su abuelo, el trece de los Alfonsos, famoso por su vida de pendoneo matritense. Juan Carlos I es un rey atípico; instaurado en el trono por un dictador, mediante una extraña ley aprobada en un referéndum más que dudoso, cuenta, sin embargo, con la aceptación de la inmensa mayoría que aceptó su figura como pivote para la Transición; se consolidó después con su papel en aquella comedia siniestra llamada 23-F y se instaló en su papel de representante bien acogido en el extranjero. Pero, como todas las cosas, eso funciona bien cuando el país es feliz y rico; cuando las cosas están de capa caída empiezan a aparecer las banderas republicanas y los gritos antimonárquicos. La masa funciona así, un día hacen fiesta por la coronación y otro día hacen fiesta por la decapitación. Un día celebran que el rey le diga a Hugo Chaves «¡Por que no te callas!» (una gachupinada colonialista) y otro día le dicen la misma frase al rey (una falta de educación social). El rey es viajero, el que más de toda Europa (solo superado por el Papa anterior) y aprovecha para representar al comercio español y a esa estupidez llamada «marca España». Cuando sale actúa como rey y como presidente de empresarios. Lo hacía cuando era príncipe en el banquillo (mi primer artículo en un periódico hablaba sobre una foto en la que el príncipe de España se sentaba con los jeques árabes durante la crisis del petróleo que acabó con los famosos petrodólares) Durante el último viaje oficial habló en los dos terrenos que pisa; en el oficial leyó los folios habituales y levantó la copa por una próspera colaboración entre los comerciantes de los dos países; con los periodistas salieron las frases de que «en España dan ganas de llorar» y de que tenemos que salir adelante como Tarzán, «con el cuchillo en la boca». En la distancia corta, como en el anuncio, se la juega, y la caga. Porque no es persona que se calle y lo mismo le echa un rapapolvo a Rajoy que llama por teléfono a Fernando Alonso para animarlo en la carrera. Si hay una persona o personas que le escriben los folios oficiales, en los tiempos libres no tiene a nadie que le frene ni le asesore. Y así se escriben los titulares. El problema es mayor, porque ahora cada ciudadano puede poner su opinión al instante en todos los ordenadores, teléfonos e iPod del mundo y nada más decir la frase real, surgen millones de frases virtuales que le piden que se calle como mínimo. El rey acaba de entrar en un terreno peligroso en el que ser campechano no sirve. Tiene una página web y eso es como tener un perro de pedigrí reconocido; es agradable, juega con los niños, se pueden enseñar a las visitas, pero hay que darle de comer todos los días y llevarlo al veterinario para que le quite las garrapatas. Y a la mínima nos la juega. Don Juan Carlos acaba de dar otro paso, y ha opinado en su página, que no es lo mismo que opinar en la seriedad del banquete oficial, ni en el discurso de buen rollo de Navidad ni en el jijí-jajá de los periodistas relajados. La web es traicionera y todo lo que digas será usado en tu contra, porque es pasto de millones de opiniones instantáneas. Y se ha estrenado, nada menos que con una opinión sobre el independentismo catalán, con una especie de artículo editorial en el que pide unidad, concordia, buenas maneras y democracia. Se supone que detrás del escrito hay un equipo redactor, y que además cuenta con el visto bueno del Gobierno. Pero con ello se abre la veda para que el rey de las Españas sea cuestionado y se abra una caja de pandora imprevista. Mientras, en Asturias, el príncipe Felipe se enrocaba en lo que llaman un perfil bajo. Pedía un poco de optimismo y esperanzas y aplaudía a la filósofa Martha C. Nussbaum cuando decía que «la gente no lucha por la renta nacional, lucha por una vida con sentido para ellos mismos». El príncipe sabe que el futuro ya no es lo que era y que los que protestan en la calle ya han amortizado a su padre, un tipo alegre, campechano y sin igual.

