sábado, 12 de marzo de 2016

Europa blindada

J.A.Xesteira
Soy europeo. Eso, al menos, fue lo que me dijeron hace años, cuando celebramos que al fin éramos europeos y lo acogimos como un triunfo, un orgullo de pertenecer a un club de libertades, de modernidad, de peso real en el mundo político. Después vinieron las rebajas. Hemos hecho un largo camino (corto en tiempo histórico) para llegar a este punto. Abandonamos las pesetas y entramos en el euro, porque éramos europeos (en el cambio salimos perdiendo los ciudadanos corrientes y se forraron los ciudadanos con cuentas corrientes en el mundo de la especulación); se borraron las fronteras por el acuerdo de Schegen, pero pronto nos dimos cuenta de que las verdaderas fronteras se habían borrado para la libre circulación de dinero, pero no para los ciudadanos, que podíamos ir de turistas, con una beca Erasmus o como emigrantes, nada más; se pasó del Mercado Común Europeo a la Unión Europea, pero al final tenemos que admitir que sólo fue un cambio de nombre; en Europa sólo se habla de dinero y de mercado; pensamos en su tiempo que una economía común traería beneficios sociales, proyectos culturales comunes y apoyo a los derechos de los ciudadanos de Europa; pero no, la economía común  en realidad es una economía compartimentada, en la que coexisten países depredadores (paraísos fiscales que viven simplemente de hacer negocio con las cuentas delincuentes del mundo: Luxemburgo, Holanda y los pequeños países-banco) con países depredados, como Grecia y España (si, España también), que mantienen sus economías al ritmo que dictan en Europa mientras los índices de paro se disparan y los salarios se reducen al nivel de mano de obra indigente. Después están los antiguos “países satélites” de la URSS (el nombre venía en los pasaportes antiguos) que entraron  en Europa desde la más absoluta pobreza, para alcanzar las más altas cotas de la miseria emigrante. Pero somos todos europeos, aunque nunca hayamos entendido bien ese concepto y no lleguemos a comprender que seamos iguales que un alemán, un polaco o un francés. Después de tantos años no sabemos muy bien que es eso de Europa, y, lo que es peor, sabemos que de “ahí”, de ese territorio que llamamos Bruselas para centrar el objetivo, vienen siempre cosas malas. Llegamos a entender que Europa no es más que un club de encuentro de gobiernos que hacen negocios a espaldas de los ciudadanos que dicen representar. Europa es un concepto dirigido por la mal afamada Troika (FMI, BCE y CE) en el que unos tipos bien conocidos nos dicen lo que hay que hacer para ser ricos: trabajar más, cobrar menos y ser flexibles en el mercado laboral (esto es, despedidos gratis). Todavía a estas alturas seguimos sin aclararnos con eso de ser europeos, no le pescamos la gracia al asunto. Sabemos, eso si, que cuando dicen una cosa en Bruselas, están mintiendo, o eso es lo que nos parece, según nuestra corta experiencia de europeos (30 años no son nada) y cuando hablan de hacer ajustes tenemos que entender que eso no se refiere a las grandes financieras, los bancos o las Sicav, que son un invento de alta delincuencia legal para que las grandes fortunas sigan siendo grandes a costa de que paguemos las pequeñas economías, que seguirán siendo cada vez más pequeñas.
La última de las grandes mentiras, pronunciada a bombo y platillo con la mayor de las hipocresías europeas es la de los fugitivos de las guerras del Medio Oriente que se agolpan en la puerta de Europa. Se habla de que hay unos 30.000 sólo en Grecia y se espera que de aquí a nada sean 70.000. Hace unas semanas sólamente los líderes europeos se reunieron y se hicieron la foto para asegurar que había un problema que requería de la solidaridad de las naciones. Desde el principio comenzaron a desmarcarse de esa solidaridad algunos países. Cada gobierno se comprometió a acoger a miles de refugiados. Cuando los gobernantes hablan de solidaridad se refieren a dinero, nada más. Al final llegamos a lo que estamos: los filtros europeos sólo han dejado pasar a 400 refugiados y dejan la patata caliente en el sur, con un pacto extraño y contra todo derecho que obliga a Turquía a aceptar un chantaje: Si pones a todo lo que te venga en campos de concentración –no vamos a meternos como te organizas en eso– te “solidarizamos” con 3.000 millones de euros y te hacemos europeo. Ese es el trato que acepta Turquía, un país, por otra parte, poco dado a respetar derechos humanos y, además, parte del conflicto bélico que está en el origen de la huída en masa de la guerra. Porque esa es la cuestión de base: la gente huye de la guerra de sus países, y así lo entendió hasta el mismo Mariano Rajoy en París. Y esa guerra está apoyada, negociada y propiciada por muchos de los países europeos y de las empresas multinacionales que sostienen la política europea. Se anuncian medidas transversales que suenan a mentira: el envío de buques de guerra para controlar la zona del Mediterráneo (con el gasto de cada fragata podrían darse asilo a centenares de fugitivos) y la lucha contra las mafias (cosa fácil, solo hay que levantar el secreto bancario).
La situación ha llegado a un retorceso en los derechos humanos que se los pasan por el forro de las declaraciones; se controla a los medios de comunicación, que sólo hablan de migraciones y de inmigrantes (ya es endémico el desconocimiento gramatical y conceptual del periodismo) cuando deberían hablar de víctimas y de fugitivos. Al mismo tiempo se levantan de nuevo las fronteras y se aprovecha a los países “satélites” de Europa, Serbia, Eslovenia y Croacia para que actúen de gendarmes de frontera. Con este panorama y con Gran Bretaña a punto de marcharse al otro lado del Canal, pertenecer a Europa ya no es un valor en sí mismo. De ese club financiero no viene ya nada bueno. Un día de estos me apunto a aquel Movimiento Pánico de París de los 60, en el que Arrabal, Topor y Jodorovsky tenían pasaporte de Extranja, esto es, eran de nacionalidad extranjera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario