sábado, 3 de diciembre de 2016

La era no es

J.A.Xesteira
Cada semana se convierte en semana temática, dominada por una noticia que puede ser la esperada o la inesperada. La pasada semana estábamos tranquilos en el Black Friday, que son rebajas importadas para vender cosas importadas (la vida se nos ha convertido en una pura importación, de cosas, de ideas y de modas que ni pensábamos que existían: todo se hace fuera, aquí queda poca cosa por hacer, aparte de trabajos serviles –sector servicios–  y cobrar el paro); estábamos en ese viernes de rebajas, cuando se murió Fidel, y al momento apareció el tema: el Comandante. A favor y en contra, luces y sombras, todos opinaron sobre el más resistente en el poder, ganado a pulso y por revolución. De lo que se dijo, para bien o mal del lugués recastado en habanero, no me paré ni a leer, por sus títulos se supone de que iba la cosa, unos lo alabaron y otros celebraron que se hubiera muerto. Sólo dos cosas; la mayor parte coincidían en apuntar que con él había acabado una era o una época o algo así, y, otra cosa, que todos analizan por lo fino lo que se va a venir para Cuba.
La era que podía representar Fidel Castro Ruz creo que ya hace años que pasó a otra vida; por lo que respecta a España, nuestra era dorada, nuestra década prodigiosa, murió con la Transición, cuando creimos que nuestro objetivo estaba cumplido y lo llamamos Democracia, votamos y nos pusimos una Constitución como un gorro de cucurucho, y nos creimos libres y felices. Ya no íbamos por ahí con barbas de Che en Sierra Maestra, y el advenimiento de la Moda Galega nos convirtió en elegantes demócratas; el Comandante y su revolución quedaron para cantar la canción del viejo Carlos Puebla y sus Tradicionales en horas de guitarreo y copas. Fidel ya no estaba de moda ni cuando Fraga desembarcó con varias horas de retraso en La Habana (año 1991) y Fidel nos cantó a los los periodistas asistentes el himno del colegio de los jesuitas en pleno palacio presidencial. Ya era sólo una figura, y nuestra era estaba acabada aunque Fidel mantuviera su presencia icónica en el panel mundial. La era se acabó cuando el Capitalismo convenció a la masa votante y sonante de manera magistral que la democracia era “eso” y que los pobres podían convertirse en ricos demócratas, simplemente con asimilarse a un modelo que ya no era de derechas ni de izquierdas, y que, debidamente amaestrados en puestos bien situados de empresas o partidos políticos, podían llegar a tener el estatus de un rico, y, con un poco de suerte, convertirse en reyes del mambo (no cubano, sino internacional). La era de las revindicaciones, de las actitudes revolucionarias que tenían a los fideles como imitación aunque fuera sólo imagen, acabaron cuando todos aquellos que pelearon por sus derechos laborales, creyeron que cediéndolos a cambio de una promesa de riqueza, serían más altos, más guapos y con un coche de alta gama. Todavía no se han dado cuenta (pero ya empiezan a experimentarlo en directo) que para que haya un Trump rico y ganador, tiene que haber millones de gilipollas pringados sin derecho a un trabajo digno y un salario acorde con la misma dignidad. A la fuerza se aprende, pero cada vez hay más Trumps y menos Fideles.
La era acabó también cuando todos aprendimos a manejar un teléfono con un un dedo y someternos a su poder. Desde él nos ordenan comprar y vender, pagar al banco (del banco nunca se cobra, siempre se paga, y además es insaciable). En él vemos a nuestros amigos que nunca vemos en un cara a cara, porque todos tenemos la mirada baja; con esa pantalla estamos conectados, y nuestra vida está ahí. Es una era que empieza y que acabó con la anterior. No sabemos por donde va a ir ni si aparecerá un día un comandante con barba para hacer una revolución contra la telefonía móvil y las redes sociales; cosas más raras se vieron y se verán muchas más. El fin de una época se dice, pero la era actual, la que supuestamente estamos viviendo, todavía no tiene carácterísticas y aunque le llamemos era digital, que sería lo más adecuado, la velocidad de cambio de los sistemas de producción, (inter) comunicación, dependencia social de la Red y control y dominio de la opinión general de la masa a través de los propios sistemas digitales, amén de los beneficios acelerados de las grandes corporaciones (convertidos en sustancia económica en abstracto, depositada en lugares inaccesibles al control público) funciona a tal velocidad que la duración de una época puede ser cosa difícil de señalizar en principio y fin.
Fidel Castro era un hombre del pasado, estaba pero ya no era; duraba, pero ya no era el hombre que mandaba parar, porque la diversión se había trasladado de La Habana de Batista y de la mafia americana al mundo entero. Su esquema revolucionario que, pese a sus detractores, organizó una sociedad culta y básica en una zona de difícil tratamiento (la América de habla española y portuguesa es todavía un problema de difícil solución) puede seguir vigente por muchos años tanto en Cuba como en los países americanos. Pero –y ahí entra el segundo aspecto de los debates de estos días– adivinar su futuro es inútil. Los comentaristas y debatidores televisivos de estos días hicieron sus vaticinios sobre lo que va a pasar en Cuba después de Fidel, y sus opiniones me recordaron a los adivinadores televisivos de las madrugadas de insomnio, esa especie de frikis brujos que se ve a las claras que se están inventando futuros para pardillos desesperados que no saben que hacer con sus amores, sus familias o sus trabajos. El mundo va tan rápido que las eras y las épocas pasan al instante y el futuro es un visto-no-visto. La Historia, que debía absolver a Fidel, no es más que un conjunto de verdades, medias verdades y mentiras, en proporciones variables, depende de quien la escriba, y según esté en Miami o en La Habana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario