sábado, 19 de enero de 2013

Personajes sin autor


Diario de Pontevedra. 9/01/2013 - J. A. Xesteira
Una de las mayores crisis que se está produciendo en el cine mundial es la carencia de ideas, de guiones, de historias que contar. Más a menudo de lo recomendable se recurre a cuentos viejos, a revisión de historias, los famosos “remakes” que una y otra vez visten de seda los mismos viejos monos. En los cines minoritarios, y el español es uno de ellos, surgen los francotiradores, los guerrilleros, los amantes del cine por el cine, y, en medio de repeticiones comerciales hay que aplaudir esas tres o cuatro ideas que aportan nuevas historias bien contadas que, desgraciadamente, duran escasos segundos en las carteleras del país. El resto es pura repetición, falta de historias y, sobre todo, de personajes nuevos y originales. Parece que ya están todos agotados y que incluso los tebeos, que fueron expoliados hasta las repeticiones abusivas de héroes en calzoncillos de licra, dan las boqueadas. Pero hay personajes que buscan a un autor, como el teatro de Pirandello que un día fue famoso. Sólo hay que asomarse a los Medios, grandes surtidores de héroes y villanos en dosis nunca vistas. Los tenemos de todos los colores y alguno es aprovechado para llevar su historia al cine, aunque siempre con escaso interés, porque la comparación con la realidad nunca le llega a la suela de los zapatos. Sin salir de las páginas españolas y gallegas encontramos personajes que dan para una película, cada una en su estilo, generalmente cómico, de humor español, surrealista y negro, a medias entre Gila y Buñuel, entre Berlanga y Quevedo, entre Valle Inclán y Encarna de Noche, entre Don Juan Tenorio y Don Juan Carlos, entre Faemino y Cansado. En el taco de calendario que tengo en la pared leía el otro día esta frase de Indro Montanelli: “España es la versión trágica de Italia, que, a su vez es la versión cómica de España”. Y viceversa, añadiría. Son países tragicómicos que producen personajes semejantes. Miren, por ejemplo, al personaje Carromero (respetemos la persona). Un muchacho como miles, con aspecto de bobalicón y pánfilo. Es el típico chaval que se apunta a un partido político y en él encuentra, no sólo su medio de vida, sino su razón de ser, el lugar donde se siente querido; es el que busca en la escalera de subida un puesto al socaire de las siglas. Están en cualquier partido y son útiles para los líderes, porque son el equivalente al chaval de los recados. Se crecen por culpa del empacho de importancia, sobre todo cuando “ganamos” elecciones, porque se visten con ropas de los mayores y todo le viene ancho. Suelen tener puesto de trabajo gracias al partido y eso les provoca unas vidas nocturnas desaforadas y los cazan en excesos de velocidad, cargados de redbull con alcohol. Carromero encaja en el perfil: joven del partido con sueldo fijo por ir a los recados. Lo malo es que lo mandaron a un recado muy por encima de sus aptitudes, nada menos que apoyar a los disidentes cubanos (en la línea aznarista, que no en la rajoyana) con dineros y algo más. Y llega a Cuba y cree que las deficientes carreteras cubanas son la M-30 madrileña. El resto ya lo saben, el castañazo y dos insignes opositores a Castro que la palman. Con ayudas como esta la oposición anticastrista desaparecería en dos días. Carromero es condenado y reenviado a España, para salir en libertad vigilada en un instante. Eso si, mantiene su puesto y su sueldo, aunque no se sabe por cuento tiempo. ¡Qué película hay en esa historia de nuestro hombre en La Habana! Hasta el nombre del personaje es de cine. Trueba o Colomo harían una nueva transición cinematográfica con rodajes en Madrid y La Habana que no ganaría el Goya por los pelos. Y si tomamos otro personaje, el ladrón del Códice Calixtino y sus peripecias religiosas. Ahí caben varios géneros, desde los grandes robos de humor de los estudios británicos con Alec Guinnes en blanco y negro, hasta Torrente, pasando por los italianos dirigidos por De Sica y con toques buñuelescos de obsesiones por la intimidad del vecindario. El robo es un despropósito interesante; sólo con las actas judiciales ya se podría comenzar a filmar: un extraño ladrón que lo roba todo mientras comulga, una extraña familia que acumula códices en su piso, un deán dicharachero, miles de peregrinos viendo volar el botafumeiro, una comunidad de vecinos a la que nunca le llegan las cartas, los laberintos catedralicios (¿me siguen?), policías y canónigos, y Los Tamara cantando de fondo “A Santiago voy”. ¡Que película montaría Alex de la Iglesia, a medio camino entre El nombre de la Rosa y el Día de la Bestia, con toques de gran robo británico! El tercero. El personaje Baltar (respeto para la persona), un personaje hecho a sí mismo, criado en casa, nada de esos personajes de granja, insípidos y troquelados según las normas madrileñas. Baltar es pura “escopeta provincial” berlanguiana. ¡Ahora salen con que enchufaba a los porteros de cuatro en cuatro! ¡Y que en vísperas electorales creaba puestos de empleo según la estimación de voto! ¡Y lo descubren ahora! Esas con cosas propias de la idiosincrasia natural del medio ambiente. Un muñidor de votos tiene sus normas y su tiempo de cocción. A su alrededor pulularon en abrazos y sonrisas las más altas cumbres del partido, cuando el personaje Baltar les ofrecía votos y solos de trombón. Pero cuando el personaje pierde el “loving feeling” todo se derrumba y ya nadie reconoce que eran buenos amigos en el pasado. De esta película todavía falta el final, que nunca se sabe. Y así podríamos seguir sacando personajes del bolsillo. El personaje Urdangarín, que en manos de un director italiano sería el perfecto “ciudadano más allá de toda sospecha” que al final cae en un maldito embrollo. O el personaje de ministro Cañete, que come yogures caducados y por eso se transforma de muñeco de peluche en “gremlin”. O Wert, que va camino de convertir al estudiantado en una versión de mayo del 68 con Twitter incorporado. Personajes hay, faltan autores y dinero para contar sus historias.

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