sábado, 12 de enero de 2013

De Leo Messi a Leo Bassi


Diario de Pontevedra. 12/01/2013 - J.A.Xesteira
Entre los dos Leo se mueve el país de los seis millones coma uno de parados, un récord europeo. Los parados no son una cifra, un dato estadístico, un indicador socioeconómico. Pónganles cara, seguro que tienen a más de uno a su lado, en el piso del vecino o en el banco de la alameda; pónganles después a cada uno su “periferia”, esto es, los niños que dependían de su sueldo, los viejos, muchos aún sin edad de jubilación pero ya con un puesto fijo en el escaso sol de los lunes. Pónganles en las manos unas bolsas del supermercado, y piensen que eso son las cifras que Bruselas acaba de dar como correctas, esos seis-coma-un millones de parados. Ellos, como el resto, se mueven entre esas dos realidades nacionales, entre los dos Leo, curiosamente, dos extranjeros, casi podríamos decir que inmigrantes. Leo el futbolista, acaba de ganar su cuarto balón de oro y ya ha sido calificado como el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos; la cosa no es fácil de definir, aunque las prisas periodísticas siempre tienden al triunfalismo. Comparar a Messi con los grandes del fútbol pasado no es posible, los tiempos son distintos y las cosas varían; es como comparar a Cassius Clay con Joe Louis (como se hizo en combate virtual) o comparar a Carlos Gardel con Elvis Presley o al Cid Campeador con el general Rommel. Son oficios iguales pero tiempos y modos distintos. Pero Messi concentra, en este momento el interés de la sociedad en su trabajo, que es jugar el fútbol y marcar goles (no dar ruedas de prensa), porque lo hace bien, gusta incluso a los que no tenemos ninguna afición por el fútbol, como nos gustó en su tiempo Pelé y la alegre selección de Brasil, Maradona o Di Stefano. Messi pone una nota de alegría en los seguidores de su equipo y ofrece, al mismo tiempo, dos cosas: la hermosura de una jugada ordenada con sus compañeros y un talante de sencillez (marca de una España de chavales que juegan el fútbol con entrenadores discretos y no de los políticos y empresarios españoles, que registran una sola marca, la de cierto tufo a delincuencia y prepotencia). El pequeño futbolista y los que como él hacen bonito el deporte más seguido por los españoles, contribuye a que la realidad sea menos negra que la que se ve en las estadísticas y en los titulares periodísticos, cada vez más titulares y menos periodísticos. Solemos establecer comparaciones para distinguirnos; España (y su marca) es el país que menos invierte en investigación, pero, a cambio, es el que más investigadores exporta; podíamos presumir hasta hace unos días de ser el país con la mejor sanidad pública del mundo, pero preferimos no ser tan presumidos y mejor privatizamos todo lo que podamos para convertirla en un lujo al alcance de los que tengan dinero para ponerse enfermos, el resto, que se joda (no son mis palabras, son palabras institucionales, de diputada electa), quizás olvidando la lección británica de las privatizaciones de Margaret Thatcher, que después tuvo que volver a comprar y hacerlas públicas Tony Blair; la inmoralidad ya es una norma de obligado cumplimiento para ser un triunfador, con la ventaja de que la Justicia, ya lenta de suyo propio, se eterniza en la persecución de los defraudadores, corruptos prevaricadores y demás fauna protegida de la sociedad en la que chapoteamos; todavía no ha estrenado celda ninguno de los ilustres mangantes y sus necesarios cómplices que montaron enormes negocios mezclando política y dinero en dosis necesarias, y sin embargo cualquiera que levante un poco la voz puede ser acusado y encarcelado por alarma social o intento de agresión a un policía; las colas de personas necesitadas crecen delante de los comedores de caridad, de los repartos parroquiales de alimentos y ropa, mientras los desesperados se queman a lo bonzo o se tiran por el balcón, en lugar de quemar o tirar a los responsables; los altos tribunales admiten que los copagos y las reformas del ministro Gallardón son posiblemente inconstitucionales, pero no pasa nada, todo sigue adelante con total desparpajo y cinismo; las más grandes empresas organizan sus ERE por la puerta de atrás y dan entrada a grandes ladillas de las finanzas (léase Rato) por la entrada principal, mientras sus beneficios no dejan de crecer como la espuma; el partido grande catalán se benefició de manera fraudulenta y veinte años después llega una sentencia sobre el caso; el Banco de España sabía demasiado sobre lo que estaba pasando e iba a pasar en los bancos y cajas, pero silbaba y miraba hacia la puesta de sol... Después de estos puntos suspensivos puede usted poner lo que se le ocurra, porque hay tema para seguir la larga lista de agravios e impotencias en el país de los seis-coma-un millones de parados. Leo Bassi es un payaso profesional que hace del esperpento su forma legal de protesta. En el sentido valleinclanesco, el esperpento es el espejo deformante en el que nos vemos reflejados, pero Bassi nos coloca delante no el espejo cóncavo o convexo, sino el plano, el nítido, en el que refleja nuestra deformidad social de la manera más clara, y nos rebelamos contra ella, nos enfadamos y decimos: «nosotros no somos eso». Pero sí, somos «eso» que se ve, somos el esperpento que Leo Bassi nos muestra, desde nuestras estúpidas deformidades religiosas hasta nuestras imbéciles deformidades políticas, somos todo eso. Los malos no son (solamente) ellos, los dirigentes, los líderes, los detentadores del poder (y digo bien detentadores, el sistema se ha pervertido de tal manera que cualquier poder legal es detentado), sino todos nosotros, los consentidores, los votantes, los que nos indignamos en vano, los que estamos a verlas venir, los que preferimos emigrar antes de levantarnos en protesta. Bassi ofrece un espectáculo grotesco, se viste de obispo (los obispos se visten de medievales) y su fin es hacernos pensar a través de la risa más espesa, de hacernos ver como somos. Entre los dos Leo estamos. Entre dos espectáculos, el amable y el duro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario