viernes, 31 de agosto de 2018

M. Hulot y el pito del sereno

J.A.Xesteira

Estamos a pocos días de que comience el otoño caliente. Antes se le llamaba así porque era cuando empezaban las reivindicaciones laborales, ahora se le llama así porque lo que impera es el clima, la parte de los informativos con mayor repercusión, el espacio noticiario más trascendental, con más expertos informando; el resto de la información no es más que un corta-pega, mal escrito y redactado (en la prensa escrita) y mal hablado y explicado (en la radiada o televisada) Lo que manda es el tiempo climático, con sus alertas rojas o azules, por tormentas, granizo o calores saharianos. Parece como si nunca antes hubiera hecho calor o frío y ahora fuera necesario contarlo con pelos y señales hasta la sensación térmica y las entrevistas a pie de calle. El otoño que viene puede ser caliente porque el planeta se está calentando, aunque por momentos descargue una granizada como pelotas de rugby sobre las fresas o los tomates de algún sitio y se produzcan riadas que se filman con teléfonos para que salgan en la tele. El cambio climático está ahi y la contaminación atmosférica, de las aguas y las tierras, también. Pero la tropa de personajes incompetentes que gobierna el mundo, de un extremo a otro (me refiero de un extremo político al otro) no parece hacer caso a la que se nos viene encima. Estamos en un momento demasiado peligroso para que los indocumentados ignorantes e incultos que gobiernan los destinos del mundo (aplaudidos por la tropa de indocumentados e ignorantes que les votamos como si fueran unos mesías parroquiales) lo ignora y, además, metidos en la soberbia del ignorante, lo desprecia. Los poderes detrás del Poder lo saben, y los lobbies (se llaman así para disfrazar su verdadero nombre: organizaciones económico-delincuentes) también. Unos y otros saben que su tiempo es corto y los que vienen detrás tendrán que apandar con lo que les toque, que no será nada agradable. Sabemos, lo vemos y lo padecemos: el plástico invade todo lo que era bello y sano (cobrar por la bolsita del super no es más que una coña) y las botellas y envases lo llenan todo, desde las tripas de los peces hasta el fondo marino; los glaciares y los casquetes polares se derriten y el desierto africano ya ha reservado terrenos cerca del Padornelo. Seguramente cualquier político dirá que esto que digo es catastrofista, y tiene razón, la que se avecina al mundo de nuestros nietos es una catástrofe, cocinada para mayor beneficio de las grandes multinacionales del petróleo y otras empresa contaminantes del aire, el agua y la tierra.
Pero los gobernantes son fáciles de convencer, porque viven en un mundo en el que sólo tienen que estar, nunca tienen que ser, que son conceptos diferentes. Por eso, de entre toda la maraña noticiera de estos días (a veces hay que leer la prensa con desbrozadora) la noticia de que el ministro de Ecología de Francia, Nicolas Hulot, haya dimitido sin avisar siquiera a su señorito, me parece una noticia importante, digna de destacar. Primero, porque tomó una decisión personal y no le avisó a su presidente de ello, lo cual debiera hacer pensar (si es capaz) a Macron, que no merece ni el detalle de avisarle. Y segundo, porque en un mundo en el que nadie dimite (en la misma página de la dimisión venía la noticia de que el PP desincrustaba de la Diputación del Congreso, donde llevaba 30 años a Celia Villalobos, parlamentaria más famosa por su mala educación que por haber prestado algún servicio al país) una dimisión de un ministro por sus convicciones y por vergüenza torera, siempre es digna de aplauso.
Además del gesto, Hulot ya me cae bien solo por su nombre. Monsieur Hulot era aquel personaje creado por el cineasta francés Jacques Tati, un hombre que vivió para el cine y creó bellas historias en las que hacía una crítica del mundo en que vivía porque no lo entendía, era un desclasado, un raro. (Recomendaría vivamente que alguna televisión repusiera un ciclo del cine de Tati y su personaje M.Hulot, pero creo que las televisiones están más ocupadas en sacarse las mierdecillas del ombligo que en hacer periodismo) Este otro M.Hulot nos acaba de lanzar un mensaje no sólo a los franceses sino a todo el mundo. Hulot ministro dimite, afirma textualmente, porque está desencantado por su incapacidad personal, pero sobre todo de la sociedad en su conjunto, para cambiar el modelo dominante liberal que está destruyendo el medio ambiente. En otras palabras, que una cosa es lo que anuncian pomposamente los políticos en sus grandes declaraciones y firmas de tratados de París, Río o cualquier otra cumbre, y otra cosa es la que hacen después para gloria y beneficio de ese “modelo liberal”, que no es otra cosa que el Capitalismo impuro y duro que controla el control. Es decir y añadir, que nos anuncian grandes proyectos para frenar los gases invernadero, salvar los océanos, frenar el desierto, reducir el uso de combustibles sólidos y derivados del petróleo, a sabiendas de que es una pura mentira dicha con la mayor impunidad. A Monsieur Hulot (y a la sociedad en su conjunto, como él bien señaló) nos toman por el pito del sereno. Y lo peor es que, con todas las señales a la vista, con el clima cada vez más jodido (perdón por la expresión, pero es la que le cuadra) seguimos confiando en los Macron del Mundo y dejamos que el señor Hulot sea un tipo raro. Seguramente será porque no prestamos atención al sentido común y nos perdemos en discutir estupideces políticas mientras el mundo y la sociedad se nos va deshaciendo entre los dedos; mientras nos vamos a la mierda (literalmente el mundo camina hacia ese destino) seguimos discutiendo de política y poniendo y quitando trapos amarillos, mientras la sanidad española, la mejor del mundo hasta ayer por la tarde, camina hacia la privatización más descarada, y la educación y la cultura han desaparecido sin combate. Nos toman por el pito del sereno. Y lo sabemos. Y lo merecemos.

viernes, 24 de agosto de 2018

Gente de allá para acá

JA.Xesteira
El turismo era un gran invento en los años 60, atribuido a Manuel Fraga y su equipo de inventores de la frase “España es diferente”, que con el tiempo pasó de ser eslogan publicitario a declaración de intenciones y sentencia social. Los turistas de aquellos años fraguianos levantaban la balanza de pagos, y se vendía como la mayor aportación económica al Estado (en el que Fraga era ministro y Franco dictador generalísimo, que es el superlativo del poder). España era tan diferente que vivía del turismo, dado que nuestra industria era escasa, nuestra aportación a la ciencia, nula, y nuestras exportaciones se reducían a los productos de huerta. Eso si, mandábamos mano de obra a la Europa creciente e industrial y, a cambio recibíamos turistas rubias y en bikini que, según el folklorismo espeso se morían por el macho ibérico, feo, católico y poco sentimental. El turismo fue creciendo y evolucionando, el tiempo pasó y seguimos presumiendo de cifras de visitantes y beneficios económicos. Y así hemos llegado a la España de ahora, que sigue siendo diferente, a la que llegan cada vez más turistas y a la vez, más huidos de los países en conflicto, a los que llamamos eufemisticamente inmigrantes, una vez que los españoles ahora sólo emigramos con un título de doctor debajo del brazo (la ciencia española sigue al mismo nivel de aquel gobierno en el que Fraga era ministro).
Los fenómenos más destacables del turismo de ahora son el peregrinaje a Compostela y la masificación, uno, producido por un fenómeno de contagio que merecería un estudio socio-psicológico, y el otro, producto de la facilidad de movimiento de personas en busca del ocio.
El camino a Compostela comienza en Declathon y acaba en el parque temático del Obradoiro. Es un gran negocio para las dos empresas que gestionan ropa de caminar y el apóstol, pero también para los negociantes a lo largo de caminos inventados para llegar a un lugar inventado por un espabilado arzobispo medieval, que abrió rutas al comercio de Europa y, sin pensarlo, trajo la cultura de Europa hasta este culo del mundo. El parque temático creado por Gelmírez (a imitación y en competencia con el de Roma) se basa en la fantasía del sepulcro milagroso de un palestino decapitado en el Siglo I y que aparece siglos después en Galicia. Sin comentarios, más que nada por no ofender a los que creen en muertos cuya antigüedad puede calcularse con un simple análisis y el sentido común.
Los peregrinos llegan a Compostela siguiendo el camino trazado, no en las estrellas, sino en una aplicación de su teléfono. Caminan por caminos de tierra y cruzan las carreteras en los sitios más peligrosos, siempre atentos a lo que les dice su brújula digital que les guía hacia un sitio donde le ponen un sello en un papel. Con eso se sienten realizados. Es un turismo uniformado en las tiendas del ramo; son gente de buen rollo, que se para a ver el paisaje desde un selfie y que ha dado lugar a la proliferación de albergues y menús del peregrino por todas partes. Por supuesto la inmensa mayoría no trae más fe en el Apóstol que la que pueda llevar a un niño a Disneyland.
El otro turismo, el masificado, se reparte por zonas de moda variable; en las islas y en la España del calor, donde lo inventaron Fraga y Alfredo Landa. Es un turismo de muy mal rollo, generalmente con tendencias a la borrachera, la paella y la colonización. La inmensa mayoría viene –lógico– de la Europa en la que es de noche a la hora de la siesta. Ingleses y alemanes son los abanderados de la causa, aunque últimamente se dan casos extraños entre los británicos: se caen de los balcones y protestan (como la inglesa de hace unos días) porque en España hay españoles.
Pero el turismo, ya no el de la diferente España sino el de todo el mundo, se ha convertido en un problema. Si antes era una gallina de huevos de oro, ahora la gallina está a punto de morir en su gallinero. La facilidad y los precios han movido a enormes muchedumbres hacia los lugares del sol y la fotografía fácil. Venecia, Oporto, Mallorca y todo lo que quiera añadir, no pueden con todos los turistas que les han caído, y que antes eran una bendición, pero ahora es un quebradero de cabeza. Porque el turista gasta su dinero en comer, beber y alojarse, pero además, “descome” y “desbebe”, y una ciudad con una red de saneamiento y depuración para, pongamos, un millón de personas, puede encontrasrse con el doble de población a consumir agua del grifo, un bien cada vez más escaso, y a colapsar los servicios municipales de una ciudad. El turismo trae dinero y basura, a partes iguales (el ser humano es el único animal capaz de producir basura hasta aniquilarse). Ciudades de escasa capacidad reciben a miles de extranjeros que ya producen más problemas que beneficios (viviendas a precios abusivos, masificacion de servicios y desaparición del pulpo) y convierten a la sociedad en servidores de hostelería. En breve asistiremos al colapso del turismo y se tendrán que dictar leyes restrictivas para los visitantes. El turismo de Fraga morirá de su propio éxito.
El otro factor de movimiento de seres humanos, la mal llamada inmigración, un hecho más frecuente a lo largo de la Historia de lo que parece, es la otra cara del movimiento de masas; a fin de cuenta es lo mismo, aunque los llamados inmigrantes tienen voluntad de permanencia. Pero, a la larga serán mucho más beneficiosos. Tengamos en cuenta de que nuestra población envejece sin medida, y tengamos en cuenta de que una vez fuimos emigrantes y construimos países (Alemania y Francia fue construída por los pobres del sur, por mucho que presuman teutones y galos); toda América se hizo con emigrantes (incluido el emigrante Trump y su emigrante esposa). A la larga serán ellos, los que recogemos en el mar, los que construyan este país, a poco que les dejen un sitio al sol.

viernes, 17 de agosto de 2018

Reflexioners charangueras

JA.Xesteira
Los caminos de la mente son impredecibles, como los atajos de los peregrinos que acaban a veces en corredoiras imprevistas. Pensamos en churrasco y acabamos en el existencialismo más profundo, por poner casos. La divagación: estaba yo paseando por la Pontevedra de siempre cuando aparece desde el fondo de las viejas calles una charanga (como en la canción aquella de Juan Pardo); en la plaza por donde pasaba había gente en una terraza y poca cosa más; la charanga, que se llamaba OT, se instaló en rueda sonora y comenzó a tocar pequeñas piezas, conocidas, nuevas y viejas, con un característico ritmo balcánico que invitaba a moverse al compás; al rato la plaza era un  hervidero de gente bailando y siguiendo el ritmo contagioso de los chavales charangueros; de repente, la plaza estaba viva al son de los metales y la percusión; había alegría y había algo que muchas veces dejamos a un lado cuando nos ponemos trascendentales: fiesta. No era la primera vez que me encontraba con una charanga en las calles y plazas de la villa; hace unos domingos tocaba una famosa charanga, la Taquicardia, en la que tengo varios amigos, músicos interesantes, famosos en Youtube por acompañar una procesión en Lugo a los sones (procesionales, eso si) del himno anarquista “¡A las barricadas!” y la música de la serie de televisión El Coche Fantástico. Me sentía a gusto viendo aquella fiesta improvisada y viva, y, de pronto (una cosa me lleva a la otra) me hice la reflexión del contraste con las fiesta del santo del pueblo y la aldea, convertidas en un espectáculo para apapahostiados contemplando un número entre el peor show televisivo (ejemplos enxebres los tenemos a mano) y un circo sin gracia. Y ahí me paré a pensar: ¿en que momento de nuestra historia la fiesta pasó de ser una fiesta, para convertirse en un espectáculo para pasmados?.
Hagamos una minihistoria. La fiesta o romería surge en torno a dos cosas: el santo patrono (o la virgen patrona) y la papatoria; la procesión y la comida; el fervor casi fetichista a una imagen y el fervor evidente a los derivados del cerdo y productos de la mar. Con esos ingredientges debió surgir en un primer momento la música de unos gaiteiros en tiempos en que la música era para bailar. La evolución debió pasar por ampliar la base de gaita-bombo-tamboril a murga y de ahí a charanga, para acabar, a principios y mediados del siglo pasado en una orquesta con metales que poco a poco iba creciendo. Cabría hacer una parada para significar la importancia de las orquestas gallegas del último medio siglo, un compendio de instrumentistas (veinte profesores, anunciaban) que se adelantaban a su tiempo con músicas tropicales que después descubrieron los catalanes y le llamaron salsa. Pero esa es otras historia sin memoria. La tecnología fue el motivo del cambio; desde los altavoces de lata atados a los postes y un par de micrófonos para el vocalista y su dúo, hasta las grandes mesas de mezclas y las toneladas de wattios de potencia, hubo un camino muy breve. Por ahí entraron los instrumentos eléctricos y las orquestas se redujeron, se hacía el mismo barullo bailable y eran menos a repartir. Las fiestas llamadas populares dejaron paso a unos espectáculos en el que se rivalizaba en ver quien tenía el trailer más grande; luz, nubes de humo y bailarines, música sospechosa de estar enlatada y un cachet que crecía en proporción a los camiones. El resto es crónica para el primero que haga una historia de las fiestas patronales, con el añadido del dinero negro con el que se pagaban fiestas, dinero recogido entre los de la parroquia por una comisión voluntariosa que no tenía ni capacidad de contrato ni nif ni era una asociación legalmente constituida. Las fiestas cambiaron como la vida y el esquema se mantiene en la misma estructura de hace casi un siglo. Los romeros y vecinos que se gastan su dinero en procesiones, bombas de palenque y orquestas grandiosas, ya no bailan, contemplan un espectáculo parecido al de las televisiones, con pantallas en la que tras el ritmo reguetón se proyectan anuncios publicitarios. Y allí, delante, como papanes en día de fiesta, estamos todos mirando como monicrecos inmóviles.
¿En qué momento nos convertimos de ser la fiesta a ser los que miran la fiesta? ¿Cuándo hemos pasado de bailar en libertad a estar atados a un espectáculo caro e inútil? No lo sé (allá expertos) pero posiblemente al mismo tiempo en que nos convencimos de que éramos modernos, demócratas, listos, que todos teníamos nuestros derechos que reclamar (no así las obligaciones   que siempre las escondimos, no fuera a ser que nos cobraran por ellas).
Posiblemente fue al mismo tiempo en que cambiamos las antiguas orquestas por las nuevas, sin pensar en que las nuevas, en lugar de traer bailes nuevos nos trajeron espectáculos contemplativos, shows para pasmones. Cuando pudimos ser libres, votar y elegir a los nuevos músicos, nos sentamos a contemplar a unos políticos nuevos que tocan una música pero no nos dejan bailarla, solo verla, mientras ellos se lucen en el escenario gigante, con luces de televisiónes variadas, cantando canciones que son la misma, disfrazada, y con toda la tecnología puntera para hacernos creer que todo es para nuestro bien. En ese momento en que aceptamos ser simplemente espectadores de la vida de este país es cuando la cagamos. Sólo somos mirones, papamoscas delante de nuestros representantes espectaculares, desde el rey (de España, no del mambo) hasta el último politiquillo que vive de la misma canción. Creimos que la democracia funcionaba sola y en lugar de participar de forma actriva nos dedicamos a contemplar como unos malos cantantes y unos músicos desafinados convertían la democracia en un show caro e inmpotente. Fue en ese momento en que nos convertimos a la fe, aceptamos el dogma democrático sin bailar; pero la fe y el dogma no son más que sistemas para pensar con la cabeza prestada. Tenemos que volver a la música de charangas, aunque toquen anarquismos en procesiones. Volver a bailar y dejarnos de ver el espectáculo como apampirolados.

viernes, 10 de agosto de 2018

26 años no es nada

JA.Xesteira
El tiempo vuela a velocidades poco agradables para los que estamos incluidos en los viajes del Imserso. La pasada semana pusieron en libertad, después de cumplir una condena de 31 años, al etarra Santi Potros. Como todos ustedes saben por los noticieros, había sido condenado a una cantidad enorme de años de prisión, pero el máximo que se cumple en este país es de treinta años. Consideraciones al margen sobre la figura del etarra, sus hechos delictivos, su condena y libertad, ya se han pronunciado sobradamente todos los que tenían que pronunciarse y ya se ha dicho todo lo que había que decir. No voy a entrar en el rebumbio de opiniones sobre la posibilidad de homenajes y lamentaciones de los familiares de muertos por ETA. Lo que me llamó la atención no es la figura del preso liberado ni las opiniones sobre el antiguo etarra, sino el hecho de que ya han pasado 31 años y parece que fue ayer, siempre parece que fue ayer. Justo estaba en esa idea cuando repasaba unos suplementos semanales de un periódico de 1992. Se me ocurrió limpiar el fayado y saqué las cajas en las que guardaba estos suplementos, porque en su momento me parecía interesantes para el futuro –en aquel tiempo no había wikipedia y siempre convenía tener a mano datos que después nunca se usaron–. Releo de manera transversal, esto es, por el aire, una a una las revistas de aquel año de fiestas internacionales en España: Quinto Centenario del Descubrimiento, Expo de Sevilla, con el muñeco Curro, y las Olimpiadas de Barcelona, con Coby y el príncipe Felipe abanderado de una monarquía en horas altas, con las infantas emocionadas y el futuro cuñado ganando medallas en balonmano. Parecían tiempos felices y a lo mejor lo eran, con un gobierno de Felipe González en la Moncloa y las crisis más allá de la puesta de sol.
Pero han pasado desde aquello 26 años, y aunque parece que todo fue ayer, estamos en otro mundo distinto y distante, otro mundo mejor o peor, según gustos. Se pueden hacer comparaciones odiosas, sólo por juego, porque las revistas reflejan el momento del estado de las cosas, y podemos demostrar con ellas en la mano que cualquier tiempo pasado fue nada más que un presente que vivir, y el presente de hoy era un futuro imprevisible en 1992. En aquellas páginas de colores aparecían muchos que hoy son difuntos más o menos recordables pero en aquel instante gozaban de fama, gloria y poder; aparecían otros como los importantes que iban a dar la campanada y que desparecieron al año siguiente; los artistas llamados a la gloria que nunca alcanzaron; los libros y escritores altamente recomendados en aquel momento que hoy son olvido total; películas, directores y actores que los críticos presentaban como lo más grande del momento y hoy no son ni memoria; discos, cantantes, músicos que iban a  ser la gran esperanza artistica y ya ni nos suenan ni sus nombres ni sus canciones. Así pasa la gloria del mundo.
