domingo, 22 de marzo de 2015

Listos y buenos



Diario de Pontevedra. JA Xesteira.
Acaban de abrir las puertas de las elecciones de mayo de manera extraoficial; son como los grandes conciertos, que apelotonan en la entrada a la masa de fans y obligan a abrir la puerta antes de tiempo, para que no ocurra una desgracia. Entran en tromba. Antes anduvieron en campaña los andaluces, que votan este domingo, para abrir primavera. Pero desde practicamente toda la legislatura todos los políticos se han comportado como si las elecciones fueran mañana por la mañana, con amplio despliegue de fuerza y armamento. En el Parlamento, en la calle, en los medios de comunicación (sobre todo), en el Senado no, que es un panteón de inutilidad manifiesta y gasto a fondo perdido. Todos los personajes de la gran comedia humana han desplegado sus encantos, sus virtudes, sus méritos y capacidades al mismo tiempo que acusaban a los contrarios de ser feos, inmorales, corruptos y no tener ninguna virtud para gobernar. Son elecciones autonómicas y por municipios, pero en el horizonte del fin de año se apunta a las generales, así que estas consultas preveraniegas son un plebiscito sobre el estado general de las cosas. Las estadísticas anuncian lo que puede pasar, pero que a lo mejor no pasa. Los candidatos se pelean con los suyos y se pisan la cabeza para colocarse en la cumbre; es sintomático que esta pelea de asesinos sea común a todos los partidos, que muestran los cadáveres amigos con el puñal clavado y en caliente.

Todos están presentados, todos venden su producto como panacea de lo mal que lo hizo el gobierno y lo bien que lo van a hacer ellos (aquí se incluye al propio gobierno). Pero la cuestión está en saber a qué vamos a votar, o a quien vamos a votar, porque todos los candidatos se mueven en distancias cortas, sobre todo en los municipios; se esfuerzan por presentarse como dignos necesarios (aunque todos somos contingentes), honrados (no como “esos”), buenos gestores (aunque la política sea otra cosa distinta de la simple gestión financiera), garantizan que van a reconducir la actual situación y trabajar por un futuro de bienestar. Pero de todas las cualidades que intentan mostrar en sus ofertas de primavera se han olvidado de una cualidad hoy en franco olvido: la de ser buenos, simplemente y en el sentido machadiano de la palabra bueno. Es un concepto que no vende ni compra votos. Desde la famosa Transición que es la madre de este cordero hemos tenido de todo en las cimas del poder, desde delincuentes manifiestos hasta honrados servidores de la cosa pública, pasando por un amplio muestrario de especies protegidas. Pero sobre todo hemos tenido listos, muchos listos, una cualidad para la que no hace falta preparación ni estudios. El listo y el competitivo son las aportaciones más valoradas de la política y el comercio mundial; a veces se les llama triunfadores, porque son los que siempre se aupan sobre las cabezas de sus correligionarios necesarios para formar grupo y poder subirse sobre sus cadáveres. El listo está bien visto, el triunfador es siempre alabado, sobre todo en los países del sur de Europa (hay quien sostiene que la diferencia de comportamientos está en la división entre el catolicismo y el protestantismo, dos concepciones diferentes de las cosas). El bueno no tiene gran cosa que hacer, está desprestigiado, relegado a la categoría de tonto, de perdedor, de pringado, de parado. Se vota al triunfador, al ganador, al vengador. El bueno no tiene cabida ni en el cine; antes el bueno siempre ganaba, pero la realidad entró hasta en la ficción y ahora el bueno pierde siempre, de una u otra manera. Nos han hecho creer que el mundo necesita listos, competitivos y triunfadores, aunque todos los listos acaben imputados, investigados y enmierdados (esta última acepción es una aportación al lenguaje judicial, tan cambiante en la calificación de delitos políticos); pero, como son listos, ya prepararon sus cosas y sus leyes con anterioridad para que los efectos colaterales sean mínimos y puedan disfrutar de un buen retiro con las ganancias producidas por su gestión competitiva.

La sociedad en general y la política en particular está llena de listos; los buenos brillan por su ausencia, son raros, y el que lo es de verdad, se esconde; son los buenos vergonzantes, como esos pobres que sienten pudor de que se les reconozca en la cola de la comida de las hermanitas. Es difícil ser bueno y además presentarse a unas elecciones, en las que brillan los discursos anti-los-otros, las frases rimbombantes preparadas por los asesores del equipo (los listos ni siquiera se molestan en tener voz propia, para eso pagan a los asesores) y las promesas falsas como un euro de palo. Nos hemos acostumbrado a exigir que nuestros líderes favoritos sean más chulos que la Merkel y tenemos que ganar al contrario, aunque sea de penalty falso en el último minuto. No nos engañemos, los listos son como nosotros hemos querido que fueran, seguramente porque nos han educado así, en esa idea perversa de que sólo los ganadores merecen respeto. Por eso votamos a triunfadores, nunca a buenos. Después, una vez en el poder, cuando cometen todas las tropelías propias de los listos, clamamos al cielo, y nos olvidamos siempre de que nosotros somos los cómplices necesarios del ascenso al poder de los ganadores y, a la vez, somos su respaldo. El mundo entero está gobernado por listos, unos tolerables y otros intolerables (acaban de reelegir a Netanyahu, un listo peligroso y mortífero). Es la regla, es la norma. Sólo hubo una excepción, un bueno, el que fue presidente de Uruguay, José Mujica, un hombre que, con su gobierno, con su presencia y su actitud, demostró, como el niño del viejo cuento, que el emperador estaba desnudo, y que se puede ser bueno y gobernar desde su casa, sin la falsa importancia de los listos. Por eso, en estas próximas elecciones buscaré al bueno para votarlo, no votaré ni al feo ni al malo.



P.S.- Como siempre, recomendo antes de cada elección, (re)leer el cuento de Italo Calvino: “La jornada de un escrutador”, para evitar vanidades electorales.

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