sábado, 27 de octubre de 2012

Cosas que todos sabíamos


Diario de Pontevedra. 26/10/2012 - J.A. Xesteira
A estas horas, las pasadas elecciones autonómicas ya son sólo materia para que los grandes debatidores de los Medios expliquen los cómos y los porqués del asunto; lo mismo deben estar haciendo los parados y jubilados en las esquinas de las plazas o en las barras de los bares. Las conclusiones son similares, los debates por ahí se andan; la única diferencia es que los grandes estrategas televisivos cobran por su presencia y sus sentencias fundamentales, y los parados y jubilados pagan por las cañas y los manises. Los resultados serán tema de análisis en secreto por cada partido, desde el conocido «¿que-he-hecho-yo-para-merecer-esto?» hasta el «tenemos-cuatro-años-por-delante-para-cagarla». Pero la vida sigue igual, o parecida. Y pasaremos del Halloween (antes Todos-los-Santos) hasta el puente de la Constitución para llegar a la Navidad. Mientras tanto, los grandes estrategas seguirán explicando por un tiempo (breve) las elecciones y el nuevo paisaje parlamentario gallego, y pasarán a otra cosa que merezca una explicación a debatir delante de las cámaras. No me encontrarán delante de ellos, en mi sofá de la tele; hace años que me quité de debates y tertulianos, lo mismo que me quité del pitillo. Un dato. Al día siguiente de las elecciones vascas y gallegas, la Bolsa siguió a su aire, lo que puede demostrar que la política no tiene nada que ver con la economía o que la economía está por encima de los movimientos políticos que no le van a hacer daño; tan fuerte e independiente es el negocio que no precisa de respaldo de los políticos. Hacen lo que les da la gana con las primas de riesgo, las calificaciones de las agencias y las compraventas de la vida de los ciudadanos. Con total impunidad, mande quien mande. Nadie les manda parar, aunque todo el mundo sabe que hay que detener el salvajismo del capital a su libre albedrío. Cuando toquemos fondo (dentro de nada) lo intentarán, pero para entonces ya será tan tarde como condenar a Lance Armstrong por haber hecho trampas en el Tour. Lo sabíamos hace tiempo: Lance Armstrong se drogaba. Hay cosas que son imposibles y sus triunfos eran una de esas cosas; cualquiera se olía que un deportista, por muy bueno que fuese no podía ganar siete veces seguidas la carrera más dura del mundo. Intuíamos que había algo más; y eso lo veíamos en el televisor del bar. Los organizadores y expertos de la organización, gente que sabe de eso mucho más que nosotros, a fin de cuentas simples espectadores, tenían que saberlo y tenían que haber investigado el trasfondo del asunto. Pero no, estaban encantados con los triunfos amañados del corredor americano, y lo sabían, o, por lo menos, tenían las mismas sospechas que tenía todo el mundo. Veíamos que no era un deportista, sino un ganador, no jugaba limpio, actuaba moviendo a su antojo al Tour de Francia, no se paraba cuando un corredor se partía los huesos en una curva, y exigía que se parase la carrera cuando él quedaba cortado por una caída de pelotón. Era un gran negocio para todos, para los organizadores del Tour, para las empresas patrocinadoras y para el propio Armstrong y su empresa personal, que acumulaban montañas de dinero gracias al juego sucio, a las drogas que convertían a un buen ciclista en un supermán. Ahora lo borran de la historia, lo declaran inexistente para el Tour, pero ya es tarde. No le pueden quitar lo bailado, no pueden borrar su imagen en las hemerotecas ni los millones de sus cuentas corrientes y sus negocios, por mucho dinero que tenga que devolver (si lo devuelve) la fama y los honores recibidos no pueden suprimirse a golpe de «replay». Ni siquiera ese vacío en el que quedan esos siete años en los que nadie ganó el Tour solucionan la chapuza que todos veíamos que era evidente, pero que los principales vigilantes prefirieron disimular y no investigar a fondo. Ahora es tarde. También dentro de unos años nos dirán, como gran novedad y cuando ya no tengan remedio, cosas que ya sabemos ahora, que las agencias de calificación financieras son un bluff por no decir organizaciones delictivas. Cosas que se suponen, que olemos, que no hace falta que nos las digan en los grandes debates de los tertulianos. Acaba de saberse (y lo dice nada menos que un informe del Banco Central Europeo) que las agencias de calificación dan buena nota a sus clientes, a aquellas entidades financieras que, a cambio, le pasan fuentes de negocio que las mismas agencias valoran como muy buenas (volvemos a recordar las calificaciones de Lehman Brothers) lo cual no extraña a nadie, pero ningún gobierno toma mano en ese asunto, que puede ser un escándalo como el de los chinos. Se hacen leyes para todo, incluso para llevar a un niño en el asiento de un coche, pero no se hacen leyes para controlar a las agencias de calificación, que no sólo han demostrado que se venden al mejor postor sino que además han sido cómplices necesarios en el origen de la crisis (recuerden a los bancos que las compañías declaraban como maravillosos y que después eran un globo de papel). No sólo no las investigan como a Armstrong en su momento, sino que se rinden a sus calificaciones como si fueran Dios en el Sinaí; las consultoras contratadas por el Gobierno para definir la calidad de los bancos españoles cobrarán 31 millones de euros por cuatro meses de trabajo. Nos dirán cosas que pueden ser verdad o no, pero que lo sabremos dentro de algún tiempo y, además, no servirán para nada. Hace unos años (¿recuerdan?) todos los bancos y cajas eran el cuerno de la abundancia. Pero los 31 millones ya no los devolverán aunque se equivoquen (o mientan). Cada cosa hay que hacerla en su momento. No hay efecto retroactivo. No se puede quitar lo bailado ni pedir el perdón papal a Galileo cuatro siglos después. Como el PSOE, que ahora se dan cuenta de algo que todo el mundo sabía: ser de izquierdas era otra cosa.

sábado, 20 de octubre de 2012

Dicen cosas en la prensa


Diario de Pontevedra. 20/10/2012 - J. A. Xesteira
Vienen las lluvias y me encuentran con una empanada de paracetamoles y la cabeza como una olla a presión en la que se cuecen las noticias más espesas que asoman la nariz por la pantalla. Lo que cae en la olla es esa comida común a todas las civilizaciones, que consiste en hervir agua y meterle dentro cualquier cosa: berzas, patatas, cerdo y el etcétera del cocido gallego; productos tropicales del ajiaco cubano o un misionero en el caldero de los zulúes del chiste. De la misma manera cae este periodismo sufridor que leo en medio de la nube de paracetamol, el periodismo del que Juan Luis Cebrián (gran jefe del periodismo de la Transición) anuncia su fin, toda vez que él ya no pertenece a ese mundo sino al otro, al que trata por todos los medios desde foros como el Grupo de Bilderberg (ver wikipedias) de eliminar el periodismo que un día existió, el que contaba otras cosas y de mejor manera. En medio de esta nebulosa leo cosas sin pies ni cabeza y compadezco a los periodistas que hayan tenido que asistir a eventos en los que se dicen las más grandes estupideces con la tranquilidad del que ha pronunciado una frase histórica. Por ejemplo, leo entre diferentes comillas, opiniones variadas sobre la huelga; el consejero de Castilla-La Mancha afirma que los estudiantes no tienen derecho a la huelga, y en otra página, el portavoz del PP en el Congreso asegura que en sus tiempos las huelgas las hacían los de Batasuna. Me entran dudas; ¿hice bien en Mayo del 68 saliendo a la calle a armarla –éramos ilegales, no teníamos derecho a la huelga, por supuesto, pero nos lo ganamos como se ganan esos derechos–? La duda me viene porque gracias a que el estudiantado salió a la calle hace cuarenta y tantos años junto con el obreraje, toda la tropa de demócratas de ahora mismo están donde están (incluido Cebrián). Leo en otro lado a José Bono, ex ministro, que está de acuerdo con la teoría del ministro Wert de “españolizar” a los niños catalanes (Manolo Escobar ya había inventado el verbo “españolear”, mucho más certero). Y en ese punto retomo en medio de la nube que aturde mi cabeza la vieja historia de la independencia catalana, un coco que unos y otros esgrimen como argumento falso, los unos de Mas, como recurso fácil al que se pueden apuntar todos los que quieran (cabe recordar que el partido de Mas es tan de derechas como el de Madrid, que es el que identifican como centralista) y los otros, los del Gobierno central, ayudados por los socialistas y el Grupo Planeta, diciendo que tendrán que pasar por encima de sus cadáveres, que España es una, menos grande y con libertades medio restringidas. Una tormenta que se produce a causa de las bajas presiones presupuestarias y la necesidad de ganar elecciones. En tiempos de bonanza financiera nadie se mueve por la independencia, con excepción del día en que conmemoran una batalla de hace tres siglos. Al final todo se resume en la misma visceralidad que enfrenta a los del Madrid con los del Barça, una cuestión de buenos y malos. Y en torno a estas grandes frases de la historia de España (las del ministro Wert son de editar en fascículos) y mientras el Hombre Misterioso de la Moncloa guarda silencio, suceden cosas que se me aparecen entre los analgésicos. Como una película de kung-fu desmantelan una red china de blanqueo de dinero en la que va de artista invitado el actor porno Nacho Vidal; ¿alguien puede imaginarse un guión tan perfecto? Todo el mundo sabe que los chinos son una fuerza incontrolable, que van a su bola, que no entienden los métodos occidentales de hacer dinero; lo metían en contenedores, en coches, a mogollón, cuando todo el mundo sabe que eso se hace por medio de entidades financieras legales, como las que usan las multinacionales, que dicen que ellos pagan los impuestos y la seguridad social en el País de Nunca Jamás, y nadie los investiga. Lo de los chinos y el porno es como para hacer una serie a la que se podría añadir la presencia alabada del millonario americano Adelson, que es recibido como un Mister Marshall que va a solucionar la vida al Madrid mesetario. Adelson cuenta con el apoyo del presidente de Madrid y del Silencioso de la Moncloa. Pero lo curioso es que hasta ahora el tal Adelson, un tipo que está siendo investigado en su país, no enseñó nada de lo que piensa hacer ni ha enseñando la pasta. Todo está, de momento, como mi cabeza, en medio de la niebla. Chinos, porno, casinos... El marco perfecto para nombrar ministro de Educación y Cultura a Chuck Norris. La cosa sería de risa si no fuera seria y preocupante. Mientras se dicen frases tontas sobre el estudiantado, los datos registran que España va a la cabeza de Europa en lo que se refiere a fracaso escolar (al tiempo que es el país que exporta a más licenciados y doctores que no encuentran trabajo en su tierra). Mientras se discuten las tripas de España, el número de gentes que caen bajo el índice de pobreza aumenta y los servicios sociales, que también fueron recortados, tienen que atender a cerca de diez millones de personas que carecen de lo básico. Menos mal que la población española desciende, y ya somos menos habitantes y menos problemas. Cada vez los ricos son más ricos y las ONG se buscan la vida como pueden. Todas estas cosas las van contando como pueden los periodistas, una especie en vías de extinción que siempre pelea por no extinguirse. Ignoro si Cebrián trata estos temas en las reuniones del selecto y opaco Grupo Bilderberg, pero los periodistas que va a despedir tratan de hacer que las gentes como nosotros nos enteremos. En medio de la empanada otoñal (voy a dejar el paracetamol y tomarme leche caliente con miel y whisky, que hace lo mismo y sabe mejor) me doy cuenta de que están juzgando el caso del “Prestige”, aquel enorme desbarajuste político-naval. Y mañana hay elecciones.

sábado, 13 de octubre de 2012

Campaña


Diario de Pontevedra. 12/10/2012 - J.A. Xesteira
Salgo a pasear el sábado para aprovechar los rayos de sol que van a escasear dentro de unas semanas. En mi pueblo no tengo la mala reputación de Brassens, y me paro en cada esquina con algún conocido que me comenta cualquier cosa; abuelos con nietos de guardería, jubilados que han dejado de fumar y se cuentan cosas de cuando fumaban y sus empresas los tenían en alta estima, jóvenes parados entre dos trabajos express, sus jóvenes esposas con cochecitos y toda la fauna que poblamos los pueblos y las ciudades de medio tonelaje. De pronto avanza entre la población un grupo que se hace notar; conozco a algunos, me dan la mano, tanto los que veo cada día como otros a los que no conozco, sonríen y me entregan un prospecto de colores. Y pasan. Son un grupo político que pide el voto para su candidato. Una ceremonia absurda, copiada de las películas americanas, en las que los candidatos, asesorados por sus jefes de estilo, se ponen o quitan la chaqueta, la corbata, se cambian la camisa, marcan la sonrisa y estrechan manos, al tiempo que entregan el folleto de instrucciones a la señora del pescado, al del quiosco, al jubilado, al abuelo, al joven, a la mujer del joven, y a mí. Aprendieron hace años esa rutina y la repiten cada campaña electoral de la misma manera, sin pensar si vale la pena y sin caer en la cuenta de que el conocido que ayer me saludó en la calle con un frío hola, resulta ridículo que hoy me estreche la mano como si me felicitara de antemano por votar a su candidato. Son unas modas repetitivas que alguien le vende a los partidos políticos como muy efectivas y de resultados probados. El contacto humano, le llaman, un contacto que desaparece en cuanto se consiga el escaño o el poder deseado, y que reaparece de forma esporádica y paternalista en fiestas gastronómicas, romerías variadas o actos del propio partido, en los que unas señoras llevadas en peregrinación le dicen al baranda de turno que es muy guapo, que siga así que lo está haciendo muy bien (aviso, este evento de las señoras no es exclusivo de ningún partido político, está en la idiosincrasia de un pueblo educado en los programas folklórico-pailanes de la televisión autóctona) Me siento en la terraza de un bar a reponerme del choque que supone caer en la cuenta de que ha comenzado la campaña electoral. Al cabo de un rato me llega una voz que supongo que proviene del tenderete que montaban cerca con panel de colores políticos y atril con micrófono, evidencia de que se iba a dar un mitin de presentación. La voz es casi monocorde, como de alumno al que sacan al estrado para que lea su trabajo. Realmente no convence, si ese es su objetivo. Los candidatos principales y los secundarios tienen eso que ahora llaman “perfil bajo”, en realidad, un nivel sociopolítico submarino, de escaso pegamento con el público al que pretenden convencer de que van a ser buenos administradores, honrados personajes públicos y solemnes incorruptos. Las comparaciones con los políticos de la transición son tópicamente odiosas. Veo en los noticiarios televisivos los rostros de los carteles, y su mensaje se reduce a una pelea con unas encuestas y a culpar al contrario del mal general. Sus argumentos parecen sacados del juego de la Señorita Pepis para políticos. Desde la terraza veo, porque es día de feria quincenal, a unos gitanos que venden bragas unos metros más allá del mitin. Su mensaje es mucho más, claro, su voz es rotunda, su capacidad de convencimiento, mayor, el producto, claro y evidente. Las compradoras se acercan, ven el género, lo miden, lo analizan y sonríen con las frases del hombre vestido todo de negro. Eso si que es un mitin (del inglés, que significa encuentro, contacto) ahí hay empatía entre lo que se desea y lo que se ofrece. El gitano no les dice a las compradoras que lo que vende el senegalés de al lado es malo, ni le distrae con retóricas inútiles. No entiendo como todavía no se han dado cuenta los políticos del potencial gitano para su causa, como ya se han dado cuenta los evangélicos, que los han convencido de que su religión es la buena. Hace años, en unas fiestas del Pilar en Zaragoza, un amigo periodista de aquellas tierras me llevo la noche del 11 de octubre a ver la Zaragoza de verdad; me metió por un callejón en el que se oía música de guitarras y cantes flamencos; era la sede del Partido Comunista. Un avispado marxista entendió el poder de los Montoya y los Heredia y los convenció de que el comunismo era la libertad de la que los gitanos sabían la tira. Votaron comunismo y doblaron los votos. Entramos y el espectáculo era inefable: bajo un enorme cuadro de Carlos Marx y la hoz y el martillo, guitarristas y cantaores montaban su fiesta, entre vinos y tacos de jamón. Se habían puesto de acuerdo: lo importante no era el candidato, sino la causa, y habían conseguido una fusión perfecta: marxismo-flamenquismo. Una variante del tema pude conocer años después, cuando una agrupación anarquista de Vigo consiguió meter en la Idea a familias gitanas. Lo importante es la oferta, el mensaje, el programa o la causa, algo que de esperanzas, que ilusione. Y después hay que buscar a un vendedor que, como el gitano, sea capaz de conectar con los posibles votantes, tenga palabras propias y condiciones para decirlas. Los personajes que vi el los informativos peleando contra las encuestas estaban descolocados, como monja en cabaret. Sus ideas –que no son propias– tropiezan a la hora de pronunciarlas y salen en forma confusa. Parece que media una gran distancia entre el cerebro y la lengua. Es evidente en casos desafortunados; cuando el político se quiere hacer el simpático hay que echarse a correr. El ejemplo del Castelao de las mujeres y las leyes es de manual de primaria: hay que hablar con la cabeza fría y los pies calientes. O callar, como el Mistery Man de la Moncloa. Menos mal que la campaña es corta.

sábado, 6 de octubre de 2012

El miedo es un bumerán


Diario de Pontevedra. 06/10/2012 - J. A. Xesteira
El miedo es un arma fácil de utilizar y difícil de controlar. Tiene olor (huele a sudor seco) y sabor (sabe a cobre) y todos lo hemos experimentado alguna vez a lo largo de nuestras vidas; ya desde la infancia sabemos de que va la cosa y a veces el mayor miedo nos lo provoca algo que no existe, que podría suceder y que está en una hipótesis de futuro. Nos eriza el pelo de la nuca y nos provoca descargas eléctricas por las sienes. Ha sido desde siempre un argumento de dominación, ya por amenaza directa o por insinuación. Es un arma política, el motivo que esgrimen los candidatos para ganar un voto: fuera de mi está la perdición, sólo conmigo seréis felices. Pero así como el uso dosificado del miedo desde el poder es eficaz para controlar a una sociedad, el exceso provoca reacciones difíciles de controlar; es como el juego de las siete y media, quedarse puede ser malo, pero pasarse es peor. Los gobiernos que funcionan con códigos éticos y juego limpio (¿queda alguno?) no necesitan del miedo para gobernar. Éste se aplica, generalmente, cuando las cosas se salen de su cauce y amenazan con arrasarlo todo. Y las cosas se salen de madre cuando se hacen mal, como esos pueblos andaluces construidos en los lechos secos de los ríos; basta una gota fría para que las aguas busquen su propio camino. Desde hace unos años, los mismos de la Crisis, se ha estado metiendo miedo al personal con amenazas de futuros mucho más negros. Se aplicó la receta de que hay que recortar, rebajar, despedir, eliminar derechos, sustituir conquistas sociales, convertir al trabajador en un siervo manumitido, conceder al capital bancario la patente de corso para desahuciar, estafar con preferentes y jugar a la ruleta rusa global y todo para evitar males peores. Ese miedo fue usado de manera sesgada, al tiempo que decían “¡es lo que hay!” Y se inculcó el miedo en la gente, el miedo a perder el trabajo, el piso, la pensión, el servicio sanitario, la escuela pública y gratuita, los servicios sociales, los derechos conquistados y merecidos. Todo, decían, para que el país siga adelante. Pero se olvidaron de meterle miedo a los mercaderes, que siguen pidiendo más y más para tapar su avaricia y su ineptitud como administradores de capitales, y su impunidad como vulgares trileros retirados con pensiones millonarias. Los especuladores y financieros gozan de total libertad porque las leyes les amparan y, además no tienen miedo ni nadie que se lo meta en el cuerpo. Pero igual que el juego de las siete y media o las lluvias andaluzas, pasarse es fatal, y entonces el miedo se transforma en un bumerán y se vuelve contra uno. Cuando el miedo alcanza a millones de parados y al resto de los amenazados por la rabia contenida, sale a la calle y se transforma en la gota fría que lo arrasa todo; se reproducen viejas modas y viejos gritos. Entonces el miedo llega al poder, y el gobierno se encuentra con elecciones anticipadas por todas partes, la marea de protestas en cada rincón. Y vienen los miedos. Miedo a los resultados electorales, ahora con un paisaje diferente, con más parados, más cabreados, menos credibilidad, menos arcadias felices que ofrecer, menos soluciones y sin posibilidad de echarle la culpa a los demás. Llegan nuevos miedos y se teme hasta a las palabras. Basta con que los personajes de la derecha catalana (por si no lo recuerdan, los llamados independentistas catalanes son de derechas) reclame otra vez la independencia, para que en Madrid les entre otro miedo. Basta con pronunciar la palabra “federalismo” para que reboten las más altas instancias de la nación, como si la nación fuera una propiedad privada y la palabra federal fuera un vade-retro. Basta con decir reforma constitucional para que se rasguen las vestiduras como si la Constitución fuera la Biblia (por otra parte un libro bastante dudoso) fija e inmutable. Hay miedo a las palabras viejas para conceptos nuevos, el mismo miedo que hay a las palabras nuevas en las mismas calles de protestas viejas. Los tiempos se revuelven y cuando el miedo es incontrolado y no se puede ir más abajo, todo el resto es subir. Con miedo se dan órdenes y se piensa mal y sin control. Y se mandan a la calle policías con miedo dentro de su cáscara de madelmáns negros. Los que tenemos cierta edad (es decir somos viejos) hemos visto el miedo desde que los uniformes de la policía eran de chaqueta gris hasta los actuales modelos de crustáceos con caparazón. Las manifestaciones en las calles son las mismas y su funcionamiento es igual desde siempre. Si el ministro de turno sale diciendo que la culpa la tienen los manifestantes es que sabe poco de manifestaciones o que, además, miente. En una confrontación callejera pasa de todo, pero siempre se escapa de las manos de la autoridad competente (lo de orden público es un eufemismo inventado en el franquismo, una época en que a todo se llamaba por otro nombre). Las razones que desde Gobierno y policía se han dado para las cargas policiales en Madrid, aún poniendo en duda la afirmación popular de que había agentes provocadores (siempre hubo policías de paisano en medio de la merienda), demuestra una incompetencia seguramente provocada por el temor a una situación que ya no controlan; el miedo que lanzaron para mantener el estado de las cosas les viene de vuelta a gran velocidad y con peligro de darles en la cara. Afirmar que Quinteiro, un hombre de 72 años, sentado en el suelo, agredió violentamente a un policía acorazado refleja varias cosas: una, que no han estado en muchas manifestaciones; dos, que la disculpa es una mentira; y tres, que la gente ya se ha comido su propio miedo y pide lo que le prometieron. A menudo utilizo una frase del Payador Perseguido de Atahualpa Yupanqui para momentos como el presente. Cantaba: “Es una falsa experiencia vivir temblándole a todo; cada cual tiene su modo, la rebelión es mi ciencia”.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Los santos ofendidos


Diario de Pontevedra. 29/09/2012 - J.A. Xesteira
La ola de violencia que levanta al mundo islámico contra las embajadas de EEUU en particular y el mundo occidental en general vuelve a traer a la mesa el reiterado tema del estado moderno laico y los estados donde la religión es la ley principal y sus dioses piden el sacrifico de los impíos y blasfemos. Algo tan viejo como la más vieja de las civilizaciones. Los dioses siempre han exigido víctimas, y cuando no las había lo organizaban para que se montara una guerra en su santo nombre. Desde Caín, las mayores matanzas de la Humanidad se organizaron en nombre de algún dios o contra el nombre de algún dios. Desde los púlpitos cristianos se animó a degollar a los habitantes de Jerusalén para rescatar los santos lugares en unas cruzadas que arruinaron Europa; desde las mezquitas, las sinagogas y las iglesias se animó a organizar matanzas contra los enemigos de Alá, Yaveh o Cristo en sucesivas etapas. Y, sin embargo, las tres religiones monoteístas se basan en libros de paz, que predican actitudes de comprensión, perdón y buen rollo. Ahora ha bastado que cuatro majaderos hicieran una película sobre Mahoma, denigrando su figura, para que se monte un pollo global con muertos sin ton ni son. Al parecer acusan a un israelí de ser al autor de la película, como para darla más morbo al asunto. Y se invoca la libertad de expresión para dar respaldo universal al detalle de colgar el trailer en Youtube y que cualquiera pueda cabrearse en su ordenador. La siniestra estupidez (probablemente prevista e intencionada) ya se ha cobrado la vida de un embajador y unos cuantos manifestantes y policías en diversas partes del mundo musulmán, en países donde anteponen la religión al estado. Vemos en los informativos a los manifestantes bramando encolerizados contra cualquier cosa y nos creemos que todos los pakistaníes están que braman en cólera. Aquí convendría apuntar el detalle de que lo que vemos en las televisiones no es más que un detalle puntual de la noticia, el resto del país va a su vida. Aclarado esto volvemos a la cuestión anterior: las religiones son un peligro cuando las interpretan como quieren y como conviene al poder político. El escándalo por la película contra Mahoma recuerda aquel otro de la condena a muerte –“donde quiera que lo encuentren”– contra Shalman Rushdie, por una obra que se vendió gracias a eso como rosquillas. En ambos casos flotaba la libertad de expresión, algo que podemos ver desde el punto de vista occidental, pero que choca con otros conceptos distintos desde el punto de vista oriental. Con la libertad de expresión por delante también en Francia se publican chistes sobre el profeta en la revista Charlie Hebdo. Y también se organiza otro escándalo, muy parecido al que todavía colea de las famosas caricaturas de Mahoma en Dinamarca. La defensa de la libertad de expresión es materia que conviene conjugar con el sentido común. ¿Tengo derecho y libertad para tirarle de los bigotes al tigre? Si, pero el sentido común me dice que mejor no, al menos por ahora; quizás si está disecado o bien atado. Utilizar la libertad de expresión como escudo para provocar una situación de resultados previsibles es tener poco sentido. Las religiones, principalmente las tres monoteístas, tienen sus particularidades y conviene, por lo menos saber que terreno se pisa. Las tres tienen sus libros sagrados, que después reinterpretan los sumos sacerdotes de cada rama como les sale del citopigio. El Cristianismo es la única religión que admite, al menos en la rama católica, profusión de santos, imágenes, pinturas e iconos, de forma exagerada y, a veces, hasta ridícula (la adoración de los fieles católicos por imágenes que sólo son la cara y manos de una muñeca es notoria y, vista sin pasión, hasta fetichista). Sin embargo, la tolerancia en lo que respeta al humor sobre las figuras sagradas es amplia en estos tiempos; en el pasado no muy lejano la blasfemia se pagaba con multas (25 pesetas en los años 50 por “injurias al Creador”, según denuncia a la Guardia Civil) y el cura podía denunciar al réprobo que trabajaba en domingo. Pero los tiempos mejoraron en este sentido. En los años 60 llegó a mis manos un ejemplar de la revista francesa Hara Kiri (llegaba de estrangis, estaba prohibida en España) en cuya portada estaba la caricatura de un Cristo al que el romano le había desclavado una mano y un pie; “le han reducido la pena a la mitad”, comentaba el romano. En la España de aquel momento ese chiste era impensable; ahora no lo sería. En el mundo islámico y el judío no existen imágenes sagradas, todo se reduce a la palabra de dios dibujada en las mezquitas y las sinagogas. Pero en sus libros sagrados no hay ninguna prohibición al respecto y probablemente el mismo Mahoma se hubiera reído de muchas de las bromas que se pueden hacer en su nombre y se escandalizaría de muchas de las barbaridades que también se hacen en su nombre. El profeta fue un líder de su tiempo y organizó una sociedad moderna utilizando el pegamento de la religión, igual que las diferentes religiones surgidas antes y después. La deriva de las civilizaciones llevó a cada cual por diferentes caminos y ahora nos encontramos con que las religiones son el caldo de cultivo donde se cuecen calamidades sociales, intolerancias y regímenes tan autoritarios como feudales, en los que imperan barbaridades legales y castigos medievales. Política y religión son una mezcla altamente peligrosa, que se retroalimentan para dominar a las distintas sociedades, fanatizadas a la vez por el miedo y la ignorancia. Putin acaba de reinventar el estado zarista y se abraza a la iglesia: la KGB es creyente. Sólo la educación y la cultura nos pueden salvar de este binomio perverso. El tiempo tendrá que cambiar los fanatismos y colocar a cada uno de los dos poderes en su sitio. Pero consideremos por ahora que ni todos los musulmanes son esos energúmenos ni todos los occidentales están libres de sus religiones. Todavía juran sus cargos políticos delante de un crucifijo.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Vida virtual


Diario de Pontevedra. 21/09/2012 - J.A.Xesteira
Poco a poco (o mucho a mucho, dada la velocidad acelerada con que pasan las cosas) la vida, eso que nos lleva del verano al otoño, de jóvenes a viejos, de frío a calor, de buenos tiempos a malos tiempos, se va desdoblando en dos, como si la suela del zapato vital se fuera despegando. La vida que transcurre en el espació real, tangible, sólido, pierde terreno que gana la otra vida, la irreal, intangible, virtual. Ese espacio que ya ocupa en tiempo y circunstancias la enorme bola de seres que habita la Red, en sus distintas variaciones, va ganando espacio y tiempo a la vida real. Las cosas ya suceden más en la pantalla del ordenador que en la calle, y cuando ocurren en la calle tienen que tener el respaldo automático de la pantalla, ya sea la dimisión de la presidenta de los madrileños o los cadáveres de los sirios en sus casas. Por culpa de un Mahoma virtual, manipulado por algunos insensatos, se produce una guerra real, con muertos americanos reales que solo hemos visto en la pantalla, como si fueran muertos de un juego de ordenador. La democracia y sus variaciones, incluidas