¿Y nosotros, cómo éramos? Según las revistas vestíamos ropas holgadas, flojas amplias y cómodas, la antítesis de la moda actual, de escasa tela y apretada como si hubiera encogido la ropa con nosotros dentro. La tecnología digital ni se soñaba; las fotografías eran de carrete y papel, y se anunciaba como moderno el proyector de diapositivas; la musica venía en casetes (el cedé estaba al caer) y las películas en el gran invento de las cintas de vídeo en VHS; se anunciaban unos primitivos ordenadores que escribían textos en blanco y negro mientras se vendían las máquinas electrónicas como gran avance oficinístico. Los coches eran más pequeños (las plazas de los párking actuales estan hechas a su medida y ahora no caben los grándes volúmenes todoterreno que sólo circulan por las ciudades) y se anunciaban los coches familiares como soluciones viajeras; los niños podían viajar sentados en el asiento de atrás, sin sillitas ni nada; se fumaba en los coches y en todas partes, incluidos los hospitales. Los ciclistas del Tour y la Vuelta pedaleaban con una gorrita de tela o una cinta por la frente, nada de cascos ergonómicos. La vida, evidentemente era distinta y no pensábamos aquel año en lo que se nos venía encima.
En el apartado de entrevistas y alabanzas del famoseo aparecen personas que hoy están en paradero ignorado y otras que se mostraban en un espacio distinto del que les reservaba el futuro; así aparece una entrevista con la jueza Carmena en la que no pensaba que iba a ser alcaldesa, y una fotografía de Donald Trump con su pelo original, antes del pelo naranja, cuando sólo era un hortera millonario y no soñaba con ser un presidente millonario, hortera y peligroso.
Lo terrorífico de revolver en el pasado es que aparece el pasado olvidado. Personajes que en aquel momento eran los dirigentes de este país y que habíamos olvidado, están ahí, entrevistados en su elemento poderoso. Luis Roldán habla de la Guardia Civil que dirigía y nadie podía en aquel momento adivinar que pasaría 15 años en una cárcel (la misma ern la que acabó años después el cuñado del príncipe, que ganaba medallas de balonmano) por un montón de delitos monetarios (se recuperó millon y medio de euros, pero otros 10 millones siguen desaparecidos). En otra entrevista aparece Rafael Vera, entonces director de la Seguridad del Estado, que también acabó en la cárcel por el caso GAL. Y Narcis Serra, ministro por aquel entonces, que también acabó imputado más o menos, y Mariano Rubio… Eran los tiempos del socialismo rampante; después vino el Aznarismo imperante, tras el “¡Váyase, señor González!” y nos dejó otro reguero de desajustes judiciales, desde el ministro Rato (todavía en los banquillos) Miguel Ángel Rodríguez, condenado por injurias, y Esperanza Aguirre y sus financiaciones. Son pasado que fueron noticia por sus cargos y desde los que hablaban en los suplementos de colorines.
Lo preocupante de la moraleja es adivinar cuantos de los que ahora ocupan entrevistas de colorines por razones de su cargo, serán dentro de otros 26 años asunto judicial y penitenciario.

