Diario de Pontevedra. 31/03/2012 - J. A. Xesteira
Primera.- Volví a ver esa película, “La Huelga”, de S.M. Eisenstein hace unas semanas. La había comprado en un paquete de DVD con todo el cine eisensteniano. Es una más que interesante película que el genio ruso realizó en 1924 como prólogo a una saga que no se llegó a hacer pero que preveía que una de las piezas iba a ser el “Potemkin”. La película, muda, claro, es un alarde de genialidad conceptual e interpretativa; Eisenstein utiliza al grupo de teatro de “Proletkult” (Cultura Proletaria) para relatar una huelga en todas sus fases: situación crítica y penosa del proletariado; tensión con la patronal; proyecto de huelga; agitación y propaganda; reivindicación de los derechos sociales básicos, y, finalmente, intervención del Estado zarista, que envía a la caballería, que carga a sable desenvainado y mata a todos los huelguistas y sus familias. La simplicidad y exposición del tema contrasta con el lenguaje cinematográfico. Eisenstein decía que la forma resultó ser más revolucionaria que el fondo. Todavía ahora, en la era del 3D y digitalización, asombra por sus imágenes. La tesis del film (no hay que meterse en aventuras revolucionarias si no se está preparado) se apunta en una frase de V.I. Lenin, de 1907, con la que se abre la película: “La organización es la fuerza de la clase obrera; sin la organización de las masas, el proletariado es nulo. La organización es la unidad de acción, la unidad de la intervención práctica”. Los personajes de la película no estaban organizados y por eso son aplastados por los capitalistas y el Estado. Al margen de consideraciones, les recomiendo la película; pueden utilizarla como colirio después de que se les meta en los ojos cualquier cadena de la televisión. Segunda.- Una de las situaciones más interesantes que se vivió en este país hace unos días fue la huelga de silencio del Real Madrid, encabezada por su entrenador y secundada por los jugadores. Los Medios dieron noticia equivocadamente en la sección deportiva, pero, no nos engañemos, lo que pasa en el fútbol español no es algo simplemente deportivo, sino una cuestión de más calado. Se puede analizar desde el punto de vista económico y encuadrar la suspensión de pagos técnica de muchos clubes-empresa dentro de la crisis económica (la relación construcción-fútbol) o dentro de la variante de delincuencia y fraude al fisco (de hecho ya hay empresarios-presidentes con un pie en la celda y las deudas con Hacienda y Seguridad Social obligarían a un cierre del sector fútbol con más razones que el sector naval). Pero una cosa es el fútbol, la liga, y otra cosa son el Barça y el Madrid, fenómenos dignos de estudio aparte. Sus entrenadores son el paradigma de los principios de Lenin. Claro que hay otro entrenador paradigmático, Del Bosque, pero ese sería una variante de Trotski, como auténtico creador del Ejército Rojo. Los dos equipos grandes (grandes a escala planetaria) han trascendido de cuestiones menores como ganar o perder; cualquiera de los dos ofrece un espectáculo garantizado por la calidad de sus jugadores, que realizan maravillosas jugadas trenzadas hasta la portería contraria, tiros imparables en vaselina o cañonazo, remates y desmarques. Todo lo que el fútbol representa en el terreno de las bellas artes lo encontramos en los dos equipos, aunque pierdan. No hay sorpresas, es como si fuéramos a escuchar la Tercera Sinfonía de Brahms; ya sabemos como va a ser, lo importante es disfrutarla. Han invertido en ello mucho dinero y tienen a los mejores hombres en sus filas. Por lo tanto, su trascendencia está más allá del partido, en las ruedas de prensa y en las declaraciones de sus entrenadores. Ellos son los que marcan las pautas y ambos, Guardiola y Mourinho, tan distintos entre sí, en su discurso y su programa, han entendido que lo principal es la organización. Y a esa organización de su soviet particular deben el éxito de sus clubes, más allá de las goleadas y récords. Pero Mourinho, de pronto, decide una huelga, y, conociéndolo, hay que suponer que la tiene organizada. No es una cuestión de dinero. Partimos de la base de que tanto entrenador como jugadores son personas millonarias, con sueldos que usted y yo no juntaremos en toda nuestra vida. Los futbolistas de elite son muchachos con vidas de ricos y lujos de ensueño, pero, ¡ay!, son gente frágil, sensible y con tendencia a episodios de tipo afectivo (¿para cuándo un estudio psicológico del futbolista estrella?) Ya no es una cuestión económica, ni deportiva, es un asunto de respeto a los derechos sociales, sean estos cuales sean. El espectáculo está fuera, en la ofensa o defensa al equipo, y los entrenadores lo saben, y cuando les faltan al respeto, hacen huelga, de la que sólo salen, como Mourinho, para hablar por imperativo legal de la UEFA. Tercera.- El 29-M, anteayer mismo, los sindicatos llamaron a huelga general, una huelga tardía, que llegó a contratiempo, pero que había que hacer, porque está escrito que así sea. No se pueden imponer leyes laborales desde arriba hacia abajo sin que los de abajo (los sindicatos son sus representantes) se queden de brazos cruzados. El problema es que las circunstancias son adversas: millones de trabajadores no pueden hacer huelga porque ya están en el paro; de los que están en nómina, la inmensa mayoría tiene miedo o, lo que es peor, no puede permitirse el lujo, salvo heroicidad personal, de perder el salario de un día en una economía precaria; así, sólo los funcionarios con valor pueden apuntarse, si es que no toca servicio mínimo. Hace años que el proletariado fue perdiendo derechos, poco a poco, porque le gustaba más la subida salarial que las conquistas sociales. Ahora es tarde, pero nunca demasiado tarde. La huelga general llega a contramano y con el Capital crecido y especulador. Pero es necesaria. Porque esto no es como empieza sino como acaba en este cuento de nunca acabar. “Asumo la responsabilidad de decir que somos favoritos por nuestro potencial tanto económico como deportivo. Tenemos que jugar nuestro partido.” Lo decía Mourinho. Los hechos son tercos, añadía Lenin, y se demostró en el terreno de juego, en la calle, donde se juegan estos partidos.
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