jueves, 26 de abril de 2018

Santos y fantasmas

J.A.Xesteira
El lunes pasado fue San Jorge, como todos los años, y así figura en la hoja de mi calendario y en las inevitables noticias sobre la fiesta del libro y la rosa de Cataluña. Estaba en eso cuando me acordé de que San Jorge no existe, al menos en el santoral católico, como no existen otros santos famosos, como San Cristóbal, Santa Úrsula, Santa Filomena, San Valentín, Santa Verónica o Santa Bárbara. No existieron o sólo fueron personajes de cuentos y leyendas que el Cristianismo, primero, y la Iglesia Católica después, mantuvieron en el santoral. Ninguno de estos santos se encuentra en el catálogo oficial desde 1969, cuando fueron descabalgados por el papa Pablo VI, aquel cardenal Montini que tanto cabreaba a Franco y que era tachado en la católica España de rojo y tonto, después que levantara su voz internacional contra la ejecución de Julián Grimau.
Jorge de Capadocia es una figura popular en muchas culturas, el caballero que lucha contra el dragón, como Sigfrido o las docenas de variantes. Cristóbal (literalmente el que transporta a Dios) es otra leyenda sin fundamento alguno. Úrsula se convirtió al cristianismo, según la leyenda, con ¡11.000 vírgenes! (léase la obra de Jardiel Poncela y la de Apollinaire, variaciones sobre la cuestión). Verónica es la que le pasa el paño por la cara de Cristo, una invención sin respaldo alguno que sirve para alguna procesión de virgen con trapo pintado; dio nombre a un pase torero. Bárbara es una leyenda de origen turco de una diosa de rayos y truenos; en la santería cubana es Shangó. ¿Qué decir de Valentín, el patrono de los regalos de enamorados. O de Filomena (en griego, “la bien amada”), el nombre de mi abuela, cuya desaparición del santoral dio idea a Leonardo Sciacia para un delicioso cuento sicialiano en el que los habitantes de Regalpetra se oponen a que “los del Vaticano” les quiten a la patrona Santa Filonema. Todos esos santos no existen en la guía oficial vaticana, pero se dejan estar como santos en el santoral católico. ¿Cómo se entiende eso? Fácil, hay cosas que no conviene menearlas, esa es la filosofía de la iglesia desde sus comienzos. Jorge es el patrono de Inglaterra y de Aragón; Cristóbal, el de los viajeros y camioneros; Valentín es como un Black Friday para el comercio, y Filomena era mi abuela, y punto. Contra eso no cabe discusión y aquí (quiero decir, en la Plaza de San Pedro) se santifica lo que haga falta, la cuestión es tener contento al cliente-creyente, que siempre tiene razón. Además están las personas que firman con esos nombres, que no van a cambiar porque sí. Cierto es que ahora cualquiera puede poner cualquier nombre, por extravagante que parezca. Y antes también, aunque pasara por el filtro del santoral católico, donde aparecen personajes con nombres que parecen insultos; porque, bien mirado, nos extrañamos de que un niño se llame algo asi como Yeremí o una niña se llame Raíz o cosas por el estilo; sin embargo no nos extrañamos de que alguien se llame Pilar, que es como llamarse columna o poste, o que se llame Inmaculada Concepción de María, que es como llamarse Fecundación sin Mancha (el concepto es el concepto, aunque sea inmaculado)
El Cristianismo en general y el Catolicismo en particular están llenos de adaptaciones falsas convenientes en su momento y dejadas ahí, entre el si y el no, para no menearlo, porque es más rentable, y no seré yo quien clame contra esas decisiones y pida la desaparición de las leyendas y los cuentos antiguos (¡Dios me libre!, diría, si creyese que algún dios me pudiera librar). La Iglesia Católica y, por extensión, todas las religiones, aceptan dentro de sus creencias historias difíciles de creer, cuando no imposibles; enormes mentiras a poco que tengamos una pizca de sentido común, que se tragan, bien por conveniencia, para que el mundo siga girando y el estado de las cosas se mantenga, o bien porque se creen de verdad, lo cual ya sería un asunto más complicado de llevar. Una leyenda surge en un determinado momento, se incorpora a una creencia, se deja estar, se santifica y se decreta que aquello es dogma, ley o decreto, y así sigue para siempre; recomponerlo es difícil. Todos los libros sagrados de las religiones (y muchos que no son religiosos pero también son sagrados) contienen historias inventadas que a lo largo del tiempo se convirtieron en una verdad sin discusión. Fábulas, historias populares, invenciones de literatos anónimos, cuentos…, todo es posible de usar para convencer al ser humano de cualquier cosa. Incluso mentiras interesadas, obligadas por ley y decreto, aplicadas a la fuerza en un momento determinado, con el paso del tiempo se convierten en verdad monolítica, una Verdad-de-toda-la-Vida. Todas las tradiciones nacen así, con un espabilado que monta una historia y ahí se queda.
En la historia comparada del Antes y el Ahora, las cosas no son distintas; pese a que nos creemos estar en la punta del avance de la civilización, arrastramos mentiras, dogmas, tradiciones, historias increibles y verdades incuestionables que son simples inventos, mentiras interesadas o falsedades obligatorias. No las cuestionamos y llegado un momento, incluso las tenemos como benéficas, como nuestro santo patrón, aunque nunca haya existido. A fin de cuentas, la fe consiste en eso, en inventarnos un clavo ardiendo al que agarrarnos, por necesidad o por estupidez. Todos los santos que existían en el Antes son los personajes santificados del Ahora, en los que depositamos nuestras esperanzas y nuestra fe: reyes y reinas de adorno, políticos sin ideario, deportistas millonarios, (los personajes de la Cultura, antes famosos, escritores, músicos, pintores, científicos, incluso los actores del cine, no cotizan en bolsa), los líderes que dirigen la vida hacia ninguna parte, metidos en partidos políticos entendidos como dogma de fe sin sustancia, mandamases de bancos , compañías y empresas transnacionales en la sombra; todos los santos profanos que forman el Poder aparecen en las procesiones televisivas, como si de verdad existieran. Pero son tan falsos como los del santoral, en realidad son sólo fantasmas que desaparecen cuando encendemos una luz sobre ellos.

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