viernes, 3 de agosto de 2018

La moral perdida

JA.Xesteira
Ya sé que el verano no es tiempo para filosofías, ni siquiera la filosofia barata que solemos usar los que nos dedicamos al noble arte de escribir artículos en los periódicos; pero como este verano tampoco es un verano como debe ser todo verano de bien, un verano que se ajuste al folleto que nos venden cuando nacemos en esta parte del planeta y nos dicen que los veranos son así y asá, pues tampoco está de más tirarnos el moco filosófico de vez en cuando. Viene la cosa a cuento de que, en mi rutina diaria de lectura de diarios (en pantalla de tableta) eché de menos –no me pregunten por qué, son cosas que se nos puede ocurrir a cualquiera sin que venga a cuento– una palabra que hace años solían usar los politicos y las gentes de presencia notable en las noticias: la palabra “moral” y su amiga, la palabra “ética”, que eran como dos luces de posición en la vida pública; había que trabajar para que la sociedad fuera moralmente ejemplar, y con partidos y políticos de ética contrastada. Eran dos conceptos que, sin explicaciones ni detalles, se podían entender, o intuir o sólamente utilizar para que el trabajo de los servidores públicos fuera moralmente intachable y éticamente reconocido. Pero ya nadie usa esas palabras, seguramente porque a nadie le interesa que las figuras de primera página sean intachables, respetuosas con la ley (con alguna, por lo menos) y, además, los mismos espectadores que leemos las primeras páginas y votamos a los primeros cabecillas, tampoco tenemos en gran estima la moralidad o la ética en nuestro transcurrir diario. Supongo. Como en el viejo tango, “los inmorales nos han igualao” y todos nos revolcamos en el mismo merengue.
Sucede que los conceptos, moral y ética, que se pueden entender pese a su abstracción, nunca me fueron bien explicados, nunca llegué a comprenderlos con claridad, seguramente porque siempre los explican mal y los utilizan según el mercado y las intenciones de arrimar ascuas a sardinas. Que recuerde, mi primer contacto con la palabra “moral” en sentido académico, me llega en el bachillerato, en una asignatura que se llamaba algo así como Moral Católica (si, en todos los tiempos se obliga a los estudiantes a estudiar despropósitos) La cosa, explicada por un cura, no tenía desperdicio; la definición, que podía echar alguna luz sobre mi ignoracia en la materia era, textualmente: “Moral, de mos-moris, costumbre en latín…” Y me quedé con la primera idea, la moral era una costumbre, como la de ir a misa los domingos, limpiarse nlos dientes o cambiarse los calzoncillos. Después, según avanzaba hacia la universidad los conceptos llegaban por vía filosófica, pero tampoco aclaraba nada porque las dos palabras circulaban por distintos filósofos desde los griegos hasta Kierkegaard; de toda esa empanada, con los conocimientos justos para que un estudiante de Ciencias como yo pasara de curso, me quedé con una definicicón de andar por casa: lo moral era lo bueno de las personas, la parte positiva; lo ético era la parte justa y correcta de las personas y sus acciones. Y con eso me iba (y voy defendiendo) La moral eran unas normas que definían lo bueno y lo malo, pero las normas las dictaban los que tenían el poder, según los tiempos; la moral católica imperante y de obligado cumplimiento consistía (a nuestro entender menguado) en que el sexo era un pecado y cualquier cosa era sexo; el resto del catálogo de pecados, ni fu ni fa. Las mujeres, según la misa del domingo, eran inmorales por naturaleza (más tarde descubríamos por nuestra cuenta que eso, como tantas otras falacias, solo era un programa para meter miedo).
El diccionario de la RAE nos remitía a conceptos que se entendían mejor, pero se desperdigaban; sacaban las normas para obrar bien o mal, pero abundaban en el concepto: “que confiere al fuero interno o al respeto humano, no al orden jurídico”; también añadía que podia ser un estado de ánimo y podíamos tener la moral por los suelos o tener más moral que el Alcoyano. Así, andando por la vida nos creábamos conceptos de moralidad (al margen del catolicismo siempre imperante y siempre exigente con su estatus, patrocinado por distintos gobiernos y subvencionado por todos) y la ética era una norma que tenía especial presencia en nuestra profesión, en la que tratábamos de ser moralmente justos y éticamente intachables.
Todo eso ya no cotiza en este mundo de ahora mismo; si atendemos a esas primeras páginas de los periódicos de la tableta, los dos conceptos están desaparecidos sin combate y las noticias se rigen por otro tipo de moral practicada y no confesada, comenzando por la moral europea hipócrita y xenófoba, entre fascista y nazi, la vieja moral de los puros de raza por la que ya caminan los polacos, los húngaros, los italianos y por la que podría caminar la derecha española en breve plazo. La moral de los que justifican el enriquecimiento fácil, robando directamente el dinero público y colocándolo en paraisos fiscales, ayudados por los supuestamente defensores de la moral que hacen leyes a gusto de los depredadores económicos, antes de que se descubra el pastel y acaben ante el juez. Siempre son menos los imputados que los imputables. La moral posesiva de cada día en las noticias de acosos, violaciones y muertes basados en el principio moral (seguramente originado en los tiempos en que la mujer era siempre el objeto del pecado) del la-maté-porque-era-mía; la larga y ominosa lista de muertesy violaciones grupales (en fiestas y discotecas, básicamente) y abusos a menores, que se soluciona con inútiles minutos de silencio y aplicación de leyes defectuosas creadas por políticos defectuosos.
Moral y ética se han sustituido por una mano de pintura de hipocresía en la que todos somos cómplices. Cuando estaba escribiendo estas líneas veo en un informativo a un joven negro, alcalde del pueblo más pobre de California, que va a pagar un salario mínimo a todos los habitantes pobres y dice que lo hace “por obligación moral”. Un pequeño detalle entre tanta basura. El resto es una realidad desmoralizante.