sábado, 2 de julio de 2016

Fuera de lo previsto

J.A.Xesteira
Acaban de echarme por tierra una vieja teoría particular. Sostenía (como Pereira) que cuando salía por esos mundos de dios una semanita de vacaciones, desconectado de la realidad real (ahora es mucho más fácil mantener la virtual, hay wi-fi hasta en los retretes del Tercer Mundo) a la vuelta todo seguía igual, como la vida de Iglesias (no confundir con la de Brian). Encontrabas a la vuelta de vacaciones que cada cosa seguía en su sitio y parecía que el periódico era el mismo que habías dejado cuando te fuiste. Pero esta vez, no. Todavía no me había sacudido el jet-lag (que es como se dice en fino la empanada y el dolor de cervicales producidos por viajar en lineas de bajo coste) y me encuentro con que Gran Bretaña ya no es de la Unión Europea, que el PP (o Rajoy, no sé exactamente quien) ganó las elecciones en contra de las encuestas, y que la Roja se fue de la Eurocopa con pena y sin gloria. Y esto no era lo previsto. Parece que no se les puede dejar solos. Y la cosa parece que no acaba y el mundo se pone patas arriba en contra de las previsiones.
Los británicos se metieron en un jardín imprevisto; un referéndum es un arma cargada por el diablo que muchas veces dispara por la culata o nos pega un tiro en el pie (¿se acuerdan de aquel referéndum de la OTAN de Felipe González?). Anduvieron a jugar con el famosos “Brexit” como un experimento y ahora tienen un embrollo fino. Por lo pronto, la opinión ganadora (por los pelos) dice que no quieren estar en la Unión Europea; los motivos son variopintos, desde los puramente patrioteros y xenófobos, amigos de entonar el “Rule Britannia” y pegarle a los extranjeros, hasta los que creen que las cosas van a irles mejor dentro de su isla y fuera del continente. El referéndum ha tenido ya una consecuencia clara, la de dejar a culo pajarero a los grandes dirigentes, conservadores y laboristas, que huelen a dimisión. El resto de las consecuencias están por venir, y no parece que tengan buena pinta. Por un lado están las económicas, que no son importantes; las cosas del dinero siempre acaban por arreglarse de la misma forma, pagan los de siempre y se forran los de siempre; pero al final, la economía se salva, las bolsas vuelven a ganar lo que nunca debieron perder y los numeros acaban por demostrar que el país es rico, el producto interior bruto reflotará, y los negocios con la Unión Europea seguirán como siempre, en manos de los que de verdad saben como funciona el Mercado Común Europeo. Las repercusiones para el resto de los países que tenían relaciones con Gran Bretaña están por ver; las repercusiones en los emigrantes (sobre todo jóvenes) que se fueron a Inglaterra porque allí podía utilizar las licenciaturas universitarias que aquí no le sirven para nada, son una incógnita oscura. Las decisiones de los escoceses e irlandeses de ir por su cuenta y ser europeos “a su manera” puede abrir una puerta novedosa por la que se cuelen catalanes, vascos, flamencos, corsos, y otros descontentos, con territorio distinto y definido. Se abre un capítulo que promete ser muy interesante.
De las elecciones españolas no les voy a contar nada que ya no se haya contado en todas las tertulias, debates y demás lugares de pontificar, en los que analizan lo que va a pasar los que antes analizaron lo que no pasó. Como en la vieja tombolita de las fiestas, todavía está la rata debajo de la lata, y aún no hay gobierno, ni pactos ni apoyos. Tenemos una temporada para que la cosa dé vueltas, entierren a los muertos, curen a los heridos y se sienten a negociar las condiciones del armisticio. Tampoco aquí la situación está como para echar cohetes. El PP ganó en medio de una montaña de escándalos con la guinda de las conversaciones entre el ministro de Interior y el jefe de antifraudes de Cataluña, una versión casposa y esperpéntica del inspector Clouseau en la oficina del comisario Dreyfus (sea quien sea el nuevo gobierno, debería nombrar jefe de los servicios secretos españoles al que puso el micrófono en el despacho del ministro, una misión de sobresaliente cum laude). De momento no hay gobierno, pero el que venga, sea lo que sea, se va a encontrar con una Europa que nos va a apretar las tuercas y con que la realidad virtual de las campañas electorales no casa con la realidad cruda de los parados, cuentas por cuadrar y una Europa de mala leche que, además de tener que recomponer la situación sin los ingleses tiene que reajustar la economía del territorio, y sabemos lo que eso significa: más austeridad. Sus ideas de hacer que cuadren las cuentas siempre acaban en lo mismo: más precariedad y menos servicios básicos, más pobreza y menos derechos. Lo preocupante es la constatación de que a los españoles les gusta más corrupción conocida que la corrupción por conocer.
Y por encima la Roja, los guardianes de las esencias hispanas van y pierden y se vienen para casa con la cabeza gacha. Un amigo mío tiene una teoría sobre la Eurocopa: perdemos porque el himno de España no tiene letra y los futbolistas tienen que aguantar el chunda chunda con cara de estar pensando en Hacienda, mientras que los italianos tienen un himno que es como el coro de Il Trovatore, una cosa operística, verdiana, que ya les pone a funcionar en cuanto acaba.
Vienen tiempos de gran confusión. Imagínense que pueda ganar las elecciones en EEUU Donald Trump, un malo de Batman o de Dick Tracy,  algo así como Pogo, el payaso asesino. Esperen y verán.
El mundo anda como en aquella película, “La noche se mueve”, cuando la mujer le dice al detective (Gene Hackman) que está viendo un partido en la tele, “¿Quién gana?” y él le responde: “Nadie, unos pierden más que otros”. Eso es lo que hay y creo que no volveré a marchar de vacaciones con tanta cosa pendiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario