miércoles, 9 de diciembre de 2015

Por quien votan las campañas

J.A.Xesteira
Aunque casi todo nos parece existir de toda la vida, basta mirar atrás unos pocos años para darnos cuenta de que todo es más nuevo de lo que parece. El debate electoral, por ejemplo. No existía antes de la televisión ni antes de que hubiera elecciones, lógicamente. Los historiadores han recordado estos días que fueron Nixon y Kennedy, en 1960 los primeros en enfrentarse en televisión a discutir; el debate lo ganó Kennedy porque era más guapo y porque Nixon iba sin afeitar y su barba cerrada daba mal en blanco y negro. La política, a fin de cuentas es un largo, caro y peligroso espectáculo de televisión. Y en la televisión ya sólo importan los debates, sean de verduleras venidas a más en programas del corazón, de clientes de bar discutiendo de fútbol en programas falsamente deportivos o pomposos tertulianos sentados alrededor de una mesa. Se ha establecido el debate como un rito: hay que llevar las ideas a la televisión y compararlas, a ver quien la tiene más grande. Y eso es lo que ha devenido en debate parlamentario, como el que se organizó el otro día con tres de los candidatos a presidir este país que soportamos, patrocinamos y subvencionamos. Es el primer debate que no se monta en televisión, sino en un periódico de papel y pantalla, y difundido por internet. Como ya saben, incluso si no lo siguieron como dicen que siguieron miles de personas, se presentaron tres candidatos, Rivera de Ciudadanos, Sánchez del PSOE e Iglesias de Podemos. Dejaron un atril vacío, porque el actual presidente y candidato por el PP decidió no presentarse a debatir, como todos ustedes deben saber también.
A renglón seguido surgieron las encuestas sobre quien ganó, quien estuvo más agresivo, qué pensaba la gente de que Rajoy no estuviera y todo eso que se supone que sirve para dar idea de las intenciones de los votantes. Al mismo renglón saltaron todos los comentaristas y articulistas de cabecera para analizar y debatir sobre el debate. Y un poco más abajo del renglón, todas las redes sociales se llenaron de frases, chistes y comentarios poniendo a parir a unos y alabando a otros, según les iba en las simpatías. Y yo, que no tengo red social que llevarme a la pantalla, ni suelo ver los debates, recurro a lo de siempre, cuatro fotos y el resumen escrito en la prensa, desbrozo las intenciones de cada periódico, que ya no ocultan sus afinidades electivas, y me hago mi propia conclusión, cativa y pobre, pero, a fin de cuentas, de mi propiedad y de mi derecho electoral a dar mi voto o no darlo. Y lo primero que me vino al teclado es que allí estaban tres de otra generación que no era la mía, que es algo que me viene ocurriendo desde que un día me di cuenta de que el presidente de los EEUU ya era más joven que yo. Y también me extrañó, como a todo el mundo, al margen de pasiones partidistas, la ausencia de Rajoy. Por supuesto que es muy libre de no ir y poner las disculpas que le parezcan, pero si analizamos en plan chambón las últimas actitudes del ahora presidente del Gobierno, parece como si no quisiera ganar las elecciones, como si estuviera en preconcurso de acreedores, que es esa situación en que se encuentran algunas empresas que creíamos de una potencia económica a prueba de bomba, y que, de repente, resulta que eran un centollo farol, sorprendiendo incluso a los propios trabajadores de la empresa. El presidente en funciones aparece en foros internacionales, en reuniones con líderes extranjeros, pero da la sensación de que es realmente un holograma, porque el de verdad, en cuerpo y alma, prefiere aparece en un programa de deportes lamentablemente dándole una colleja a su propio hijo (creo que en realidad es un padre cariñoso y que aquello no fue más que una broma paternal) o jugando al futbolín con Bertín Osborne (un ejercicio que dejó al descubierto la vulgaridad mostrenca de lo cotidiano, la otra cara de la luna política), mientras la vicepresidenta se apunta al estilo Dora la Exploradora, con su mochila y su mapa. Sus asesores sabrán lo que hacen, porque para eso cobran, y ellos son los doctores que nos sabrán responder, pero queda la impresión de que hay unas reglas de juego político, un protocolo, como se dice ahora, y Rajoy decidió saltárselo y marcharse a jugar al dominó con los jubilados del pueblo (mala imitación de Fraga y sus partidas en Vilalba o en Cuba, con Fidel). Y claro, cada cual tiene su estrategia, y a lo mejor le va bien, como dice el CIS, pero no se puede dejar un lugar vacío, porque la naturaleza siempre tiende a llenarlo con lo primero que encuentra, y allí había tres dispuestos a ello.
Y esos tres demostraron que asistieron a clase y son alumnos aplicados. Por supuesto, hablaron como políticos, que es un habla distinta, como la de los jueces, diferente de la que gastan cuando hablan contigo mientras toman una tapa de zorza y unos riojas. Las frases les salen de distinta manera, se llena de rimbombancia, aunque traten de ser cercanos al votante. En los tres se nota que hay un cambio, simplemente porque son como jóvenes metidos en una boda: uno vestía de novio, otro de invitado descorbatado ya en la euforia del baile, y el tercero, de camarero contratado por una ETT. Sus discursos estaban bien aprendidos, con lo cual nos auguran un futuro lleno de frases para las primeras páginas a cuatro columnas. Hablaron de economía y prometieron riquezas, hablaron de empleo, y prometieron arreglarlo, hablaron de asuntos internacionales y no prometieron nada, por si acaso; hablaron de algunas ocurrencias exóticas si llegan al poder. Pero, curiosamente –y la observación no es mía, sino de Jorge Drexler, un cantante, publicada en Twitter– no se mencionó una sóla vez la palabra cultura. Y, a lo mejor, porque son jóvenes, no saben, al igual que sus antecesores, que sólo la cultura permanece y genera riqueza, a corto, medio y largo plazo. Todo lo demás, es perecedero.

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