domingo, 17 de febrero de 2013

Habemus iubilorum


Diario de Pontevedra. 16/02/2013 - J.A. Xesteira
Comentaba hace una semana como de pasada que aquí no dimite nadie ni siquiera ante un pelotón de evidencias delictivas, y lo achacaba al tipo de cultura católica que, de una u otra manera influye en la moral de la sociedad, en contra de la cultura protestante, que a las primeras de cambio hacen dimitir a un ministro por una multa de tráfico. Y en estas va y dimite el Papa. Y me reafirma en mi argumento, pese a que él es la representación suprema del Catolicismo. No dimite por católico, sino por alemán. Después de toda la batería de argumentos sobre la sorpresiva noticia de Benedicto XVI en toda la prensa y todas las especulaciones sobre la primera jubilación de un Papa después de 600 años de pontífices que mueren a pie de obra, el hecho es sumamente interesante, al margen de que la iglesia católica se haya quedado con los calzones a media pierna. Los sagaces noticieros se acordaron de que no hace mucho Nanni Moretti hizo una película titulada “Habemus Papa”, que pasó sin pena ni gloria (el día que la vi éramos siete en el cine y duró en cartelera una semana escasa). Me vino a la memoria la comedia ácida de Moretti, un ateo marxista que plantea una serie de dudas sobre el sistema católico con mano amable y sonriente. La dimisión de Ratzinger el alemán pragmático pone en puntos suspensivos una serie de costumbres que parecían inamovibles; dimite la persona, no el portavoz de la Voz del Sinaí, que está atado en la tierra por dogma y por decisiones de la aristocracia nombrada a dedo. La Iglesia Católica no es democrática por definición, todo viene de arriba abajo, y el poder se desparrama a dedo y politiqueo más o menos siniestro. Pero esta jubilación a petición propia nos da una lección (que nadie va a aprender) y viene a decirnos que en la doble personalidad papal, el jefe del estado Vaticano y la cabeza de la iglesia católica, el anciano tira la toalla y nos dice que es un viejo con marcapasos y que pide un retiro digno, tranquilidad y una pensión sencilla y sin blindajes bancarios. Es algo más que un gesto. El que fuera jefe de la Inquisición, el que fue llamado “rotweiller de Dios” y que polemizó con sus compañeros de teología de forma dura (ver Hans Küng) acaba de humanizarse y encender una chispa de razonamiento entre tanto dogma y tradición que exige morir en el Vaticano con las babuchas puestas y con entierro televisado al mundo entero. En su cansancio debe haber algo más que deterioro físico y deben pesar todas esas cosas con las que se ha especulado estos días (la pederastia de sacristía, el paraíso terrenal fiscal de la banca vaticana, el espionaje de mesilla de noche de los papeles secretos, los Legionarios de Cristo y otras variaciones sobre el mismo tema, y, en suma, la falta de adecuación del sistema religioso católico a la vida que no para de cambiar). El cansado papa de Roma no es santo de mi devoción, pero en su despedida hay algo que lo engrandece y ante lo que debería quitarme el sombrero si lo tuviese. El papa Benedicto respalda con su actitud la frase que el argentino Osvaldo Soriano escribe en una de sus novelas: “Hay un momento para retirarse, antes de que el espectáculo se vuelva grotesco”. Antes de que aparezcan las flaquezas humanas de una persona colocada constantemente en el escaparate, antes de que aparezcan las frases perdidas en la cabeza y los traspiés de la decrepitud. Hay que saber salir del escenario y dejar detrás el reconocimiento del público. Sobre esto caben hacer otras reflexiones y comparaciones, porque lo normal sería que cada persona decidiera su momento. Se habló hace días de la abdicación de la reina de Holanda (que ya había heredado un trono abdicado) y se miraba de refilón para el rey de España. Volvemos al mismo concepto religioso; la dinastía holandesa viene del protestantismo cultural, y la española, de la gracia de dios derramada sobre la cabeza coronada. La monarquía británica corre aparte, porque es una empresa tradicional, que no pertenece a ninguna iglesia más que a la suya, para eso se inventó una iglesia propia adaptada a su rito y a su régimen alimenticio: anacronismos y rarezas. El mundo de las dimisiones tiene sus latitudes, y si en la Europa de arriba dimiten ministros por sospechas de haber plagiado una tesis doctoral que nadie leyó, por acá abajo todo es perpetuo y se eternizan en su puesto no sólo los reyes, sino grandes cargos (que sólo pueden ser cesados con grandes beneficios a cambio), políticos (a los que les gustaría ser eternos y no elegidos por voto), sindicalistas (que duran en sus puestos anquilosados y rutinarios repitiendo siempre el mismo esquema) e incluso los artistas, que parecen no darse cuenta de que el tiempo pasa a gran velocidad. Nadie quiere dimitir, nadie quiere retirarse ni jubilarse; existe un horror al vacío personal, a dejar el trabajo en manos más jóvenes y con ideas nuevas. Evolucionar y descansar los huesos. En muchos casos llevan la contraria a la frase de Soriano antes citada y muchos espectáculos se vuelven grotescos y muestran reyes que se olvidaron de su papel. Y ya piden recambio, de Juan Carlos I el Campechano a Felipe VI el Preparado. Podría ser, pero los cambios que hacen falta son más profundos, como el que necesita la iglesia de Benedicto, como el que necesita la sociedad en general. Cambios de moral (que atañe básicamente a la conciencia más que a las leyes decretadas) de actitudes, de éticas, de razonamientos, de estilo, de escalas de valores... Hace unos días, una muchacha socialista tomó el papel del niño que acaba de ver al emperador del cuento en pelota picada (anda el vídeo en Youtube y no tiene desperdicio). Su mensaje va más allá de su partido y debiera hacer reflexionar a toda la sociedad. Y a continuación muchos debieran verse en el espejo de Ratzinger, un anciano que eligió su momento y merece todo respeto por ello.

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