jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuestión de educación

Diario de Pontevedra, 10/11/2010 . JA Xesteira.

Cuando la cosa política queda reducida a los índices de aceptación (teórica) de los aburridos padres de la patria que repiten sus discursos anodinos, surgen otros temas con más interés y polémica que hacen que las semanas sean otra cosa. Cuatro temas, pescados al vuelo de la prensa que podrían llevarnos a reflexiones más interesantes que los discursos de tarifa plana que emiten el PP y el PSOE para uso exclusivo de sus feligreses. Primer tema: Los apellidos.- Se les acaba de ocurrir la ordenación de los apellidos de los recién nacidos, con la nueva modalidad de que, en caso de dudas paternas prevalezca el orden alfabético, que es un orden objetivo, y ya se monta una polémica en la que, de un momento a otro, saldrán los obispos para decir que va contra natura y que el apellido que manda es el del padre. Y, claro, las televisiones se dedican a una labor estúpida y nada periodística, cual es preguntarle a dos o tres paisanos que no tienen ni idea de que va el asunto. Pero opinan con poderío, como si su opinión fuera piedra angular. Y nadie les explica a los ciudadanos que hace tiempo que los bebés pueden apellidarse como quieran sus padres, con el primer apellido del padre o de la madre, que hay libertad para el orden. Se mantenía una costumbre antigua, propia de sociedades primitivas, donde el hombre era el jefe de tribu y la mujer valía menos que una cagarruta de cabra. Así, los niños eran “hijos de” su padre, aunque la única certeza era el vientre materno, y se les ponía el apelativo de Bar o Ben, como hijo y sucesor del pastor o guerrero de turno. La madre era un accesorio, y la dinastía se mantenía incluso a pesar de leyes que originaban guerras carlistas. La iglesia católica mantiene esa fórmula, pese a que su origen es por vía materna (la Virgen era una madre de alquiler divino) y las familias nobles mantienen la línea paterna como santo y seña de su escudo. Los Perendénguez “de toda la vida” se agarran al apellido paterno, como las familias reales, por más que sus antepasados eran un prodigio de infidelidades y mezcla de sangres por vía de adulterio (ejemplo, la tatarabuela del Rey, Isabel II). En cuestiones nobiliarias hay que recordar que un conde o un duque no es más que el heredero de un delincuente que se libró de una horca merecida por apostar al rey ganador. De cualquier forma, sean bienvenidas estas polémicas que entretienen y que, a fin de cuentas, se superan con el tiempo. No es más que un asunto de educación. Segundo tema: la Ortografía.- Otra ley, esta de rango académico, pero que está por encima de lo que puedan opinar tanto los viandantes como los políticos o jueces superiores. Los reajustes ortográficos no generan polémica, quizás porque las cuestiones gramaticales nunca incomodaron demasiado a los que escribimos como nos da la gana, es decir a todo el censo de contribuyentes. Sólo (este “sólo” ya debe ser ilegal) algunos que siempre reaccionamos contra lo novedoso y seguimos escribiendo “whisky” y no “güisqui” seguiremos poniendo la Q en Qatar, acentos en truhán (parece más bandido con acento) y nos resistiremos a llamar “ye” (como la vieja chica que no se quería enterar) a la única letra con denominación de origen, la “y griega”. De todas formas sabemos que no es más que un forcejeo incruento; los niños de ahora mismo tendrán apellidos variados y ya escribirán con la nueva ortografía. Es otra cuestión de educación. Tercer tema: los políticos.- Hay una pregunta que me ronda hace tiempo. Si para cualquier trabajo exigen títulos, diplomas y conocimientos; si para ser fontanero, periodista, gasolinero o tornero-fresador hay que estar homologado y tener carné, ¿por qué cualquiera puede ser político sin que nadie le pida un conocimiento previo? Me dirá usted que la mayoría de los políticos son abogados, profesores, economistas, o cualquier título alto medio o bajo. Si, pero eso les faculta para trabajar en sus profesiones, pero lo de político es otra cosa, cualquier botarate vanidoso puede llegar a dirigir los destinos de la patria (esa frase sólo la podría pronunciar un botarate vanidoso). Y eso tiene que cambiar, tiene que haber una facultad universitaria en la que se estudie cualquier rama de la política (no se confunda con la actual carrera de Ciencias Políticas, que viene a ser una teología filosófica, nada que ver con la realidad) y que los licenciados, doctores o diplomados puedan tener el título de senador o de alcalde pedáneo. Ahora, cualquiera puede ser político, y así nos va. Ejemplo, el alcalde de Valladolid y sus pasadas declaraciones. Salieron al paso sus correligionarios, a regañadientes, porque el personaje es un cantamañanas (Cantamañanas: Persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito, según la RAE) y dijeron que hay libertad de expresión. Y se equivocan, la libertad de expresión implica el respeto al contrario, no decir lo que uno quiere; no hay nada más peligroso e hipócrita que ese que dice: “Le voy a ser sincero”. La libertad de expresión, algo de lo que sabemos un poco aquellos que trabajamos en la prensa en tiempos remotos (antes de 1975) no está reñida con el sentido común y, sobre todo, con la educación. Cuarto tema: el Papa.- Y, por último, el viaje de Benedicto XVI con su previsible polémica. Antes de llegar provocó con una frase en la que comparaba la España de ahora con el anticlericalismo de la República. Claro, eso cabreó a un amplio sector. Pero no hay para tanto si lo analizamos. B-16 es un metepatas. Lo hizo en varias ocasiones de las que tuvo que desdecirse. Los papas, cuando viajan, no tienen la percepción de que van a un país distinto; ellos van a su iglesia, y consideran que mientras estén entre sus fieles, están en casa. Es una cuestión de mala educación, porque no se va a la casa del vecino a insultarlo. Pero a lo mejor tiene razón y estamos en vías de conseguir ser un país laico e independiente del Vaticano. Sólo hay que dejar de darle la subvención que no rechazan nunca, aunque el dinero que trinquen sea el de todos los españoles, creyentes y no creyentes El balance de su visita fue de fracaso (si quitamos los fieles excursionistas pastoreados por el Opus, poco público se acercó al papamóvil). Puede que estemos mejorando nuestra educación religiosa y podamos separar lo del César y lo de Dios.

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