viernes, 29 de agosto de 2014

El retrete como argumento

Diario de Pontevedra. 23/08/2014 - J.A. Xesteira
Existe una gran distancia entre el discurso de los políticos, o de los líderes de opinión y decisión, y lo que la ciudadanía normal entiende. A la hora de las promesas o de anunciar las decisiones que se van a tomar, los grandes hombres suelen enmascarar sus argumentos con palabrería técnica, datos difícilmente contrastables, una pizca de que todo va bien, y un rebozado de confianza en la promesa. Hablar claro es peligroso –lo saben todos– porque el gran hombre siempre queda preso de sus palabras y siempre hay alguien para recordarlo. Para evitar eso recurren a argumentos desviadores de la atención y a conceptos como demagogia y populismo. A. Bierce, en su “Diccionario del diablo” define al demagogo como “El enemigo político” y el populismo, que era una palabra en desuso que siempre se aplicaba al político pre-bélico-civil Lerroux, ha vuelto para designar a todo aquel político demagogo que habla claro. Todos los grandes palabreros, demagogos, honrados, populistas o con mando en plaza del Estado, huyen como de la peste de anunciar y mostrar datos concretos; cuando salen las cifras suelen marearlas para que entendamos los que nos dé la gana, según seamos amigos o enemigos del que las dice. Cuando un ministro habla de las cifras del paro, de los precios, de la deuda y de unas cuantas cosas más, con el optimismo que obligatoriamente tiene que mostrar, aparece el contraministro de la oposición y dice lo contrario con las mismas cifras, mostrando el pesimismo correspondiente a su estilo. Los que contemplan este juego se ponen a favor de uno u otro según sus simpatías, pero nadie entiende lo que quieren decir las cifras, el ministro o el contraministro. Todos huyen de las palabras claras, y la realidad de las cifras las saben los que sellan la cartilla del paro, echan gasolina en el coche, compran huevos en el super y el largo etcétera cotidiano. Dos de los grandes logros sociales fueron el pleno acceso de los ciudadanos a la sanidad y a la educación, y a duras penas se trata de mantenerlos como derecho fundamental. Cada recorte de esas dos columnas que sostienen el templo democrático necesita una explicación que a nadie convence. Se puede prometer lo bueno, pero lo malo hay que enmascararlo como una necesidad por-nuestro-bien. Hablar claro sale caro. Los argumentos tienen que ser como frases de brujo, respuestas de sibilas o esas partes evangélicas que no las entiende ni dios.
En medio de tanta frase hueca, tanta promesa increíble, tanta decisión disfrazada, guerras camufladas de ayudas, negocios de armas humanitarios, masacres vestidas de defensa propia y extrañas plagas de ébola que matan a miles de pobres, aparece un tipo que habla claro y directo. El primer ministro de la India (ahora llamada solo India por imitación de los anglosajones) acaba de prometer a su pueblo algo insólito: retretes. ¡Seiscientos millones de retretes! Eso es transparencia. No les prometió subir el producto interior bruto ni rebajar la deuda, ni crear seiscientos mil puestos de trabajo, no, simplemente retretes, que es como se llamaban los adminículos al uso en las estaciones de tren antes de que les llamaran servicios o WC. El retrete considerado como un arma cargada de futuro (digo cargada). Es difícil entender para los contribuyentes españoles el significado real y argumental del retrete indio. Entre otras cosas, porque España está a la cabeza de Europa en retretes per cápita; todo el que haya viajado a Inglaterra, con sus cuartos de baño enmoquetados, o a Francia, con edificios que todavía comparten excusado vecinal, lo entenderá. Somos un país de gran disfrute con esa sala privada, alicatada hasta el techo; nos duchamos más que la media de la Unión Europea (seguramente es una reacción psicológica de una posguerra de palangana y tina). Pero en la India no hay retretes y millones de personas tienen que salir al campo o a la calle a hacer sus necesidades básicas biológicas. Seguramente ahora mismo el primer ministro indio ha sido tachado de demagogo y populista, pero, si nos paramos a pensar, de todos los líderes del mundo que han hablado desde hace una semana es el único que ha dicho algo inteligible, el resto –incluido el caminante español– se ha limitado a decir, prometer y anunciar cosas que no se entienden pero que sabemos que son, precisamente por no entenderlas, mentira. Prometer un retrete es ira al quid de la cuestión. Gandhi independizó a la India con gestos parecidos: cada indio recoja un puñado de sal, cada indio comience a caminar. Cuidado, podemos estar ante una nueva revolución. El retrete es el espacio íntimo por excelencia; en él se manifiesta la individualidad, la personalidad de cada uno, el hombre-masa se convierte en indivíduo. En los antiguos retretes públicos es donde se escribían los grandes mensajes, donde el ser humano, recluido en sí mismo y en sus funciones más básicas, era capaz de escribir frases contra todos los poderes: abajo el clero, vivan los de Carballiño, muera el rey, en este lugar sagrado…etcétera. Ahora no se escribe en lo retretes públicos, prefieren mandar un washapp o decir en twitter que están en el váter de tal cafetería (el telefonillo sirve, entre otras cosas inútiles, para localizar a la gente). Por un momento detengámonos a pensar que estamos frente a un fenómeno inusual, generado en uno de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) los que tienen mayor potencial de crecimiento, los que presentan las cuentas más espectaculares (juntos son la cuarta perte del PIB mundial y el 40 por ciento de los habitantes del planeta), pero que tienen el mayor número de habitantes por debajo del índice de miseria. La India tiene una bomba atómica, produce científicos en cantidad y sus industrias crecen a lo grande. Si yo fuera ministro de industria español o empresario del ramo ya estaría en la embajada india presentando muestrario de retretes (modelos desde el económico “Paria” hasta el confortable “Majarahá”), e invertiría fondos en investigación y desarrollo de la industria del inodoro. Porque, al final, se los venderán los chinos. Verán. 

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