lunes, 1 de noviembre de 2010

Comparaciones odiosas

JA Xesteira. Publicado no Diario de Pontevedra, 27-Out-2010

Aveces, las noticias te saltan a la cara como un alien de película de terror de serie B. A veces, el azar, o vaya a saber qué, reúne en un mismo espacio la cara y la cruz, la mano del odio con la mano del amor. A veces, como la semana pasada, te encuentras en la misma página del periódico digital el blanco y el negro de la vida, lo que te cabrea por la banda de Laíño y lo que te cabrea por la de Lestrove, sitios donde siempre llueve poesía. Es cierto que abrir un periódico hoy (mejor, abrir las ediciones digitales a plena pantalla) es un ejercicio de autoflagelación; el mundo que contemplamos a través de ellos no nos gusta; las cosas que nos cuentan los periodistas frecuentan más la zona de la desgracia que la de la gracia. Es el reflejo de lo que ocurre en el mundo, mal que nos pese y a pesar de que lo que se nos cuenta no es, por desgracia, más que lo evidente, lo que se puede documentar sin peligro de que se acuse al mensajero de mentir o de falsear. Los periodistas saben más de lo que cuentan, pero muchas veces no se puede contar porque, como la policía, las cosas hay que evidenciarlas, probarlas y mostrarlas solamente adornadas con la verdad. Viene este preámbulo al detalle de encontrar la semana pasada dos noticias opuestas por el vértice. La primera contaba que en una aldea de Palas de Rei fue derribada la vivienda ilegal de un matrimonio en paro, con dos hijos; la casa, que comenzó como alpendre, como miles de casas del rural gallego, fue denunciada por “alguien” (en las aldeas siempre hay un “alguien” que nace de una disputa, un enfrentamiento, una pelea de tribu) y la ley actuó. El resultado final fue de un matrimonio y sus hijos en la calle, en la corredoira, en este caso, sin posibilidades de tener donde meterse más que en la casa de los abuelos. El derribo se hizo con todas las de la ley, mediante sentencia y presencia de policías, por si algún vecino levantisco organizara un levantamiento popular. No hizo falta, la pala excavadora, un artefacto que no entiende de obstáculos, aplanó la casa y la convirtió en leira. En la misma página informativa venía otra noticia en la que se daba cuenta de que el Ayuntamiento de Vigo concedió licencia a una promotora para que iniciase la legalización de las dos torres de García Barbón, de 170 viviendas y sede del Círculo de Empresarios de Galicia (Club Financiero), sobre las que pesaban dos órdenes de demolición del Tribunal superior de Xustiza de Galicia, desde 1996, por sobrepasar las alturas permitidas. Ambos casos son similares en la ilegalidad; el primero sabía que sólo tenía permiso para un alpendre, y el segundo, que se pasaba en las alturas. Ambos casos eran ilegales y en ambos casos había sentencia judicial. En el primer caso se aplicó la ley, y en el segundo se readaptó a un nuevo plan de ordenación. El resultado final es el ya sabido. Y así, usted y yo, que simplemente leemos los periódicos, ya sea en nuestro bar de las mañanas o en nuestra pantalla de ordenador, sacamos esa conclusión que está usted pensando. Y es que nos lo ponen a huevo. Posiblemente, si yo ahora dijera que hay leyes distintas, según las posibilidades económicas y el poder político que controles, que hay una ley para ricos y otra para pobres, alguien me podría tachar de demagogo, palabra que conviene repasar en el diccionario, ya que yo no pretendo lograr el favor popular con halagos para fines políticos (mi interés acaba con el trabajo de escribir este artículo.) Pero, incluso así, aceptémoslo. Posiblemente sea una comparación fácil, el pobre aldeano de Palas de Rei que se quedó sin casa por un asunto tan viejo como la propia historia del ser humano: la envidia del vecino. Y los ricos empresarios, que consiguen rescatar sus torres por algo tan viejo como la misma historia: el poder del capital. Ya sé que la comparación es odiosa, pero yo no tengo la culpa de que las dos noticias aparezcan juntas y comparables. No hay nada más obvio que la verdad desnuda, y ahí está. Corramos el peligro de la demagogia, incluso a pesar del significado de la propia palabra, que no sería el caso. Pero eso es lo que hay, y usted y yo pensamos y entendemos de cosas simples, de los hechos que son tercos y se empeñan por enseñarnos lo evidente. Y después sacamos consecuencias lógicas, mucho más lógicas que las leyes, que son enrevesadas y circulan por caminos complicados, a diferencia de la justicia que es recta e invariable. Eso podría llevarnos a otras conclusiones derivadas de estos dos casos. Sabemos que hechos como los contados hay centenares atascando las oficinas judiciales de este país, que las ilegalidades en el mar del urbanismo y la construcción son muchas, y que en ese tejemaneje de organizar el territorio y lo que sobre él se construye hay delitos perseguibles (y perseguidos en muchos casos) y sabemos que hay un amplio surtido de políticos, financieros, constructores, bancos, técnicos y demás que mueven influencias, dineros, cuotas y tantos por ciento para que los mapas urbanos varíen para gusto y negocio de unos cuantos. Lo sabemos porque de vez en cuando se detienen a presuntos implicados en operaciones con nombres de película de espías, y, además, por un simple análisis de causa y efecto: sólo hay que ver niveles de vida. También hay que decir que seríamos injustos si metiéramos en el mismo saco a todos los políticos, a todos los financieros y constructores, que por suerte todavía hay gente honrada (aunque callada y silenciosa) en este territorio. Pero el panorama es abundante en hechos como los contados. El lector sabe que hay sentencias sobre derribos que nunca se llevarán a cabo, porque los mecanismos se atascan cuando se habla de indemnizaciones a personas que viven en edificios que ya eran ilegales cuando los compraron. Es un maldito embrollo que durará años y creo que nunca se solucionará. Es la diferencia de leyes que le tiran la casa a los parados y se la legalizan a los financieros. Es lo que marca la diferencia entre la ley y la justicia; la ley la entienden los expertos, la justicia la entendemos todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario