sábado, 29 de octubre de 2016

¡Esto es Halloween!

J.A.Xesteira
Tiempo muerto. Tiempo de muertos. Y de fantasmas. Y de carnaval loquito. Las cosas que pasan este puente de Halloween (antes Difuntos) parecen un  juego de disfraces y muertos vivientes, un tiempo para filosofar entre la Política, el Obispado y Tim Burton. Empezamos este sábado el Halloween, que ya se nota desde hace días en las tiendas de los chinos que venden disfraces del fantasma Casper y el conde Drácula (el único conde digno de respeto) y ya se están pisando las calabazas con los adornos de Navidad. Es un mundo de chiflados el momento que vivimos. Este sábado comienzan los vivos a recordar a sus muertos, o por lo menos antes era así. Seguramente habrá algún erudito que me diga que se trata de una fiesta pagana cristianizada, como todas, pero para el caso tanto me da. Hay unos días de muertos, y cada uno lo celebra a su manera, porque cada cultura y cada sociedad tiene una manera de negociar el tránsito al más allá. Los mexicanos hicieron famosa su fiesta de calaveras de azúcar y sus diablitos, con comilonas y cantos en los cementerios, una fiesta; los americanos exportaron con éxito su Halloween que sustituye ya a la antigua fiesta de Todos los Santos (un término confuso en el que se mete a millones de certificados por el Vaticano para tener estatua de escayola en la iglesia) y los Fieles Difuntos (nunca supe a quienes eran fieles esos difuntos). Y como cada fiesta y cada manifestación tiene su fondo mercantil, la Iglesia Católica se dio cuenta de que estaban perdiendo clientes por la parte funeraria, y a toda prisa ya han condenado la perniciosa costumbre de echar las cenizas de los incinerados al viento del norte o a las aguas de mar. Para el Vaticano hay que dar al difunto aquello que llamaban “cristiana sepultura”, con su funeral y unas cuantas misas de pago. Aquello de la Biblia de que “el polvo vuelve al polvo”, no vale, no es negocio. Los muertos como Dios manda se reciclaban de dos maneras, primero, enterrándolos en un  agujero en la tierra, como una patata, y más tarde, se guardaba su cuerpo muerto en un nicho, que es una manera de archivarlos (cada lápida es como un expediente abierto en el que se certifica que allí está enterrado Fulano, su esposa y las cenizas de su abuela). Había otros sistemas, como de dejarlos a la intemperie en un cementerio comanche o momificarlo como Tutankamon (esto último, muy caro) Pero desde que apareció la moda más práctica de incinerarlos el negocio se va al garete; no hay funerales, no hay acompañamiento con responsos ni hay nicho. Y esto, según el Vaticano, tiene que acabar; el católico tiene que estar archivado, con su cruz y sus letras doradas en el frente.
Y es que la Iglesia Católica digiere mal estas modas modernas, sobre todo cuando hacen daño a sus cuentas. Estas modas que viene del Halloween no son “lo nuestro”, que es una cosa menos alegre, más de lamparilla mortuoria. Por eso el obispo de Cádiz acaba de idear una cosa que sólo podía imaginar un obispo de Cádiz: cambiar al fantasmita Casper, los zombies y el conde Drácula, por santos católicos, por ejemplo, la Madre Teresa, o San Martín de Porres (fray Escoba, un santo segregado en su convento a la función de barrendero, por negro) o Juan Pablo II. ¡Y esto, en la tierra de las chirigotas! Desde aquí mi más apasionada felicitación al obispo de Cádiz. Añado más, en vez de ir las niñas disfrazadas de novias de Drácula, pueden vestirse de Virgen Dolorosa, con siete puñales clavados en el corazón y con un manto negro, llorando sangre. Da más miedo. Los disfraces son mejores, la madre Teresa se soluciona con un trapo de cocina por la cabeza; Juan Pablo II podría servir para una chirigota de Difuntos. Pero se abre la posibilidad de buscar un santo más macabro, el santoral está lleno de decapitados, desollados vivos, resucitados (zombies) o santas degolladas. Puede ser un gran negocio y ahí sí que el obispado puede solicitar derechos de autor y copyright. ¡Lo que no invente un obispo de Cádiz a mayor gloria de Dios…!
La política, nuestra política, nuestra democracia, que viene a ser a la política y a la democracia lo que el obispo de Cádiz al Cristianismo, también está de difuntos y calaveras, y por las noticias circulan muertos vivientes, fantasmitas Casper, vampiros y demás. El PSOE, sin ir más lejos, se encuentra en un estado hamletiano, como el príncipe de Dinamarca contemplando la calavera de Yorick, aquel viejo que crió al Socialismo, digo, al príncipe danés. Como al personaje, de pronto se le aparece un dilema: ser o no ser. Por sus propios pecados tuvo que elegir entre “sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndolas frente, acabar con ellas” Por lo visto, decidió sufrir los golpes de la insultante fortuna, es decir, no ser, y esperar que escampe. El espectáculo hamletiano, que es muy de difuntos, va a dejar muchos muertos socialistas insepultos, ni en nichos ni incinerados. Entre catalanes del PSC, que saben donde juegan y lo que se juegan, y los disidentes, a Hamlet se le van a aparecer muchos fantasmas y hoy, en las votaciones asistiremos a un aquelarre parlamentario en el que votarán al nuevo-viejo presidente de Gobierno, unos, los fantasmitas ciudadanos, porque quieren un “Sí a España” (una decisión episcopal y gaditana) y otros que primero dirán No y después se harán el sueco (o el danés, para estar más hamletiano) El parlamento será hoy como el baile de los vampiros de Polanski: casi nadie se reflejará en los espejos.
En este tiempo muerto pasarán cosas, tendremos un gobierno un poco difunto, un partido antes en la oposición y ahora en estado zombi, un país que verá como desde Bruselas nos van a pegar un palo dentro de unos días que nos vamos a enterar, y los jóvenes que saben que son carne de emigración por culpa de los payasos asesinos de Halloween

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