jueves, 30 de diciembre de 2010

La realidad literaria

Diario de Pontevedra. 30/12/2010 - J.A. Xesteira
Hay un empacho de policías literarios y peliculeros; detectives privados, forenses investigadores y toda esa patulea de personajes que nos invaden por causa de una moda que ya dura en pasar. Enciende usted la televisión y aparecen policías americanos, en su mayoría, y unas malas imitaciones en versión española o europea. Los conocemos, son como de la familia, conocemos las calles de Nueva York, de Filadelfia o de Boston mejor que las de Lugo. Los hay de a pie, patrulleros en coches que destrozan sin problema, porque la Policía americana parece disponer de toda la producción de la Chevrolet para destrozar en persecuciones. Son instantáneos, cogen el móvil y al segundo ya tienen a su disposición, helicópteros, hombres de asalto y tiradores de elite con miras telescópicas, que se hablan con el manos libres inalámbrico. Son fenómenos en cualquiera de sus variaciones: policías forenses que sacan un ADN de cualquier cosa en diez minutos, policías psicólogos que adivinan quien es el asesino en serie por la tarjeta de crédito de su madre. En fin, ¿para qué seguir? Ustedes los conocen tan bien como yo, o mejor, porque yo ya me estoy quitando. El empacho es enorme; son, en su mayoría, policías destructivos e indestructibles, gentes solitarias, que sufren mucho porque viven en unas casas a las que sólo van a beber una cerveza mientras ven la liga de fútbol americano en un sofá viejo. Por si no bastara con la sobredosis policial filmada, también la literatura (o los libros, para decirlo con más propiedad) se han entregado en cuerpo y alma (comercial) a ese juego, y ya no hay editorial que se precie que no tenga entre sus novedades a un detective privado o un inspector que investigue. Y a todo eso le llaman novela negra. La literatura de investigación tuvo sus arquetipos, sus momentos y sus personajes. La Novela Negra nació y murió en su momento a mayor gloria de una época determinada de los EEUU, con el desencanto de la postguerra y las persecuciones moralistas de un fascismo latente. Eran novelas, a su pesar, “de izquierdas”, en las que lo importante no era buscar al asesino, sino que aquellos detectives privados, solitarios, mal pagados y románticos, ponían al descubierto el auténtico rostro de la sociedad y sus delincuentes que triunfaban en la política, las finanzas o en cualquiera de los altares del poder. Fueron un genero en sí mismos, distinto de la investigación inglesa, de salón, de análisis deductivo, propio de Agatha Christie o Conan Doyle, y muy distinto también del género francés de Simenon, que daba vida a personajes corrientes, un tipo del pueblo, un comisario normal. Eran, dentro de la ficción, personajes creíbles, que no desentonaban en su sociedad. Pero de pronto, la moda nos coloca en todos los anaqueles de las librerías a docenas de variaciones sobre el mismo tema. Detectives privados en Italia, Islandia o en cualquier parte, detectives con alguna característica especial, son expertos en cocina, o en poesía medieval, o en microbiología. Se organizan congresos, festivales, premios y demás ferias literarias. Todo lo han contaminado, como si viviéramos en un mundo policial, en el que miles de agentes públicos y privados velaran por nuestra seguridad, amenazada por otros miles de terroristas, malhechores de navaja en las sombras, invasores de nuestras casas, asesinos en serie o “psicokillers”. Incluso la narrativa literaria ajena al género acaba contaminada y siempre hay una trama de investigación, un fleco de intriga que adorna la novela para ponerle un toque de modernidad. Literatura y cine, que son nuestro alimento cultural, junto con la música, son el reflejo de lo que está pasando. Importantes escritores dan a conocer cada fin de semana nuevas entregas de sus personajes favoritos que resuelven un nuevo caso, en lugares distantes y geografía de folleto turístico. Y pretenden que todo este empacho cuele como ficción basada en la realidad, como el espejo denunciador de los males del mundo. Pero los policías que vemos en las comisarías son mucho más normales, trabajan por un sueldo a fin de mes y su labor nunca es tan brillante como nos hacen ver en las novelas y las películas; los detectives privados no suelen andar por ahí con gabardinas trasnochadas, vigilan generalmente a maridos infieles, a defraudadores de seguros o buscan desaparecidos. Estamos saturados. Hemos perdido el contacto con la realidad. Los policías de verdad, públicos o privados, tienen un trabajo importante que tratan de llevar como mejor pueden, pero de escasa trascendencia literaria o épica. El mercado literario amontona en las librerías, cada vez más parecidas a un hipermercado, docenas de títulos escandinavos en los que policías y detectives nos enseñan la cara oculta de la sociedad actual. Nos lo ofrecen como si fueran la crónica real de lo que está pasando. Y los lectores se inclinan ante lo novedoso, olvidándose de que todo está inventado, y desprecian lo clásico como si no valiera la pena tenerlo en cuenta, como si en gastronomía sólo hubiera nueva cocina y nos olvidáramos de que también hay huevos fritos y fabada. Hago mención de esto porque acabo de releer una novela que no figura entre las nórdicas novedades. En ella, un español es despedido del banco donde trabajaba, la banca Aznar y Bofarull (sin comentarios) por revelarle a un cliente que se hacen chanchullos con su dinero (más o menos, que se invierten en bonos de riesgo fraudulentos, ¿me siguen?) y no encuentra trabajo ni a tiros, en medio de una sociedad en la que nadie encuentra trabajo; el hombre decide pasarse al lado malo de la vida, hacerse un delincuente, pero un detective privado (también hay un detective privado, ya les digo que la cosa es de plena actualidad) le dice que para eso hay que nacer, como los banqueros, que el que es bueno no pasa de pringado, por más que se esfuerce. La novela acaba medianamente bien, porque los banqueros readmiten al protagonista, con una sensible rebaja de su sueldo. Como ven la sociedad está mejor retratada aquí que en esas novedades llenas de frío. La diferencia es que esta novela, titulada “El malvado Carabel” fue escrita por Fernández Flórez, un extraño liberal, en 1931.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Hay poco ritmo de Navidad

