viernes, 7 de diciembre de 2018

Avisos y señales

J.A.Xesteira
Ya tardaba, pero al fin está aquí. Con la entrada de la ultraderecha en Sevilla ya casi estamos homologados al resto de los países europeos (con la agradable y vecina excepción de Portugal). Totalmente incrustada la extrema reacción, bien en los gobiernos, bien en los parlamentos, es la corriente principal que sacude al mundo, disfrazada de muchos colores y gracias a la imperfeccion del juego democrático (hace tiempo que el totalitarismo entendió que en una sociedad inculta, miedosa e indolente, es fácil meter por las urnas a un partido de ultraderecha: las consignas son más fáciles de creer que las ideas y da menos trabajo asimilarlas). Ya podemos decir que somos europeos hasta en dar de mamar a nuestros ultras particulares y “su” España, un concepto geográfico administrativo elevado a la categoría de idea superior e imperial . No voy a analizar las elecciones andaluzas, que eso es cosa de cada partido y cada analista de cabecera, los grandes estrategas que no saben más que usted o que yo, pero dejan la cagadita de su sentencia para explicar lo que no tiene explicación, o sí la tiene bien fácil: la democracia también es esto. No nos debemos olvidar nunca de que la democracia no es la panacea, y funciona si los demócratas votantes son conscientes y tienen suficiente conciencia social para jugar a ese juego, de lo contrario pasa siempre lo que pasa. Siempre hay que recordar que Mussolini y Hitler fueron elegidos en las urnas, igual que Putin o Trump. La democracia no es más que un juego y, como en la canción mexicana, es como la ruleta en la que apostamos todos.
El panorama varía desde lo de Andalucía, y cada partido sacará sus propias consecuencias y se inventará su futuro, el del partido, porque el del resto de los ciudadanos seguirá instalado en la incertidumbre. La derecha tiene ahora un trilema; por un lado están los dos autodenominados centro-derecha, PP y C’s (con estos partidos, como con sus líderes, me acomete siempre el síndrome del Dúo Dinámico: nunca distinguí a Ramón de Manolo) y por otro lado, la derecha-más-a-la-derecha, Vox, cuyos líderes no dejan lugar a dudas, son claramente ultramontanos. Se supone que tendrán que pactar entre ellos, con lo cual tendrán que quitarse muchos disfraces y situarse cada uno en el terreno de la realidad y no en el que quieren dar a entender que están. Todos tienen a estas alturas un lío interno, procurando discutir de puertas adentro lo que perdieron de puertas afuera, en un proceso que perdieron las que ganaron y ganaron los que perdieron. Ahora empieza el lío de las alianzas, que son como el tute cabrón: gana el que más pierde.
Las voces políticas, que estos días claman contra lo que hicimos mal y lo que hicimos bien, ignoran una vez más una cuestión vital: la realidad está en la calle, no en los partidos. Y la calle hace tiempo que da señales de que las políticas no funcionan. La sociedad, ese concepto en el que imaginamos a todos los votantes y contribuyentes, tambien conocido como el país, el Estado o, incluso, la patria, ha mandado señales y avisos de que la cosa no funciona, de que el invento está en horas bajas, seguramente porque en todo el mundo sucede lo mismo. Cuando en una sociedad se manda a la cárcel a un tipo que roba un bocadillo para “enriquecerse” y se disculpan a violadores por violar poco, es que algo no va bien; cuando una mujer se suicida porque un banco (ayudado por la ley y el juez que aplica la ley) le echa de su casa por no pagar, cuando esa mujer pagó, junto con todos los ciudadanos para rescatar a un banco, es que la cosa no progresa adecuadamente; cuando confiamos el desastre climático a políticos que no creen en él mientras los ciudadanos de a pie lo vemos en cada tormenta, es que alguien se equivoca de voto y de político; cuando un pesquero, aplicando las leyes internacionales del mar, salva a unos náufragos y después no tiene un puerto a donde llevarlos, es que nos hemos vuelto peligrosamente intolerantes; cuando la brecha del reparto de la riqueza se agranda, dejando a un lado salarios miserables y a otro concentración de grandes capitales y, por encima, se niega esa evidencia como el cambio climático y se soluciona con campañas navideñas de dar de comer al hambriento, es no hemos entendido nada.
Los viejos conceptos, izquierdas y derechas, los bloques capitalistas y comunistas, los progresistas y los reaccionarios, todo aquello que nos daba a entender el funcionamiento de la sociedad, han sido sustituidos por otras fuerzas económicas que han convertido a esa sociedad en una masa desprovista de alma, inculta, contemplativa, dócil, que cree que una manifestación consiste en pasearse con pancartas o un minuto de silencio con el alcalde del pueblo. No, precisamente a cincuenta años del mayo francés, una manifestación es la que le montaron los chalecos amarillos a Macron en París. Hemos transformado las manifestaciones en procesiones laicas de protesta y nos olvidamos de que una manifestación es “contra” y “a pesar de”. Cuando nos relajamos suele aparecer aquel viejo chiste en el que nos sale ese pequeño fascista que todos llevamos dentro (¿y por qué pequeño, decía el político?) La aparicion de Vox y sus triunfos de ahora no son más que una consecuencia, y no vale culpar a la extrema derecha de sus triunfos, sino hacer autocritica de los fracasos que hicieron posible la vuelta de los intolerantes.
Postdata del dramaturgo JB Priestley en el año 1940: “El nazismo no es en realidad una filosofía política, sino una actitud mental. Es la expresión, en la vida polìtica, de cierto temperamenteo sumamente desagradable: el del hombre que odia la democracia, las discusiones razonables, la tolerancia, la paciencia, la igualdad y el humor; es el temperamento del hombre que adora las bravatas y las jactancias, los uniformes, los guardaespaldas, los coches veloces, las tramas urdidas en secreto, los gritos y los abusos, la revancha contra aquellas personas que le han llevado a sentirse inferior.”

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