sábado, 24 de marzo de 2012

Oigo voces

Diario de Pontevedra. 23/03/2012 - J.A. Xesteira
Me dijo: “Hablaba con voz de venderme algo, pero no sabía qué me estaba vendiendo. La voz de vendedor es característica y si es joven y se siguió algún curso para emprendedores (que son como imperdibles de los negocios) mucho más característica, está ecualizada y estructurada en tono, timbre e intensidad para enganchar en ella una serie de frases mucho más estudiadas y remasterizadas (esto es, resultado de haber hecho dos máster en negocios) son voces que visten de negro con corbata negra sobre camisa blanca, como sepultureros económicos. No sé lo que me vendía, pero aquella voz me estaba vendiendo algo, no sé, una moto, un burro muerto, esplendorosos futuros o triunfos en oros.” El hombre parecía un experto obsesivo en asuntos de voces, se lo sabía todo, y total, allí sentados, por el precio de un café cortado, me desgranó una serie de teorías que, evidentemente, le perseguían. Si no fuera porque todo su discurso sonaba un poco a chifladura o, para decirlo, en términos más técnicos, a charla obsesivo-compulsiva, diría que aquel tipo era un tratadista en voces. 
“Porque, verá. No son iguales todas las voces; yo las estudio y clasifico. La voz del tipo que me estaba vendiendo algo que no sabía que cosa era, suena distinta de, por ejemplo, la del Papa. Todos los malos humoristas y monologuistas que imitan al Papa, les basta con poner voz de viejo y decir: “Carísimi fratelli”, como si sonara en la plaza de San Pedro. Que, en voces de iglesia, no es lo mismo que la voz del cura en el púlpito, un tanto amanerada para decir “Amados hermanos” y después aburrir a la parroquia con una homilía repetida mil veces. Aunque ahora tendré que incluir la voz de la Iglesia como la del cartel que señala con el dedo de “¡Alístate, la Iglesia te llama!; no te ofrecemos el Más Allá, sino un puesto de trabajo llevadero, cómodo y seguro, aunque tengas que trabajar con uniforme de feria medieval. Sueldo garantizado por un acuerdo con cualquier gobierno laico. Por cierto, el anuncio de los curas lleva subtítulos en inglés, y convendría que aclarasen que “luxurious life” es vida de lujo y no vida lujuriosa como alguien pueda pensar. “La voz nos define en cada momento –continuó–. No hablamos igual cuando conversamos con amigos que cuando les llamamos por teléfono. Cambia la entonación, aunque seamos los mismos diciendo las mismas cosas. Por teléfono salen voces distintas; todas las tardes me llama un joven o una joven sudamericanos que se hacen un lío para pronunciar mi apellido; después tratan de venderme no sé que conexión telefónica, porque les cuelgo antes de que me la expliquen. También cambian las voces de los políticos en las tribunas, porque ensayan como los actores –en realidad son sólo eso, aunque se crean otra cosa–; es distinta la voz del parlamento que la voz que usan en los mítines, son voces para dejarlas flotando y que los periódicos las pesquen y las vendan al día siguiente como el pescado en la plaza. Es una técnica que funciona en democracia; en las dictaduras cada cual habla como le da la gana; Franco tenía una voz eunucoide con dentadura floja, pero sus ministros tenían voz de bombardero. Eran estilos distintos de tiempos distintos. “La voz lo es todo. Identificamos a nuestros héroes por las voces del doblaje de las películas, y sabemos con los ojos cerrados si en la pantalla está Woody Allen, Bruce Willis, Sean Connery, James Stewart o el Pato Donald. El doblaje, tan polémico, siempre ha sido nuestra guía sobre el bien y el mal. El día que escuché a Humphrey Bogart en versión original me sentí estafado. Los actores españoles estaban pegados a una voz propia, y los extranjeros, a una voz que era más propia que la suya, en el idioma que hablasen.” El hombre iba por el segundo café, esta vez con leche y con un cruasán. Pero se lo merecía, se lo estaba ganando con su teoría bien expuesta y pronunciada con voz de científico de la segunda cadena. No dejaba, sin embargo, de lado el tema principal, el de la voz que le había vendido el motivo de que su vida se rompiera y mendigase cafés con leche a tipos como yo. “Cuando la voz se disfraza es que esconde algo. Los policías ponen voz de poli malo y poli bueno en los interrogatorios; los animadores de orquestas ponían voz de vocalista para dedicar un bolero; los catedráticos ponían voz de suspendernos en cuanto dictaban las preguntas del examen; los locutores de radio antiguos eran seleccionados por su voz, no por sus conocimientos, los estudios de periodismo lo cambiaron y aquellas voces campanudas, bien impostadas, se esfumaron; la voz de la madre cambiaba en ligeros matices para darnos a entender que nos amaba o que nos iba a dar con la zapatilla si seguíamos haciendo el ganso; la voz de don Vito se hacía un susurro para ofrecernos la oferta que no podríamos rechazar; hay voces de jefe y voces de mandado, que es como el perro que escucha la voz de su amo en la tulipa de la gramola; hay voces de militar, que sólo son gritos vacíos que resbalan sobre la tropa; y hay voces de amantes, que son falsas, inventadas para el momento que tiene banda sonora con violines detrás; hay voces sinceras de los niños, que todavía no fueron maleadas, o las de los viejos, que ya no se cortan un pelo y no se callan nada. Las voces cambian al tono natural cuando descendemos al nivel del bar. Se hacen transparentes, audaces, sentenciosas, claras, en román paladino como suele el pueblo “fablar a su vecino”, que decía el clásico. Ahí las voces se hacen conocidas, amistosas, familiares, y sabemos qué terreno pisamos. No hay desconfianza... No sé lo que me vendió el tipo aquel, pero el caso es que firmé el papel y ahora si sé lo que tengo que pagar al banco: la vida. La próxima vez que firme un papel lo haré delante de un fraile trapense, de Harpo Marx o del enano Mudito”. Y dicho esto, se acabó el café, dio las gracias y se fue.

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