Diario de Pontevedra. 22/12/2010 - J.A. Xesteira
El paso de la España blanquinegra de la mitad del franquismo a la de colores del desarrollismo (colores ya desvaídos, según se ve en Cine de Barrio) desembocó en la explosión de color y derroche digital del estado de bienestar con la democracia. Se puede notar en la Navidad, desde la berlanguiana de Plácido (una historia cruel y real como la misma vida) hasta la saturación estúpida de películas con Papá Noel con las que nos castigan las siestas televisivas de estos días. El cine, entre otras cosas, se revela aquí como un exponente claro de lo que está pasando por el mundo, para bien o para mal, para el documental o la ficción, para la verdad educadora o la mentira contaminante. Hay otros indicios que se recogen en las noticias de televisión, en las páginas de los periódicos y, claro está, en lo que vemos por ahí adelante y que es lo que nos llega más directamente. Como usted y yo no somos tontos y vamos con los ojos abiertos, no hace falta que seamos grandes analistas ni tertulianos de radio o tele; nos basta con ver los comercios, las calles y, lo peor, nuestra propia cuenta corriente, para saber que esta Navidad está en baja forma. Como si perdiera el ritmo. Nos lo dicen todos nuestros amigos: “Estas navidades hay que restringirse, que no están los tiempos para gastos” Y a lo mejor no es para tanto, pero el clima generado por las noticias del Apocalipsis que nos envían nuestros jefes mundiales, nos mete el miedo en el cuerpo, y de ahí a protegernos por si acaso, sólo hay un paso. Más allá de los papeles de Wikileaks, que son lo más importante que ha sucedido este año, por cuanto nos muestra la verdad sobre todos aquellos que gobiernan el mundo y la cínica ocultación a los ciudadanos de lo que está pasando, está la crisis, que es una palabra comodín, que lo mismo sirve para justificar una reforma laboral que para adorar al Niño Dios gastando lo menos posible. Por un lado, los papeles secretos de EEUU muestran como todos los dirigentes mundiales mienten –nos mienten– y nos cuentan unos cuentos que en el fondo no nos creemos pero que no nos queda más remedio que aceptar; por otro lado, nos dicen que las cosas están mal, que los bancos están pobres por nuestra culpa, por comprar acciones de alto riesgo y escasa legalidad, y nosotros les creemos, o no, pero no nos queda más remedio que hacer como si tuvieran razón. Y así estamos en la crisis ante el portal de Belén. Es sabido que las Navidades son un invento cristiano que, poco a poco se fue transformando en una fiesta comercial, al correr del tiempo, en la que cada año se agregan elementos de gasto y consumo para pasarlo bien y hacer que el comercio funcione. Si el primer belén de barro lo construyo Francisco de Asis, un chiflado medio hippy y pobre de solemnidad (siempre me pareció eso de pobre de solemnidad una expresión contradictoria) a partir de ahí la cosa se fue complicando y se inventaron “tradiciones”: el turrón, los regalos, el champán, las cenas de empresa, los grandes almacenes, los centros comerciales, las películas de dibujos, y la música ambiental de “ai-guix-yu-a-mericrismas” y “felís navidá” persiguiéndonos por los comercios mientras vamos tachando de la lista a los familiares y amigos con sus regalos comprados. El problema surge este año, porque el miedo a la crisis hace que se encojan las tarjetas de crédito en una reacción lógica. El consumo desciende, en parte porque, realmente, los tiempos económicos no están para bromas (los tiempos meteorológicos, tampoco) y en parte por el miedo a ser pobres después de haber sido ricos. Sin consumo, la economía se retrae, el comercio no tiene los beneficios previstos y el equilibrio entre el salario y el consumo se rompe. En realidad, el auténtico equilibrio lo están haciendo los ciudadanos, como siempre. La clase política mundial ya sólo es un ejército cautivo de la clase económica, que se han apoderado del poder y lo detentan ante la contemplación de los estados que sólo piden que unos extraños organismos poco fiables, como agencias de calificación, consultoras internacionales y fondos monetarios variados, digan qué país es bueno y que país es malo. No se extrañen, esto es el capitalismo, ¿o que pensaban? Hay indicios a escala mundial que detectan que la cosa se está poniendo fea. Son esas pequeñas notas que aparecen acá y allá que demuestran que la economía mundial se está derritiendo, como los casquetes polares. Claro que habrá grandes barandas del asunto que dirán que es falso lo del cambio climático, que no es más que una maniobra de la izquierda; pero eso son cosas que se dicen en los periódicos, pero que por nada del mundo se lo dirán a un andaluz inundado por novena vez en un año. Los síntomas son claros: en Estados Unidos han quedado en paro miles de papanoeles, que son esos tipos que tienen trabajo por lo menos una vez al año, por Navidad, contratados por agencias para ser alquilados a comercios y colocarse en las esquinas con una campanilla, a la vez que dicen: “¡Ho, ho, ho!” La crisis los ha mandado al paro o los ha sustituido por santaclauses de plástico, fabricados en China. Esa es la auténtica cara de la crisis, que no respeta ni a los símbolos. Se nota también en las rebajas, que ya han llegado antes que enero, como sistema para poder vender ahora, con la disculpa de los regalos lo que no se venderá ya en las rebajas del año que viene. Las rebajas son otra consecuencia del cambio climático de la Economía. Comenzaron hace unos días reduciendo la majestad del Rey, Principe y Papa a la categoría de puro oficio: rey, príncipe y papa, nombres comunes para personajes singulares. Lo hizo la Real Academia, quizás el único organismo oficial acorde con los tiempos que corren. Y se esperan rebajas en la guerra civil sobre las pensiones. El último parte dice que la OCDE quiere más años trabajados, y el ministro del ramo anticipa rebajas para después de las fiestas. Que sean felices fiestas, a pesar de todo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Tiempo de espías y reglas del juego

Diario de Pontevedra. 15/12/2010 - J.A. Xesteira
Pasará seguramente a la Historia como el descubrimiento más importante de los secretos del Imperio. El inevitable caso de Wikileaks semeja al ventilador sobre el que se echa toda la mierda que cada país trata de ocultar. Sus efectos, en lugar de mancharnos a todos parece que, en realidad funcionan como un surtidor de abono, de fertilizante, de impulso para que crezcan más fuertes los brotes de las nuevas generaciones de ciudadanos. Lo paradójico es que los secretos no son nada nuevo, no ofrecen grandes descubrimientos. Sabemos que todos los países, todos los gobiernos, incluso, todas las organizaciones supranacionales, en forma de grandes empresas o corporaciones, guardan sus secretos ignominiosos, sus trapos sucios, mediante una red de espías más o menos eficientes. Siempre ha sido así, desde la clásica Mata Hari hasta Nuestro Hombre en La Habana, esa maravillosa novelita de Graham Greene al que puso vida en el cine Alec Guinnes. Los espías son una fantasía en sí mismos; no hay James Bonds ni aventureros con gastos ilimitados, ni siquiera quedan clásicos del grupo de Cambridge, como el Kim de la India o Anthony Blunt. La realidad es mucho más prosaica: cada embajada es un centro de información, muchas veces ceporra, que pone al tanto de lo que pasa en cada sitio a su país y como eso puede afectar a los intereses nacionales. Siempre ha sido así. Pero los secretos acaban por buscar la superficie, y los más vergonzosos, como la mierda, siempre acaban por salir a flote y contaminar las aguas. Por mucho que los grandes organismos de espionaje y contraespionaje intenten tapar las vergüenzas, siempre habrá una rendija en el sistema por la que se cuele la verdad. En el periodismo se glorificó el caso Watergate como un triunfo de la libertad de expresión, ensalzando a aquellos dos reporteros del Washington Post. En realidad, aquellos dos tipos no hubieran hecho nada si no hubiera un soplón por medio (el “Garganta Profunda”) y al mismo tiempo no hubiera intereses políticos en tumbar a Richard Nixon. Los tiempos traen otras novedades, y a los viejos sistemas se suman nuevos artefactos. El proceso es el mismo: una rendija en el complicado aparato de los espías. Ya se sabe que cuanto más grande es la estructura y más complejo su funcionamiento, más probabilidades hay de que se produzcan grietas por las que se escapen los secretos: un soldado de 22 años parece que es la rendija por donde fluyeron todos hacia Wikileaks. Y, para completar, la gran red universal que une a todos los ciudadanos con aparatos de uso común, ordenadores, teléfonos, blackberries, iPhon, y todo el amplio recurso de comunicación personal entre todos y cada uno de los vecinos del planeta Tierra. Y contra esto no hay manera de luchar, no se puede invadir con una fuerza de ocupación disfrazada de ayuda humanitaria o fuerza de paz; tampoco se puede prohibir ni cortar el suministro; es una fuerza mucho más poderosa que las armas. El Internet, un sistema que, aunque parezca de coña, fue inventado por los servicios de espionaje y defensa americanos, puede ser frenado, pero siempre acaba por buscar caminos, como el agua, imparable, según la filosofía zen de Bruce Lee (“Be water, my friend!”). Los EEUU se molestan mucho por las filtraciones, y acusan al principal responsable de Wikileaks de poner en peligro vidas humanas (americanas, se supone) pero, por el contrario, atacan a China por borrar de Internet los accesos a página de disidentes. Es decir, cada uno se queja de lo suyo y critica a los demás. Y, sin embargo, lo que nos cuentan todos los días en los secretos no es nuevo, ya son cosas sabidas, intuidas, supuestas. Ninguna novedad. Son cosas que el miedo al islamismo en general (al terrorismo islámico en particular, una cosa difícil de concretar) por parte de EEUU lo condiciona todo; que el Vaticano es un gobierno anacrónico, anticuado y cerrado es algo evidente, no hace falta que lo digan por vía diplomática; que los asesinos de los Balcanes están protegidos por mafias variadas y gobiernos amigos es algo más que evidente; que los países suramericanos “amigos” de USA son contrarios a Chávez, Morales o Castro, no es nuevo; que las menudencias españolas de cotilleo de amiguetes en el bar de cañas nos descubre las opiniones de los diversos embajadores, muchas de ellas peregrinas, y sus consejos de risa, es algo que no merece ni secreto de valija diplomática. La novedad es que los dirigentes del mundo, los poderosos, tendrán que cambiar de sistema; sus espías, sus sicarios, sus tapa-cacas han quedado al descubierto, y el propio sistema inventado por ellos se ha vuelto en su contra, como el aprendiz de brujo. No vale esgrimir el argumento de que las filtraciones pueden poner en peligro la vida de personas, porque lo que se revela es el peligro, con resultados de muerte, muchas veces, de otras personas que tenían la particularidad de que no eran norteamericanos y, por tanto, eran atacables. Pueden enfadarse mucho Obama y Hillary Clinton, pero los cibernautas son imparables, y si algunos gobiernos amigos tratan de detener la marea informativa, siempre habrá chavales expertos en saltarse las barreras de la Red. La regla del juego de espías es vieja. El juego sucio es secreto, todos los gobiernos lo hacen y crean esos gabinetes misteriosos, un poco peliculeros, con nombres míticos como CIA, MI5, KGB, Mossad o la española CNI. Sus métodos son ocultos y circulan por cloacas diplomáticas, pero el reglamento establece que si te descubren, te aguantas, es la regla del juego. Y en esta ocasión han puesto los trapos sucios al sol, y todos los podemos ver. Es el signo de los tiempos, y es sano que todos veamos que, realmente, la ley tiene unas fronteras para los ciudadanos y otras, muy distintas, para los que nos gobiernan. Wikileaks se ha convertido en una organización que hay que proteger, porque no es una chifladura de un tipo, Julian Assange, sino de un grupo organizado, necesario y útil a la sociedad. Y, sobre todo, ha puesto en limpio el viejo dicho: “No la hagas, no la temas” o, lo que es lo mismo: “El que la hace, la paga”.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Vertsión original subtitulada

Diario de Pontevedra. 08/12/2010 - J.A. Xesteira
De un tiempo acá les ha dado a todos por resucitar el viejo tema de que los españoles hablamos pocos idiomas extranjeros, y, por encima, mal. Esto se resume en un sólo idioma: los españoles hablamos poco inglés y mal. El resto de los idiomas extranjeros no cuenta. Es una vieja lucha idiomática que hace muchos años se dirimía en el Bachillerato, entre los de Inglés y los de Francés. En los años 50 y 60, vaya usted a saber por qué, eran mayoría los que optaban por el francés como lengua extranjera. Pero el cambio de los tiempos llevó a la conclusión de que con el francés no se va a ninguna parte y con el inglés si. No es una cuestión de tipo estadístico, de relaciones internacionales, en este momento hay más seres humanos que hablan chino o español que seres que hablen inglés (como lengua propia, me refiero) Pero el inglés tiene un poder añadido: es la lengua del dinero, la lengua del comercio, la lengua en la que se entienden los poderosos, la lengua en la que se venden armas, cocaína, aviones, ordenadores o chupachups. Y en ese terreno, si no dominamos la lengua del imperio que ataca y contraataca, estamos perdidos. No se estudia el inglés para poder leer a Shakespeare en su lengua, pero tampoco se estudian otras lenguas por el placer de leer los poemas de Pavese en italiano, las novelas de Saramago en portugués, escuchar las canciones de Brassens o Brel en francés o ver el teatro “kabaret” de Bretch y Kurt Weill en alemán. El motivo es puramente comercial y financiero, porque las personas nos relacionamos en cualquier lugar del mundo con ese metalenguaje turístico en el que mezclamos lenguas, gestos y sonrisas, si hay ganas de entenderse, nos entenderemos. El ministro de Educación español, Gabilondo, un tipo circunspecto y serio, ya ha dado la voz de alarma: nuestros estudiantes tienen que aprender inglés en dosis suficientes para no quedar mal, y uno de los terrenos en los que hay que meter el inglés a tope es en la educación. Además, según Gabilondo, el doblaje de las películas al español perjudica nuestras entendederas y nuestros oídos se desacostumbran de las lenguas extranjeras. Esta opinión muy extendida, se alimenta con la creencia de que países como, por ejemplo, Portugal, dónde no se doblan las películas, sino que se subtitulan, hablan más inglés que, por ejemplo, los gallegos; y esa es una percepción que muchos de nosotros observamos en cualquier relación de más allá de Valença do Minho. No es cierto; los portugueses, según datos de Eurostat, conocen menos lenguas extranjeras que los españoles, pese a que en la televisión Chuck Norris habla en inglés con subtítulos portugueses. Por el contrario, Alemania tiene un alto índice de conocimiento de lenguas extranjeras, pese a que allí, Chuck Norris está doblado al teutón. Así que el problema es mucho más complejo y no hay una relación tan clara entre las causas y los efectos. En las comunidades autónomas en las que hay dos lenguas, el castellano y la otra en precario equilibrio, se utiliza el inglés como cuña. Lo había anunciado hace años el conspicuo alcalde de A Coruña, Paco Vazquez, hoy convertido al Vaticano. Y con una extraña bandera del bilingüismo como lema (en realidad no son bilingües, lo somos los que disfrutamos a pleno rendimiento de dos lenguas y que, generalmente las hablamos mucho mejor que cualquier defensor idiomático) El inglés se ha convertido en la panacea, en el remedio para que nuestros hijos y nietos sean algo en la vida. Sin inglés no hay salida y sólo el inglés nos salvará en este mundo competitivo. Pero todo eso son argumentos de difícil sustentación; ni el ministro Gabilondo ni los defensores del inglés como los bilingüistas al borde del ataque de lenguas creen. La influencia que en cualquier currículo tenía hace años el apartado “Idiomas: Inglés”, hoy no sirve para nada. Las contrataciones (y eso es el fin de aprender idiomas, no nos engañemos) se hacen de otras maneras, dada la abundancia de oferta de mano de obra. Total, los grandes hombres del poder, económico o político, pueden hablar como les de la gana, ejemplos, Botín y Aznar (ver Youtube) Otra cosa es el detalle del doblaje de las películas, un conflicto tan viejo como el cine. Los defensores de la versión original arrancan del hecho de que el doblaje fue un invento fascista, que trata de preservar la lengua propia. Los defensores del doblaje sostienen que es una costumbre cultural muy arraigada y que es, al tiempo, una actividad laboral de la que viven muchas personas. Hay que añadir a esto que el doblaje actual en España (y las distintas comunidades en sus respectivas lenguas) es de alto nivel, que las traducciones respetan el origen y que las voces mejoran incluso las originales (Bogart tiene una voz parecida a la del Pato Donald) Los países que no doblan lo hacen por causas diversas; el más importante, EEUU no dobla películas extranjeras. El espectador americano no va al cine si tiene que ver la acción y leer al mismo tiempo, es un esfuerzo que no está dispuesto a hacer; por lo tanto, si hay una película que tuvo mucho éxito en todo el mundo, la compran y la hacen de nuevo, en inglés y con actores americanos. Y listo. Por otra parte, tampoco les importa mucho lo que pase fuera de su cine, les basta con lo que producen cada año. El problema puede venir por las televisiones. Acaban de estrenar una serie de la BBC sobre Sherlock Holmes, magnífica, cuyo primer capítulo me lo acaban de pasar (pirateado), en la que se incluye una novedad estilística: se leen en pantalla los mensajes de móvil, las deducciones que hace el detective y que en otras películas las repite en voz alta, y todo en inglés y a una velocidad que un americano no es capaz de leerlas. ¿Un nuevo sistema de aprendizaje? Veremos. El caso es que conocer y hablar inglés es importante, pero no tanto como los apocalípticos quieren hacernos ver. A no ser que se utilice para hablar con los embajadores americanos de políticas chapuceras inconfesables. A mi, que me dejen el doblaje y que me subtitulen “My fair Lady” o “Sonrisas y Lágrimas”

Más allá de las noticias grandes

Diario de Pontevedra. 02/12/2010 - J.A. Xesteira
Hay semanas que vienen llenas como una nécora de la ría. Tal como esta. Asuntos terrenales que alcanzaron cotas casi celestiales. Cataluña, la crisis y sus empresarios, o la revelación de los papeles secretos de Wikileaks son cosas bastante mundanas, que, sin embargo alcanzan importancia superior, no sólo por la incidencia en los ciudadanos de ahora mismo, sino en el futuro cambiante que puede (y debe) variar a consecuencia de lo que pasa ahora mismo. Más allá del partido de la máxima rivalidad, jugado en Barcelona, y que ganó Artur Mas, un tipo que transmite mensajes claros y concretos (otra cosa es lo que vaya a hacer como presidente de su país, que eso ya entra en el futuro de que hablamos); y también después de las elecciones democráticas entre el Barça y el Madrid, que acabaron como todos ya sabemos, hay cosas de mucha más trascendencia para todos, incluidos los catalanes que han votado a la derecha, como cabría esperar, aunque alguien piense que en este país se vota a la izquierda. En realidad, salvo excepciones de unos cuantos tercos y recalcitrantes, siempre se vota a la derecha, aunque para ello sirva cualquier opción electoral: la intención es que el partido que voto me solucione la vida, un deseo normal en cada ciudadano, que se puede aplicar a cualquier receta política. Otra cosa es que nos pidan hacer algo por nuestro país, que ese es otro cantar. Más allá de eso hay cosas de menor calado, pero de mayor importancia. Y más allá de la crisis de los delincuentes en estado etéreo, los comerciantes sin rostro, los especuladores invisibles, los evaporadores de dineros que no son suyos, en la certeza de que lo que pierdan en el riesgo lo sacarán del Estado..., más allá de todo esto, el presidente del Gobierno se reunió con los treinta y tantos (cuarenta sería una cifra de Alí Babá, y se prestaría al chiste fácil) mayores empresarios del país para explicarse y pedirle el favor de que le echen una mano en el mundo de los negocios. Lo cual demuestra que los gobiernos confían más en los negociantes que en el pueblo, esa entelequia a la que cada vez acuden menos los políticos. Los grandes empresarios le dijeron que sí, que de acuerdo, pero que tenía el Gobierno que darles facilidades de maniobra a las empresas y a los bancos que las poseen. Si tenemos en cuenta que en este país el empleo se genera en dos frentes, el público y el privado, y que sólo el público ha generado empleo, cabe suponer que el privado, pese a que el mes pasado aumentó su producción y beneficios, es el principal productor europeo de parados, y si pide más facilidades, sólo cabe confiar en la Divina Providencia, que es algo que no es muy de fiar, porque siempre está a favor de la Banca. Más allá de esas noticias, hay, como digo, asuntos de mayor trascendencia. Y aún más allá del descubrimiento de Wikileaks sobre los asuntos secretos del Pentágono, la CIA y la Secretaría de Estado de los USA, hay cosas importantes. No cabe duda de que destapar los trapos sucios de los Estados Unidos de América y su percepción del mundo es algo importante, aunque de relativa trascendencia. En realidad, no se dice nada que no se supiera, aunque no se pudiera demostrar; todo ese ir y venir de papeles informando de que los presidentes son así o asá, no es nada más que un cotilleo de comadres. Los grandes descubrimientos de los canales secretos, en realidad sólo vienen a confirmar algo que ya suponemos, que los que rigen los destinos del mundo son una mezcla de botarates peligrosos, sinvergüenzas rayando en el cinismo, asesinos impunes y gentes con más peligro que un mono con navaja barbera. Sabemos también quienes son los que pueden incomodar a los servicios secretos americanos y quienes les pueden complacer más. No es ningún secreto. Lo novedoso es que todo esto salga a la luz y demuestre que no hay nada que se pueda ocultar para siempre. Por lo demás, la revelación de estas informaciones secretas pone de manifiesto dos cosas: que los servicios secretos y las embajadas son como un programa de marujeo peligroso, y que las decisiones mundiales se basan en estas informaciones, lo cual es un peligro con el que ya nos hemos acostumbrado a vivir en la era atómica. Pues más allá de todas esas cosas, hay un hecho que creo más importante, por cuanto se refiere a una cosa tan prosaica como un globo de látex llamado condón y a una cosa tan poco terrena como es el representante del Dios de los católicos en la Tierra. Las declaraciones del Papa en un best-seller de entrevistas admitiendo el uso del preservativo para las relaciones con prostitutas es un rizo rizado en una vieja polémica. Admite como caso particular la prevención en el sexo de pago, lo cual nos muestra una vez más a un Papa peculiar, que nunca se sabe por donde puede salir. El tema tabú del condón, que tanta tontería ha hecho decir a ilustres prelados y allegados (incluidos “eminentes científicos” que niegan que la goma sirva para paliar el sida) despierta grandes pasiones (no hagan chistes) Y, fíjense, por una cosa tan simple y corriente, que se puede comprar incluso en una maquinita de retrete público. Benedicto sale en su libro diciendo perlas curiosas, algunas interesantes y otras, menos. Pero en todas, deja a muchos obispos españoles, siempre más papistas que Pedro, con el pie cambiado. Y por eso ya se apresuraron a salir al paso. Unos, como el jefe episcopal, Rouco, callaron y dejaron pasar la pregunta; otros, como el portavoz de los obispos, sale a explicar que no se le entendió bien lo que quiso decir el Papa y que el condón es inmoral (y, además, no es biodegradable) Como ven, son temas mucho más importantes, aunque muy viejos. No en vano, la Iglesia se asienta no sobre lo que dicen los Evangelios, sino lo que los obispos afirman que dicen los Evangelios. Así, en Mateo 21:28 Cristo afirma que muchas putas pasarán antes que los sacerdotes del templo por la puerta del cielo. El Evangelio no dice nada del condón.

jueves, 25 de noviembre de 2010

La Economía es una ciencia (ficción)

Diario de Pontevedra. 25/11/2010 - J.A. Xesteira
Si midiéramos la importancia de los acontecimientos por el espacio que ocupa su exposición en los medios de comunicación y la cantidad de palabrería utilizada para aclarar y desmenuzar las noticias, tendríamos que suponer que los asuntos de las elecciones catalanas o el partido de frontón que se traen entre manos el PSOE y el PP contra la pared de fondo de la democracia son lo más importante del mundo español. Pero, honradamente, y visto lo que se comenta por los bares, y haciendo excepción redundante de los partidos de fútbol, a nadie de esta esquina borrascosa del noroeste occidental le importa quien vaya a gobernar en Cataluña o la cansina y aburrida cantinela que se puede resumir en dos frases: “La culpa la tiene el Gobierno de Zapatero” y “Ustedes lo que tienen que hacer es arrimar el hombro.” Podría ser también que al ciudadano le importara mucho lo que cuentan en esos programas en los que una rubia se altera y adelanta el pescuezo para insultar a la rubia de enfrente, mientras que por las rendijas de los micrófonos desenchufados se cuelan frases que merecen castigo. Pero no, en ese caso, lo que ocurre es que la estupidez, más concretamente, la estupidez televisada, es más contagiosa que el cólera de Haití, aunque produzca las mismas diarreas (mentales) y los mismos vómitos (de debate) Sin embargo, de lo que se supone que nos afecta en mayor medida, que es la cuestión económica, nadie sabe decirnos a ciencia cierta de que va la cosa, y me temo que nos mienten por todas partes. Y por más que me dedico a bucear en las noticias que mueven el mundo, después de esas grandes reuniones en las que todos se reúnen con todos y salen después en la foto, sigo con más dudas que antes. Y por eso quisiera compartir mis dudas, porque entre todos podemos sacar nuestras propias conclusiones. Cada cual, la suya. Cuando el mundo estaba dividido entre buenos y malos, en los viejos tiempos de la guerra fría, la cosa era fácil, había USA y URSS, que tenían como otro nombre Capitalismo y Comunismo. Y ya estaba, todo daba vueltas alrededor de esos dos conceptos, nunca bien delimitados, pero que nos servían para circular por ahí. Pero ahora, no sólo no hay guerra fría, sino que, por encima, después de estas últimas cumbres de Lisboa, los USA se inclinan hacia Oriente, que es de donde se supone que viene la Gran Economía, como los Reyes Magos. Obama y Mevdeiev se confiesan amigos y con ello, el equilibrio mundial se abre hacia una zona confusa situada en algo que se llama Asia y algo que se llama Países Emergentes, que nadie explica claramente que significa. A EEUU no le interesa Europa para nada, seguramente porque fuera de sus fronteras tienen dificultades para situar cualquier país. Pero, por otra parte, lo que queda en pie de la guerra fría, es decir, el Capitalismo, no es un bloque político social enfrentado a la maldad intrínseca del Comunismo (ruso, hay que añadir) Lo que ahora es Capitalismo, llamado Neoliberalismo, para no confundir, es una fuerza misteriosa, flotante por encima de gobiernos y empresas, es como una vieja película de James Bond, una organización secreta, sin cabeza visible, una especie de Espectra que quiere dominar el mundo; mejor dicho, que ya domina el mundo, más allá de territorios, fronteras o sistemas sociales. La realidad de esto que se ha llamado crisis, que comenzó y no se sabe donde parará, es que esa corriente depredadora de la economía mundial fluye por encima de nuestras cabezas, y le importa poco lo que pase debajo. Dos ejemplos. Uno: una empresa paradigmática, la Bayer alemana, que creó a partir de la aspirina un pueblo a su alrededor y un imperio multinacional de medicinas, anuncia que va a despedir a 4.500 trabajadores en dos años, pero que creará 2.500 puestos de trabajo en países emergentes. Dos: vemos en un telediario a un enorme pueblo en China, en el que no hay viviendas, sólo factorías en las que los obreros trabajan en régimen de nueva esclavitud, fabricando cualquier cosa que se vaya a vender en todo el mundo, sin posibilidad de salir de la factoría, donde viven, duermen, comen y (suponemos) se reproducen, sin salir de la fábrica, es el que suministra de baratijas a Occidente, fascinados todos por espejitos y cuentas de colores, en un colonialismo a la inversa, del que no se benefician los obreros chinos, sino los empresarios de aquel país y los importadores occidentales, españoles incluidos, que se ahorran tener que pagar a obreros que salen a la calle de vez en cuando para exigir derechos, cada vez más lejanos, cada vez más vendidos por los que detentan (y digo bien detentan, ver diccionario) la representación de la clase obrera. El dinero ya no es dinero, sólo un concepto abstracto cuantificado en la pantalla de un ordenador. No hay tesoro enterrado ni monedas que el avaro cuenta por la noche. Sólo hay suposiciones. De pronto alguien dice que un país es rico y al rato su bolsa sube, los bancos desbordan beneficios y todo parece el país de las maravillas. Irlanda pasó de ser un país de tercera división (“somos los negros de Europa”, decían en aquella película “The Commitments”) a ser el Tigre Celta en un abrir y cerrar de ojos. Las facilidades que daban a las multinacionales eran tantas que en diez años ya se habló de milagro irlandés. Pero en el mundo de la economía no existen los milagros, y todo se vino abajo en otro abrir y cerrar de ojos. Y entonces hay que pedirle dinero al resto de Europa para aguantar el temporal, es decir, para sostener a los bancos, que, son el origen del ascenso y la caída. Y por mucho que nos aseguren los políticos y esos misteriosos expertos mundiales que dirigen bancos nacionales, no conseguiremos entender nada. Ahora, mientras escribo esto, las bolsas castigan a España por lo de Irlanda. Son cosas que sólo entienden los que mandan en Espectra, los que son capaces de desestabilizar un país entero simplemente con un clic de ratón, ordenando el traspaso de miles de millones de una cuenta a otra, comprando y vendiendo en fracciones de segundo, gracias a que tienen informaciones privilegiadas sobre el negocio (a fin de cuentas ellos son los que generan la información). Los grandes delincuentes ya no usan metralletas ni sombrero, les basta con una línea de tarifa plana.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sahara y Marruecos

