sábado, 5 de marzo de 2016

Historias reales o "remakes"

J.A.Xesteira
Me preguntaban el otro día si había visto la ceremonia de los Oscar; el que me lo preguntaba conocía mi vieja afición por el cine. Tuve que explicarle que desde hace bastantes años no seguía ni la ceremonia ni me importaba quienes ganaban las estatuillas. Creo que la última vez que la vi, por obligación –en aquellos viejos tiempos ejercía de crítico de cine–, me quedé dormido en la primera media hora. Como espectáculo siempre me parecen aburridas estas ceremonias, los premiados o se quejan de lo mal que está el mundo o lagrimean un poco por las emociones. Mienten siempre, porque son gente del cine, y el cine es mentira. Antes eran magníficas mentiras, grandes y espectaculares mentiras con actores que mentían para parecer héroes o malvados y actrices que mentían para ser vampiresas, divas del sexo o heroínas grandiosas; todos recitaban textos mentirosos con aires shakesperianos o con el conceptismo de los grandes guionistas de cine negro. Ahora, las mentiras son pobres, pero abarrotadas de efectos digitales; los actores mentirosos son clónicos, y las actrices llevan las mentiras hasta el extremos de falsear sus caras. Antes éramos cómplices de las grandes mentiras de Hollywood, que consumíamos en grupo, como un rito social; y ahora no compartimos las mentiras de las grandes multinacionales del entretenimiento que consumimos en solitario y sin mucho interés.
No quiero que se entienda que digo que el cine de antes era mejor que el de ahora (podríamos discutirlo, pero no llegaríamos a ninguna conclusión, sobre todo si somos de distintas generaciones). Cada tiempo tiene sus cines. Pero hay algunas características del momento que son propias de estos tiempos, cosa nueva. Una, la eterna queja de que los que pirateamos las películas estamos condenando al Séptimo Arte a la desaparición. Podría defender algún argumento en contra, pero el tema da más para un  simposio que para desarrollar en un párrafo. Y otra, la carencia de ideas del cine americano que en otros tiempos era factoría de bellas historias. La flaqueza argumental es universal, seguramente producto de los tiempos, y de los cambios en el sistema productivo, que quiere beneficio inmediato, en un arte que fue arte y que ahora es nada más que el soporte para hacer negocios tangenciales: “merchandishing” paralelo, cine en la red, muñecos, camisetas, moda o, simplemente palomitas. La película pasó a ser un mero punto de apoyo que ya no genera beneficios sólo por entradas vendidas. El cine se queda sin ideas. Hace unos días la cartelera era de historias reales o repeticiones de viejas historias, los “remakes”.
La ceremonia de los Oscar también fue eso: historias reales y “remakes”. La ganadora “Spotlight”, basada en el destape periodístico de los pederastas católicos de Boston, o la historia de un transexual danés. Historias que nacen falsas; no hay nada más falso que tratar de contar una historia real porque la propia realidad ya estaba manipulada. Recuerden el célebre caso Watergate, que encumbró a dos periodistas que lo único que hicieron fue publicar los chivatazos que le contaba un soplón interesado en hundir a Nixon; aquello se vendió como un triunfo de la libertad de expresión, pero no fue más que la manipulación política de la prensa interesada. La otra parte de los Oscar fueron los “remakes”, empezando por la tan cacareada película de Di Caprio-Iñárritu. Es la misma historia contada en 1971, titulada “El hombre de una tierra salvaje”, protagonizada por Richard Harris. Nada nuevo. Ni siquiera la multipremiada “Mad Max” que no pasa de ser un juego para consola, con efectos digitales a la moda y según mercado. Poca cosa y ninguna nueva idea. Ni siquiera el Oscar a Morricone, que, merecimientos aparte, es un retorno al espaguetti western, cambiando arena de Almería por nieve.
El cine es un reflejo del momento histórico. A una época dorada de la sociedad, a una década prodigiosa, correspondió un cine prodigioso y dorado. El momento que nos toca vivir es un “remake” salpicado de falsas historias reales. La coincidencia de los Oscar con la campaña electoral americana, esa especie de circo incomprensible, en el que no se sabe que están eligiendo ni quienes eligen lo que eligen, se polariza entre el “remake” de Clinton y la historia real de Trump. La primera, el poder en la sombra de su marido, el segundo, como la evidencia de que su país, el país real, el que se pone la mano en el pecho el 4 de julio, es, realmente, Donald Trump, no nos engañemos. Por mucho que nos haya parecido que el mundo americano evolucionó y progresó, la realidad es que vuelve a un “remake” de los años 50, en el que volverán a ejecutar a Sacco y Vanzetti, a los Rosenberg, vuelven a cabalgar los del Ku Klus Klan y el viejo orgullo fascista que nunca se fue de aquellas latitudes. Ese es el cine que hay, las ideas dejan paso a una realidad falseada para volver a un “remake” del viejo espíritu de la América armada, inculta y patriota.
Tampoco vemos nada nuevo en el momento histórico de nuestro país. Un debate de investidura en el que brillan los jóvenes, pero para contarnos falsas historias reales, pomposas, construidas sobre frases truculentas: “yo o el caos”, “antes morir que pecar”, “España nunca se partirá”, “la democracia está dentro de la ley”… Y así. Las grandes frases tienen la particularidad de que pueden desmontarse sin perjuicio, y a lo mejor es preferible un caos bien organizado y civilizado, que dé bienestar a la gente de la calle; puede que pecar sin hacer daño a nadie sea preferible a morirse porque nos van a dar un asiento a la derecha del dios padre; España puede partirse, recolocarse y funcionar con otros conceptos (aventurar el no-pasarán del independentismo es una chulería banal) y la democracia es una cosa y las leyes son variaciones sobre el poder, que ahora se hacen y ahora se deshacen, y en cada momento se inventan nuevas leyes (nunca hubo tanta ley y tan poca justicia). Las historias reales carecen de ideas, los “remakes”  huelen a rancio.La investidura es sólo un “remake”

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