viernes, 5 de octubre de 2018

Noticias frescas, noticias falsas

J.A.Xesteira
Que el periodismo no es lo que era ni lo que debería ser no hace falta que lo digan los grandes comunicadores. Lo vemos cada día en los Medios (esa palabra que usamos de manera indebida desde el principio pero que cuajó en toda la sociedad, que la utiliza a su entera disposición). El devenir de la información, considerada como un deber hacia la sociedad y, más en detalle, hacia el que compra el periódico o enchufa la radio o la tele, ha desembocado en un cúmulo de medias verdades, manipulaciones, intentos aislados de dar información veraz, intereses nada ocultos a poco que leamos lo que se publica, propaganda en lugar de notica y, lo último de la temporada, las “fake news”, así, en inglés, porque ni siquiera se atreven a llamarlo “noticias falsas”, como si en español hicieran más daño. Las noticias que antaño fueron el objeto directo de cualquier Medio, cuanto más rápido y mejor contadas, mejor para todos, especialmente para los periodistas que las firmaban y para los medios que las publicaban, son ahora un maldito embrollo gramatical, en el que a menudo aparecen titulares como (auténtico) “La golpeó después de discutir con una barra de hierro”. Esta semana, en un periódico que no nombraré (quizás por cariño a los profesionales desprofesionalizados) aparecía una noticia que me interesaba (caso raro, generalmente todas las noticias pasan por mi pantalla sin pena ni gloria); intenté leerla para informarme de lo que sugería (a duras penas) el titular; no diré cual era la noticia, no importa, pero si diré que después de leer la información quedé menos informado de lo que estaba; todo el texto escondia a medias una propaganda interesada, se daba cuenta de una sóla fuente informativa en un tema en el que concluían varias partes en conflicto, y, por encima, de toda esa información sesgada, el lector acababa peor de lo que estaba al principio. La misión antigua del periodista, que consistía en descubrir la noticia, atacarla en todos sus frentes, entrevistar a todas las fuentes que pudieran dar luz informativa, rodearla, dominarla y entregarla a los lectores atada por las palabras correctamente escritas en el sentido gramatical adecuado, ya no está de moda; las redes sociales, donde se vomita de forma antigramatical todo lo que se quiera, bueno, malo y peor, han roto todos los filtros profesionales y en el todo-vale los nuevos lectores han depositado su fe en cosas que no merecen ni lectura.
Sería fácil culpar a los profesionales de la información de los males del periodismo y de las grandes manipulaciones informativas, a fin de cuentas los mensajeros están para que los maten, como siempre: ahora por cuatro perras y un contrato de pacotilla. Pero, una vez más no sería justo. Los periodistas tenemos que apandar con nuestra parte de culpa, por supuesto, pero en un momento de la historia en que lo falso impera sobre lo veraz, apoyado por una gran maquinaria político-económica, en la que los grandes apisonadores sociopolíticos ya no se esconden, el trabajo del periodista queda a la altura de un tribulete (ver historia del cómic periodístico). En un mundo en el que los presidentes de la nación más poderosa del mundo se eligen con evidentes sospechas de fraude (el famoso “fake”) por bombardeo de internet, considerado como palabra de dios, poca credibilidad queda para aquel que intente sacar la cabeza de entre la basura que nos cae por todas partes. En este momento, en las elecciones de Brasil se está produciendo un bombardeo de falsedades pagadas por el millonario candidato del fascismo carioca, Bolsonaro; en el resto de la América noticiable, lo que nos llega de las informaciones sobre el caos político desde Tierra de Fuego hasta el Mar de Baffin es, cuando menos, cuestionable, y cuando más, claramente falso, pagado por grandes corporaciones que tienen gran interés en que los países sean gobernados por “Los Nuestros”.
En Europa no va mejor la cosa; parecemos tan listos y, en el fondo no somos más que unos simples pardillos delante de una mesa de trileros. La memoria nos falla ya desde temprana edad (perdemos las neuronas mientras miramos el último whatsapp o los mensajes del grupo de facebook) Un simple ejemplo italiano: encarcelan al único alcalde que plantó cara al fascista en el poder para ayudar a los inmigrantes; en los años 50 los inmigrantes eran los sicilianos, que atravesaban Italia para cruzar ilegalmente la frontera francesa y trabajar en Europa; ahora los inmigrantes sólo están más abajo de Sicilia, pero el problema es el mismo.
Y en España, cuando leemos las noticias imperantes, nos reiríamos si la cosa no fuera de llorar. Las escasas informaciones que demuestran como, por poner caso reciente, los políticos a medio hacer que padecemos mintieron en sus currículum, aprobaron carreras de manera imposible (y por tanto, fraudulenta) en sospechosa connivencia con una tropa de mangantes, todo eso acaba en nada. Hay leyes que permiten a determinados jueces hacer lo que quieran con el texto en la mano; tenemos un sistema judicial muy peculiar: se juzgan delitos de opinión (aquí opinar ya es un delito, sobre todo si eres militar, rapero, actor o titiritero), pero cuando se ponen en tela de juició los méritos del lider del PP, la Fiscalía llega a una conclusión: pelillos a la mar, que los deberes se los comió el perro. El asunto, destapado por periodistas, que sí estuvieron a la altura de su profesión, es un paso más en el esperpento nacional. La misma jueza del caso llega a decir que con fiscales así, el trabajo de los jueces sobra. La vida del país, que es lo que está alrededor de las noticias de catalanes contra españoles, derbis de fútbol y polítiquitos sacando pecho, se ha convertido en un mensaje “fake”, recogido en los Medios. Siempre nos queda la esperanza (que es lo que vamos a perder cualquier día de estos) de que ni todos los periodistas son eso que nos parece, ni todos los políticos son lo que vemos, ni todos los ciudadanos somos los tontos que somos, ni la democracia es sólamente un concurso para elegir gobernantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario