domingo, 17 de febrero de 2013

"Currución" y metafísica


Diario de Pontevedra. 09/02/2013 - J.A. Xesteira
Es de lo que habla la gente y de lo que pontifican los expertos. La corrupción presumible dentro del partido en el Gobierno, y, por extensión del consecuente contraataque, del partido en la oposición. Los expertos hablan de corrupción y la gente de la calle corrompe incluso la palabra: «currución», para que todos nos entendamos. Salen los papeles a relucir a través de caminos incógnitos e indefinidos, aparecen datos que parecen incontestables, pero salen los políticos del PP a responder por su honor y a responder en las televisiones con contundencia confusa de que todo está legal, y también comienzan a responder en los tribunales con demandas por atentado contra el honor. Es el procedimiento habitual con los sospechosos habituales. El partido en la oposición, que tiene que sacar provecho del enemigo herido, sólo pide que el presidente Rajoy dimita; poca cosa y vano intento, ya que aquí no dimite nadie simplemente porque lo pidan los parlamentarios de la oposición, sean cuantos sean. Aplican unos y otros el lema que debiera presidir el frontispicio del Parlamento: «Habla cucurucho, que no te escucho». Aquí no va a dimitir nadie aunque sea condenado a galeras, y aún en ese caso, mantendrá su sueldo de asesor o de enchufado de cualquier partido. No sucede como en los países sajones, donde un ministro británico acaba de dimitir porque mintió sobre ¡una multa de tráfico! (Hay quien ha escrito una tesis doctoral sobre la influencia del protestantismo y del catolicismo en las maneras de entender la política; los seguidores de Lutero y Calvino tienen la cabeza organizada para que la mentira sea un pecado; los seguidores del Papa de Roma son más dados a considerar la mentira e incluso el delito económico como una de las bellas artes). La situación evoluciona cada día aumentando la bola de facturas del ex tesorero, y el Partido Popular se encuentra en una situación complicada; las cuentas aparecen y parecen sólidas y acusadoras; el tesorero, metido en la fosa séptica puede ciscar basura a todos, y si tiene que caer lo hará como Sansón, con todos los filisteos dentro; los líderes salen una y otra vez proclamando pureza y honor, ofreciendo sus declaraciones de Hacienda (una nota surrealista: si hubiera cobros ilegales no se van a poner en la declaración, es obvio) y dentro del propio partido comenzarán a pedir cabezas los que no tengan nada que ocultar, en un yo-no-fui-que-fue-este/a. En el personal votante y apuntado al paro creciente está ya enquistada una lógica que contempla la «currución» como algo consustancial de la política. Y no faltan elementos para sustentar esa lógica. La lentitud de la Justicia (20 años para una corrupción catalana) y la eternidad de causas abiertas sin que nadie vaya a la cárcel la avalan; corren más las sentencias de las pequeñas hipotecas que las de los grandes fraudes. Un partido es, entre otras cosas, una empresa; tiene sus trabajadores y produce políticos, un producto que no se exporta (aunque viajen) que nadie compra (aunque se les pague con dinero público) ni necesita. Es un producto que, en lugar de generar plusvalías y producir dividendos a la empresa que lo fabrica, consume más dinero del que el Estado pagó por él para que se siente en el Parlamento (a veces sólo para jugar con la tableta que le regalan por ser político sentado en el escaño) o en un Senado invisible, donde suponemos (porque no los vemos) que están allí como en el casino del pueblo. Esa es la lógica del personal votante que generaliza e iguala a los honrados con los que no lo son y hace a todos malos de película (en el cine se llamaba «etalonar» a la operación de igualar la luz en las diferentes tomas, aquí los políticos en esta película de bandidos, quedan todos «etalonados» a la luz de la lógica ciudadana). En la política española PSOE y PP son dos grandes maquinarias de política empresarial, como la Coca y la Pepsi, el resto son partidos con las mismas burbujas pero con menor potencial. ¿Se imaginan a las dos multinacionales vendiendo los refrescos por debajo del precio de coste de producción? Eso es lo que parece desprenderse del potencial económico que necesitan los dos grandes partidos para funcionar y, ¿por qué no decirlo?, para ganar las elecciones, y, una vez pasadas las elecciones, el producto resultante, cada alto cargo, diputado, senador, asesor, y el etcétera que se le supone, salen carísimos. La lógica más elemental nos lleva a suponer que las sumas de dinero que se pueden obtener de forma legal no da para tanto, y, por tanto, el resto es Caja B. Y ahí es donde el ciudadano vulgar extrae la consecuencia lógica de ciertos antecedentes: si la financiación (limpia o sucia) se obtiene por donaciones de empresas y de donantes altruistas, se pasa al capítulo siguiente, que los donantes empiezan a preguntar a la vuelta de la esquina la famosa frase: «¿Que hay de lo mío?» E inmediatamente el ciudadano pronuncia la palabra ya distorsionada: «currución». La ausencia de una cultura política y social (de cultura en general) propiciada por un sistema político que prefiere votantes de corazón antes que votantes de cabeza, ha instalado en el disco duro de la ciudadanía la propensión a la fe antes que a la razón, al dogma antes que al pensamiento, al decreto antes que al consenso, a la ley antes que a la justicia, a la ignorancia antes que a la cultura. Hasta ahora les ha convenido que todo siga así, pero por causa de ese estado acultural político y social se llega a conclusiones peligrosas y acaban por creer que todos los políticos son unos «currutos». Y hacer ver a la ciudadanía que no es cierto, que en todos los partidos hay gentes honradas que trabajan para hacer una sociedad mejor va a costar trabajo. Desmontar la lógica y llegar a la metafísica, a los principios primeros y universales. Y no se ven figuras que sean capaces de devolver a las gentes que votan, a las mismas que están en el paro o cotizan a la Seguridad Social el respeto que les niegan los «currutos».

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