Diario de Pontevedra. 18/11/2010 - J.A. Xesteira
El asunto del Sahara Occidental ex Español resurge de su propia ceniza cada cierto tiempo, bien por declaraciones, bien porque en algún sitio se reúnen dos comisiones para hablar, bien porque activistas españoles o saharauis organizan una huelga de hambre, una manifestación o una protesta de ilustres actores, artistas, políticos y famosos, en general. Pero nunca como esta vez el Sahara ha salido a las noticias con un motivo tan potente como esta confusa destrucción de un campamento en El Aaiun del que sólo sabemos que hay unos muertos (sin contabilizar) y unos detenidos (ídem) Desde que se aceptó el alto el fuego en la guerra que libraban el ejército marroquí y el del Frente Polisario, hace unos veinte años, esta es la ocasión más difícil de un conflicto que dura demasiado tiempo. El Gobierno de Marruecos blindó la información de lo sucedido, prohibiendo la entrada a la zona de periodistas extranjeros en general (y españoles en particular). Los ministros marroquíes salieron a las televisiones del mundo para decir que hay una campaña contra ellos, que los difaman y que los atacan sin razón. El Gobierno de España hace malabares para que no se note que las simpatías están a favor de los saharauis (como de todo el pueblo español) pero que, al mismo tiempo hay que guardar las formas con el gobierno amigo de Mohamed VI. Mientras, en Madrid, salen a la calle sindicalistas, políticos del PP y de IU (extrañas parejas) y artistas más o menos concienciados. Y, al mismo tiempo, en Nueva York, la ONU habla en un desierto de los tártaros y las dos delegaciones negociadoras se reúnen otra vez más. Y, en el fondo, pese a los buenos propósitos y la confusión del momento, pese a que cada uno aprovecha el conflicto para sumar puntos en la competición política siempre en marcha, nadie quiere ver sin filtros la realidad de una “descolonización” podrida desde su origen. Los políticos mienten a sabiendas o no dicen toda la verdad, y aprovechan la ocasión para vestirse de defensores de una causa que nunca les importó; los ministros marroquíes mienten y se les nota; los ministros españoles dicen lo que está en el guión para casos similares; la ONU habla sin que le importe mucho ni poco el asunto, y el resto de los países más o menos interesados y que podrían ejercer algún tipo de presión (entiéndase, Francia y EEUU) tienen sus propios problemas en casa y lo que pase al sur del Magreb se la trae floja. Ni siquiera los activistas, los artistas, los defensores españoles, tienen toda la razón, aunque, en su caso, les mueva más el corazón que la cabeza. Hay que recordar una vez más que el conflicto lo originó el Gobierno Español al abandonar a su suerte a los saharauis, ciudadanos españoles con carnet de identidad y pasaporte español, con seguridad social y educación españolas. De aquella chapuza descolonizadora viene este enfangado problema actual. Un problema que no se resolverá nunca y acabará convirtiéndose en otra cosa, quizás en alguna solución pactada que convenga a intereses superiores y que, como siempre, acabe por perjudicar a los ciudadanos indefensos e impotentes. Conocí el Sahara cuando estaban en guerra, viajé con otros cuatro periodistas gallegos a la zona, nos entrevistamos con el ministro de Exteriores del Polisario, convivimos en el desierto con los soldados, asistimos a un combate nocturno y hablamos con los prisioneros marroquíes. Es decir, tomé contacto con la situación desde el principio. Más tarde, después del alto el fuego, volví a los campamentos argelinos (campos de refugiados sin alambres, no lo olvidemos) con una caravana de buena voluntad, ciento y pico de vehículos que llevaban ayuda humanitaria de España; cruzamos desde Orán hasta Tinduf conduciendo una furgoneta durante tres días. Volví a ver otra realidad. Mucho más tarde participé, junto con periodistas, políticos y famosos en un intento de llegar a El Aaiun, que sabíamos imposible y no pasó de Canarias, simplemente para que hubiera una noticia que hiciera que el mundo no se olvidara del problema. Desde el principio fui escéptico, nunca creí que el problema se fuera a resolver a favor de los saharauis. Cada vez lo creo menos. El tiempo ha erosionado la situación; si en mi primer viaje había un motivo de lucha, se vivía en una mini utopía en los campamentos, en los que no había moneda y todo era compartido, en el segundo, la cosa había cambiado, la introducción de bienes materiales y moneda extranjera convertible cambia el paisaje, crea clases. Por otra parte, las nuevas generaciones carecen cada vez más del espíritu original, se globalizan, pierden los puntos de referencia en un lugar en el que no existen referencias. Y, por encima, las potencias extranjeras más directamente afectadas procuran que el problema les salpique poco; para EEUU, Marruecos es un país aliado y cliente; Francia, que bombardeó a los marroquíes con bombas de fósforo durante las guerras del Protectorado, juega una vez más a su diplomacia hipócrita. Y los marroquíes, un pueblo pobre en un país rico, acaban convertidos a su pesar en los malos de la película; saben que viven en un reino con enormes recursos que los podrían convertir en un estado europeo en África. Pero Marruecos sigue siendo una monarquía absoluta, disfrazada de democracia, y a todos les conviene que así sea. Menos al pueblo saharaui, que comenzó a perder el día en que España les dio la patada y los dejó de lado. Los hechos recientes, los muertos y los detenidos, lo demuestran; ya no se trata de combativos soldados del Polisario o activistas políticos del Sahara argelino, se trata, y es la novedad, de gentes que viven pobremente en un país rico, que son considerados ciudadanos de segunda. Y que ya nacen perdedores. Si pensamos con la cabeza fría, deduciremos que nunca van a ganar, pero nuestra obligación es dar la cara por ellos, por los que pierden, aunque sea una batalla perdida. Es nuestra obligación, la de todos, no sólo de los famosos que salen en la tele ni de los políticos que aprovechan la ocasión para ser solidarios de pacotilla.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuestión de educación

Diario de Pontevedra, 10/11/2010 . JA Xesteira.

Cuando la cosa política queda reducida a los índices de aceptación (teórica) de los aburridos padres de la patria que repiten sus discursos anodinos, surgen otros temas con más interés y polémica que hacen que las semanas sean otra cosa. Cuatro temas, pescados al vuelo de la prensa que podrían llevarnos a reflexiones más interesantes que los discursos de tarifa plana que emiten el PP y el PSOE para uso exclusivo de sus feligreses. Primer tema: Los apellidos.- Se les acaba de ocurrir la ordenación de los apellidos de los recién nacidos, con la nueva modalidad de que, en caso de dudas paternas prevalezca el orden alfabético, que es un orden objetivo, y ya se monta una polémica en la que, de un momento a otro, saldrán los obispos para decir que va contra natura y que el apellido que manda es el del padre. Y, claro, las televisiones se dedican a una labor estúpida y nada periodística, cual es preguntarle a dos o tres paisanos que no tienen ni idea de que va el asunto. Pero opinan con poderío, como si su opinión fuera piedra angular. Y nadie les explica a los ciudadanos que hace tiempo que los bebés pueden apellidarse como quieran sus padres, con el primer apellido del padre o de la madre, que hay libertad para el orden. Se mantenía una costumbre antigua, propia de sociedades primitivas, donde el hombre era el jefe de tribu y la mujer valía menos que una cagarruta de cabra. Así, los niños eran “hijos de” su padre, aunque la única certeza era el vientre materno, y se les ponía el apelativo de Bar o Ben, como hijo y sucesor del pastor o guerrero de turno. La madre era un accesorio, y la dinastía se mantenía incluso a pesar de leyes que originaban guerras carlistas. La iglesia católica mantiene esa fórmula, pese a que su origen es por vía materna (la Virgen era una madre de alquiler divino) y las familias nobles mantienen la línea paterna como santo y seña de su escudo. Los Perendénguez “de toda la vida” se agarran al apellido paterno, como las familias reales, por más que sus antepasados eran un prodigio de infidelidades y mezcla de sangres por vía de adulterio (ejemplo, la tatarabuela del Rey, Isabel II). En cuestiones nobiliarias hay que recordar que un conde o un duque no es más que el heredero de un delincuente que se libró de una horca merecida por apostar al rey ganador. De cualquier forma, sean bienvenidas estas polémicas que entretienen y que, a fin de cuentas, se superan con el tiempo. No es más que un asunto de educación. Segundo tema: la Ortografía.- Otra ley, esta de rango académico, pero que está por encima de lo que puedan opinar tanto los viandantes como los políticos o jueces superiores. Los reajustes ortográficos no generan polémica, quizás porque las cuestiones gramaticales nunca incomodaron demasiado a los que escribimos como nos da la gana, es decir a todo el censo de contribuyentes. Sólo (este “sólo” ya debe ser ilegal) algunos que siempre reaccionamos contra lo novedoso y seguimos escribiendo “whisky” y no “güisqui” seguiremos poniendo la Q en Qatar, acentos en truhán (parece más bandido con acento) y nos resistiremos a llamar “ye” (como la vieja chica que no se quería enterar) a la única letra con denominación de origen, la “y griega”. De todas formas sabemos que no es más que un forcejeo incruento; los niños de ahora mismo tendrán apellidos variados y ya escribirán con la nueva ortografía. Es otra cuestión de educación. Tercer tema: los políticos.- Hay una pregunta que me ronda hace tiempo. Si para cualquier trabajo exigen títulos, diplomas y conocimientos; si para ser fontanero, periodista, gasolinero o tornero-fresador hay que estar homologado y tener carné, ¿por qué cualquiera puede ser político sin que nadie le pida un conocimiento previo? Me dirá usted que la mayoría de los políticos son abogados, profesores, economistas, o cualquier título alto medio o bajo. Si, pero eso les faculta para trabajar en sus profesiones, pero lo de político es otra cosa, cualquier botarate vanidoso puede llegar a dirigir los destinos de la patria (esa frase sólo la podría pronunciar un botarate vanidoso). Y eso tiene que cambiar, tiene que haber una facultad universitaria en la que se estudie cualquier rama de la política (no se confunda con la actual carrera de Ciencias Políticas, que viene a ser una teología filosófica, nada que ver con la realidad) y que los licenciados, doctores o diplomados puedan tener el título de senador o de alcalde pedáneo. Ahora, cualquiera puede ser político, y así nos va. Ejemplo, el alcalde de Valladolid y sus pasadas declaraciones. Salieron al paso sus correligionarios, a regañadientes, porque el personaje es un cantamañanas (Cantamañanas: Persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito, según la RAE) y dijeron que hay libertad de expresión. Y se equivocan, la libertad de expresión implica el respeto al contrario, no decir lo que uno quiere; no hay nada más peligroso e hipócrita que ese que dice: “Le voy a ser sincero”. La libertad de expresión, algo de lo que sabemos un poco aquellos que trabajamos en la prensa en tiempos remotos (antes de 1975) no está reñida con el sentido común y, sobre todo, con la educación. Cuarto tema: el Papa.- Y, por último, el viaje de Benedicto XVI con su previsible polémica. Antes de llegar provocó con una frase en la que comparaba la España de ahora con el anticlericalismo de la República. Claro, eso cabreó a un amplio sector. Pero no hay para tanto si lo analizamos. B-16 es un metepatas. Lo hizo en varias ocasiones de las que tuvo que desdecirse. Los papas, cuando viajan, no tienen la percepción de que van a un país distinto; ellos van a su iglesia, y consideran que mientras estén entre sus fieles, están en casa. Es una cuestión de mala educación, porque no se va a la casa del vecino a insultarlo. Pero a lo mejor tiene razón y estamos en vías de conseguir ser un país laico e independiente del Vaticano. Sólo hay que dejar de darle la subvención que no rechazan nunca, aunque el dinero que trinquen sea el de todos los españoles, creyentes y no creyentes El balance de su visita fue de fracaso (si quitamos los fieles excursionistas pastoreados por el Opus, poco público se acercó al papamóvil). Puede que estemos mejorando nuestra educación religiosa y podamos separar lo del César y lo de Dios.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Circo de Difuntos

Publicado en Diario de Pontevedra. 04/11/2010 - J.A. Xesteira
casi coincidente con Todos los Santos y Fieles Difuntos (hoy más conocidos como el Jalogüín) ocurren dos acontecimientos funerarios, el de Néstor Kirchner y el de Marcelino Camacho. Los dos, multitudinarios y diferentes en su puesta en escena, me llevan a la reflexión y posterior conclusión de que lo que verdaderamente atrae a la masa, ese abstracto e indefinido grupo social, es el entierro, mucho más que los desfiles patrióticos, los mítines políticos o los conciertos de Bruce Springsteen. Sólo se pueden ver superados en fervor popular por determinadas procesiones o por campeonatos de fútbol festejados alrededor de alguna fuente. En realidad, estos dos eventos vienen a ser como un entierro, en el primer caso de algún dios, en el segundo, de los enemigos vencidos. La masa (no confundir con el Increíble Hulk) suele actuar a mogollón, y unas veces es predecible y manipulable, pero, a la mínima que nos descuidemos, avanza por sí sola, como un torrente. Y es en el momento en que fallece el famoso, el grande, el egregio, cuando se organiza, más o menos espontáneamente, para formar un circo de cuatro pistas. Es también en ese momento cuando todo el mundo habla bien del muerto, adaptándose al dicho de que “el indio muerto es indio bueno”, atribuido al genocida General Sheridan, y si en vida el famoso fue un tipo detestable, odiable o, simplemente, uno cualquiera, a su muerte se forma un desfile y todos hablan maravillas de él en la televisión. La historia está llena de panegíricos y entierros con pompa y circunstancia. Desde el famoso discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César (versión Shakespeare) hasta la locura desatada por la muerte de Lady Di, hay todo un ritual de adoración al muerto y su circo. La masa, de pronto, sale a la calle y convierte en duelo en un carnaval siniestro. Hace años me pilló la muerte del rey de Marruecos, Hassán II, en la mismísima plaza de la Yemaa en Marrakesh, y les garantizo que aquello no era normal, la multitud formaba remolinos de dolor, con banderas y grandes gritos. Sin embargo, al día siguiente, los comerciantes del zoco abrían de tapadillo para vender a los turistas, justificándose con una frase que era fundamental: “El rey está muerto, pero yo estoy vivo y tengo que comer”. Las televisiones saben que cuando se muere un importante, tienen un espacio de primera magnitud; es el gran circo de la muerte. Lo adivinaron cuando la muerte de Diana de Gales, en donde no faltó rincón por remover, osito de peluche que retratar e, incluso, forzaron a la actuación especial de la Reina de los ingleses, reacia a participar en aquel culebrón: la muerte de unos juerguistas de fin de semana en accidente de circulación. Los muertos que un día fueron la cabeza superior de un país, ya fueran reyes, dictadores o presidentes demócratas, son otro espectáculo, porque pasan a ser Historia. Kennedy (con el añadido del balazo a la cabeza), Franco (muerto a consecuencia de partes médicos habituales) o el mismo Hassán. Sobre ellos se construye un panteón, al estilo de los faraones. Una mezquita en Marruecos, un nicho en la Plaza Roja de Moscú, el Cementerio de Arlington, el Monasterio del Escorial, o el Valle de los Caídos. Después están las tumbas de los famosos, que siempre tienen peregrinos, como la de Jim Morrison o la de Oscar Wilde, en el Pere Lachaise de París; la tumba del primero ya tiene un policía al lado, y de la escultura original ya no queda nada, sólo una piedra; en la del segundo suelen colocar poemitas en las rendijas de la enorme estatua que la corona. Pero los dos ilustres difuntos de la semana pasada fueron como la cara y la cruz del espectáculo obituario. El duelo por Marcelino Camacho fue, en realidad, una marcha de protesta, un mitin funerario, la prolongación de la huelga general, con frases históricas y la Internacional como banda sonora. Sobrio, emocional y ajustado a la figura de un personaje del que recordamos los jerseys, iguales a aquellos que solíamos llevar, tejidos a mano, para aprovechar lanas de otros jerseys viejos. Eso y la conocida frase de su colega Redondo: “Mientes, Marcelino, y tú lo sabes”. Fue un entierro sindical, como un convenio colectivo. El del ex presidente de Argentina, por el contrario, fue un espectáculo mundial. Si hubiera un cineasta con sentido documental, debería instalar la cámara fija delante del féretro y dejarla rodar; el montaje de ese material podría valerle un óscar. En un salón presidido por los retratos de Perón, Evita y el che Guevara, como un mal decorado de ópera rock (faltaba Gardel, pero no faltó Maradona, para completar el Olimpo de dioses porteños) la viuda del finado, con gafas oscuras y maquillaje adecuado, incluido el peinado siempre en su sitio, soportaba con agradecido estoicismo el paso de algo parecido al Show del Pájaro Loco: mineros con casco, arrebatadas plañideras que se desgarraban el alma en llantos, la comisión de las Madres de la Plaza de Mayo, un tenor que cantó el Ave María de Schubert, y todo el surtido de políticos extranjeros y argentinos, que se sintetizan en ese extraño partido político que va desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda y que se llama peronismo. Realmente es difícil establecer comparaciones desde fuera, y por lo tanto tendría que pedir disculpas a los argentinos, pero un circo es un circo, y ante él todos somos espectadores. Y el del difunto Kirchner no es diferente de otros grandes desfiles en los que se mezcla la muerte con el espectáculo más carnavalesco y surrealista. Dentro de unos días, ya mismo, todos los que clamaron al cielo por la muerte del ilustre andarán a otros asuntos y, probablemente estén renegando del muerto, lo mismo que lo hacían en vida, cuando las cosas pintaban mal para aquel país. Los rituales de la muerte siempre han sido un espectáculo, desde las hecatombes griegas (el sacrificio de cien bueyes, ¿se imaginan el desparrame?) hasta los grandes funerales con coros celestiales o desfiles por las calles de las ciudades, todo viene a ser lo mismo, un espectáculo. Como el del Papa en su mini gira veloz, de Compostela-Barcelona, que costará oficialmente unos cinco millones y pico de euros. Un espectáculo religioso en el que el muerto (un judío bimilenario) pasa a segundo término para que actúen los vivos.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Comparaciones odiosas

JA Xesteira. Publicado no Diario de Pontevedra, 27-Out-2010

Aveces, las noticias te saltan a la cara como un alien de película de terror de serie B. A veces, el azar, o vaya a saber qué, reúne en un mismo espacio la cara y la cruz, la mano del odio con la mano del amor. A veces, como la semana pasada, te encuentras en la misma página del periódico digital el blanco y el negro de la vida, lo que te cabrea por la banda de Laíño y lo que te cabrea por la de Lestrove, sitios donde siempre llueve poesía. Es cierto que abrir un periódico hoy (mejor, abrir las ediciones digitales a plena pantalla) es un ejercicio de autoflagelación; el mundo que contemplamos a través de ellos no nos gusta; las cosas que nos cuentan los periodistas frecuentan más la zona de la desgracia que la de la gracia. Es el reflejo de lo que ocurre en el mundo, mal que nos pese y a pesar de que lo que se nos cuenta no es, por desgracia, más que lo evidente, lo que se puede documentar sin peligro de que se acuse al mensajero de mentir o de falsear. Los periodistas saben más de lo que cuentan, pero muchas veces no se puede contar porque, como la policía, las cosas hay que evidenciarlas, probarlas y mostrarlas solamente adornadas con la verdad. Viene este preámbulo al detalle de encontrar la semana pasada dos noticias opuestas por el vértice. La primera contaba que en una aldea de Palas de Rei fue derribada la vivienda ilegal de un matrimonio en paro, con dos hijos; la casa, que comenzó como alpendre, como miles de casas del rural gallego, fue denunciada por “alguien” (en las aldeas siempre hay un “alguien” que nace de una disputa, un enfrentamiento, una pelea de tribu) y la ley actuó. El resultado final fue de un matrimonio y sus hijos en la calle, en la corredoira, en este caso, sin posibilidades de tener donde meterse más que en la casa de los abuelos. El derribo se hizo con todas las de la ley, mediante sentencia y presencia de policías, por si algún vecino levantisco organizara un levantamiento popular. No hizo falta, la pala excavadora, un artefacto que no entiende de obstáculos, aplanó la casa y la convirtió en leira. En la misma página informativa venía otra noticia en la que se daba cuenta de que el Ayuntamiento de Vigo concedió licencia a una promotora para que iniciase la legalización de las dos torres de García Barbón, de 170 viviendas y sede del Círculo de Empresarios de Galicia (Club Financiero), sobre las que pesaban dos órdenes de demolición del Tribunal superior de Xustiza de Galicia, desde 1996, por sobrepasar las alturas permitidas. Ambos casos son similares en la ilegalidad; el primero sabía que sólo tenía permiso para un alpendre, y el segundo, que se pasaba en las alturas. Ambos casos eran ilegales y en ambos casos había sentencia judicial. En el primer caso se aplicó la ley, y en el segundo se readaptó a un nuevo plan de ordenación. El resultado final es el ya sabido. Y así, usted y yo, que simplemente leemos los periódicos, ya sea en nuestro bar de las mañanas o en nuestra pantalla de ordenador, sacamos esa conclusión que está usted pensando. Y es que nos lo ponen a huevo. Posiblemente, si yo ahora dijera que hay leyes distintas, según las posibilidades económicas y el poder político que controles, que hay una ley para ricos y otra para pobres, alguien me podría tachar de demagogo, palabra que conviene repasar en el diccionario, ya que yo no pretendo lograr el favor popular con halagos para fines políticos (mi interés acaba con el trabajo de escribir este artículo.) Pero, incluso así, aceptémoslo. Posiblemente sea una comparación fácil, el pobre aldeano de Palas de Rei que se quedó sin casa por un asunto tan viejo como la propia historia del ser humano: la envidia del vecino. Y los ricos empresarios, que consiguen rescatar sus torres por algo tan viejo como la misma historia: el poder del capital. Ya sé que la comparación es odiosa, pero yo no tengo la culpa de que las dos noticias aparezcan juntas y comparables. No hay nada más obvio que la verdad desnuda, y ahí está. Corramos el peligro de la demagogia, incluso a pesar del significado de la propia palabra, que no sería el caso. Pero eso es lo que hay, y usted y yo pensamos y entendemos de cosas simples, de los hechos que son tercos y se empeñan por enseñarnos lo evidente. Y después sacamos consecuencias lógicas, mucho más lógicas que las leyes, que son enrevesadas y circulan por caminos complicados, a diferencia de la justicia que es recta e invariable. Eso podría llevarnos a otras conclusiones derivadas de estos dos casos. Sabemos que hechos como los contados hay centenares atascando las oficinas judiciales de este país, que las ilegalidades en el mar del urbanismo y la construcción son muchas, y que en ese tejemaneje de organizar el territorio y lo que sobre él se construye hay delitos perseguibles (y perseguidos en muchos casos) y sabemos que hay un amplio surtido de políticos, financieros, constructores, bancos, técnicos y demás que mueven influencias, dineros, cuotas y tantos por ciento para que los mapas urbanos varíen para gusto y negocio de unos cuantos. Lo sabemos porque de vez en cuando se detienen a presuntos implicados en operaciones con nombres de película de espías, y, además, por un simple análisis de causa y efecto: sólo hay que ver niveles de vida. También hay que decir que seríamos injustos si metiéramos en el mismo saco a todos los políticos, a todos los financieros y constructores, que por suerte todavía hay gente honrada (aunque callada y silenciosa) en este territorio. Pero el panorama es abundante en hechos como los contados. El lector sabe que hay sentencias sobre derribos que nunca se llevarán a cabo, porque los mecanismos se atascan cuando se habla de indemnizaciones a personas que viven en edificios que ya eran ilegales cuando los compraron. Es un maldito embrollo que durará años y creo que nunca se solucionará. Es la diferencia de leyes que le tiran la casa a los parados y se la legalizan a los financieros. Es lo que marca la diferencia entre la ley y la justicia; la ley la entienden los expertos, la justicia la entendemos todos.

martes, 26 de octubre de 2010

Gauloises contra Gitanes

Publicado no Diario de Pontevedra o   22/09/2010 - J. A. Xesteira

El reciente conflicto francés contra los gitanos rumanos ha sacado a pasear los viejos fantasmas de las deportaciones, Petain, Vichy, la resistencia y otras hazañas del pasado que ya sólo viven en viejas películas en blanco y negro. Sarkozy es el centro de la atención, pero me temo que no hace más que recoger algo que existe en el cogollo más escondido del alma francesa. Desde la Segunda Guerra Mundial, Francia supo colgarse la medalla de las libertades, quizás para lavar la imagen de un país colaboracionista, después de una invasión alemana que no encontró resistencia alguna. Cuando acabó la guerra, Francia había pasado de ser un país colaboracionista, con un gobierno pro Hitler, deportador de judíos, gitanos, homosexuales y españoles republicanos (al respecto, leer alguna de las historias de Anthony Beevor) a ser un país aliado, cantor de la liberación y al mismo nivel que Gran Bretaña y EEUU (Churchill odiaba directamente a De Gaulle). El dibujante (y algo más) italiano Hugo Pratt, en un libro-entrevista, dice una frase muy acertada: “Millones de franceses e italianos pasamos en una noche de ser fascistas a ser demócratas”. Se olvidaron de un plumazo que la tan famosa Resistencia Francesa fue una fuerza creada por comunistas, republicanos españoles y ayudada por comandos ingleses; la Francia de verdad era, por lo menos, consentidora, cuando no claramente colaboracionista. Aquellos polvos trajeron otros lodos; de la mala conciencia de mirar al cielo y silbar mientras los alemanes desfilaban por París, pasaron a ser los adalides de las libertades, sobre todo cuando en el país de abajo del mapa mandaba un dictador llamado Franco. Francia se erigió en el centro del mundo, el sitio a donde querían ir a veranear los americanos, la patria de la cultura mundial. Allí se acogieron todos los extranjeros que tuvieran algo que ofrecer (los que no, como los exiliados españoles, eran confinados en campos de concentración, de los cuales salieron los soldados de Leclerc que liberaron París) y tuvieron el acierto de ofrecer al mundo a los mejores con el sello de Made in France, hasta el punto que para el mundo entero, son franceses el belga Jacques Brel, el griego Moustaki, el armenio Aznavour el italiano Modigliani, los españoles Picasso o Buñuel, el argelino-español Albert Camus, e incluso las siguientes generaciones de los antiguos inmigrantes, como es el caso del propio Sarkozy, hijo de húngaro exiliado y judía sefardita. Incluso se ofrece como francés al gran genio de la guitarra de jazz, el creador de todo un estilo, el hombre que con una mano izquierda deformada por un accidente reinventó el swing: Django Reinhart, el mejor guitarrista de todos los tiempos. Pues bien, Django (los franceses pronuncian Xangó, como el dios del sincretismo brasileiro) era gitano, vivía en un carromato cerca del Sena, en las afueras de París, y ni siquiera era francés, sino belga, si es que los gitanos pueden ser de algún sitio. Pero ahora mismo, los gitanos son un problema para Francia, los gitanos rumanos, añado, y diría más, los gitanos rumanos pobres (no sé si hay gitanos rumanos ricos). Y es un problema por muchas circunstancias, entre otras, porque forman campamentos en el extrarradio de las ciudades, con chabolas y todo lo que eso lleva aparejado: miseria, falta de higiene, supervivencia en el límite legal al borde de la delincuencia, y todos los demás etcéteras. Los gitanos son un problema, pues claro. Son el tercer mundo desplazándose a su aire por el mundo capitalista y en crisis, y eso no se puede controlar, crean un desajuste difícil de resolver. Y entonces lo resuelven al estilo Aznar (¿recuerdan? “Teníamos un problema y ya no lo tenemos”) que es el recurso de devolverlos a su lugar de origen, que es el que utiliza Berlusconi (curiosamente los tres, Josemari, Sarko y Berlusco, son los prototipos de los chuletas bajitos, los que abusan del cuerpo) El problema es que el problema no se resuelve devolviendo a los inmigrantes, sobre todo cuando son gitanos y, por encima, ciudadanos europeos con todos los derechos iguales a los de cualquier otro. Es decir, por si no está claro, que por las leyes fundamentales de la Unión Europea, que establecen que no se puede impedir el libre movimiento de personas en el territorio, el ciudadano gitano-rumano Petrescu tiene el mismo derecho a estar en Francia (o en Holanda) que el ciudadano francés Sarkozy o el ciudadano portugués Durão Barroso. La ley es clara, y, a no ser que el gitano rumano cometa un delito y sea reclamado por su país para ser juzgado (caso de ETA) tiene derecho a vivir donde le de la gana. Así que el presidente francés se ha metido en un berenjenal impropio, en el que, aunque con discrepancias, está respaldado por las buenas gentes de Francia, que, como las de otros países, enseguida se olvida de cuando éramos pobres y emigrantes (Galicia no es excepción) y somos tolerantes sólo cuando las cosas nos van bien, pero cuando la crisis asoma las orejas, lo primero que agarramos es nuestra bolsa del dinero, le damos la patada a los buenos deseos y los derechos humanos y sale a relucir el pequeño fascista patriota que todos llevamos dentro. De momento todos los ataques se centran en la persona de la comisaria de Justicia, Reding, por decir que una situación como esta no se daba en Francia desde la Segunda Guerra. Y ahí le dio a los franceses en sus partes pudendas, las que tratan de tapar en la memoria del mundo: su colaboracionismo. Y toda Europa se echó encima de la comisaria, incluido Zapatero. Pero la comisaria tiene razón, y sus palabras molestan porque en la Unión Europea hay mucho mamoneo y poca decisión política. En el fondo es una cuestión nicotínica, la lucha entre los dos tabacos de Francia, los galos del Gauloises y los gitanos de los Gitanes, las marcas emblemáticas de todo francés, las que fumaron Sartre, James Bond, Picasso, Belmondo en “A bout de souffle” y que son el paradigma del espíritu francés; el lema del Gauloises es “libertad siempre” y durante la guerra era el tabaco de la Resistencia. Hoy, los Gauloises quieren expulsar a los Gitanes. Lo paradójico es que las dos marcas francesas son, desde el 2005, propiedad de la española Altadis, antes Tabacalera. Y se fabrican en España, donde los gitanos son otra cosa y su problema se negocia de otra manera.
http://diariodepontevedra.galiciae.com/nova/63084.html
Traballando na creación deste blog,...