campañas electorales o protestas multitudinarias, se convocan por la vía de las redes sociales (pronto se llegará al sufragio universal en la red: un hombre, un voto digital); los flujos de capital son números que circulan por las redes financieras, en forma de primas de riesgo, de deuda nacional o de estafas digitalizadas en fracciones de segundo; los muertos en las guerras surtidas que ocupan el mundo, necesitan el respaldo virtual para existir. Pero esa inmediatez también tiene su lado oscuro. La idea de que poseer en internet miles de personas que ven nuestro blog, leen nuestros mensajes-cagada-de-chiva del Twitter o apoyan nuestra campaña electoral, tiene su truco. Acaba de saberse (lo que ya suponíamos) que la mayor parte de los apoyos que tienen en Twitter candidatos a presidente, estrellitas de la canción juvenil o actores de cine, son falsos; se compran a espabilados intermediarios que venden clics de ratón como si fueran firmas de apoyo, por miles y a buen precio. Los movimientos del mercado, es decir, la especulación financiera entre personas que cualquiera con decencia metería entre rejas, es virtual. Sólo se trata de cifras tecleadas en un ordenador que varía a gusto y placer de los bancos. No hay dinero en sacos ni paquetes de billetes, sólo números negros y números rojos. El resultado es el conocido, todo lo que se roba y estafa de manera virtual y dentro del marco legal se traduce en pobreza en el mundo real, donde los estafados y defraudados se quedan sin el dinero real con el que comprar en el supermercado. Hace años conocí a una mujer, de aldea (puntualizo), que tenía una cuenta en la caja de ahorros con un millón de pesetas, en los tiempos en que poseer un millón de pesetas era ser millonario. La buena mujer, de vez en cuando se acercaba por el banco y pedía ver “su” millón de pesetas; por más que le explicaran que figuraba en la libreta que tenía en su poder y que eso era como dogma de fe, ella insistía en que si tenía allí, en aquella caja, un millón de pesetas de su propiedad, tenía el derecho de verlo y contarlo. Así que el director se resignó a que de vez en cuando, la mujer llegaba, le sacaban un millón de pesetas, lo contaba y después pedía que lo guardaran. En su mundo no cabían los espacios virtuales, venía de un tiempo en que las cosas eran reales, se palpaban. Era una mujer de antes de la era atómica, la que inauguró Estados Unidos con un genocidio, mediante el asesinato premeditado de las poblaciones civiles e indefensas de Hiroshima y Nagasaki (genocidio que nunca fue juzgado ni condenado). A partir de ahí las guerras fueron asomándose a las noticias, primero en forma de fotografía y texto periodístico y poco a poco con imágenes en movimiento que nos llegaban a casa, primero, desbrozadas de toda sangre y dolor, y después con toda la crudeza de la muerte en directo. Vietnam se convirtió en paradigma de la libertad de expresión cuando los enviados especiales contaban, fotografiaban y filmaban el horror apocalíptico de la estupidez humana. La guerra que organizó el presidente Bush el Viejo ya fue planificada como un juego de ordenador, en hora escogida y con efectos especiales de misiles nocturnos. La continuación, es decir, la guerra de Bush el Joven y siguientes, ya son informaciones sin periodistas, cualquiera manda el mensaje virtual desde su teléfono. La guerra que continúa desgajada en sucursales a lo largo y ancho del mundo no es más que una presencia virtual en los ordenadores. Las torres caídas el 11-S fueron un “scoop” en “primer time” no programado, pero que ha quedado como ejemplo de lo que se puede hacer con la cámara y los muertos. Los americanos ya han dado otro paso y bombardean a los que ellos llaman terroristas con aviones sin tripulación, guiados con un ordenador. Siempre matan a indefensas familias que estaban en su casa. Vemos en directo a los niños muertos entre escombros y a los embajadores muertos en la calle. Pero ya estamos acostumbrados, son imágenes virtuales que sólo existen en las pantallas. La vida virtual acabará por paparnos. La propuesta de Dolores Cospedal de formar un parlamento con gentes ociosas y con posibles no debe caer en saco roto. Incluso diría que hay que ir más allá. Un parlamento virtual en el que cada partido tenga los votos de sus representantes virtuales. Por ejemplo, en el próximo parlamento gallego el PP, el PSOE, el BNG y lo que sea, tengan tantos votos como parlamentarios, pero sólo se reúnan a discutir uno por partido. Se ahorraría muchísimo. Podrían juntarse a comer en Cacheiras o a tomar el café en el Derby y a la hora de votar, cada uno hace valer sus votos virtuales. Igual que hasta ahora, pero sin la presencia real de los diputados. Así, el edificio del Parlamento podría dedicarse a otra función; albergue de peregrinos, por ejemplo.