sábado, 6 de abril de 2013

Semana santa


Diario de Pontevedra. 06/04/2013 - J.A. Xesteira
Cuando se acaba la Semana Santa comienzan un montón de cosas. Con ella se acaba el trimestre pagano (aquí convendría sacar a relucir la conversión de fiestas estacionales, como esta de primavera, cristianizadas y todo eso, pero no viene al caso) Cuando éramos estudiantes con vistas a convertirnos en hombres de provecho (lo que después se llamo competitivos y con carreras que tuvieran «salida», ahora hacia el extranjero principalmente) la Semana Santa siempre nos sorprendía con la guardia baja y los pantalones a media caña; entonces nos dábamos cuenta de que quedaba muy poco para terminar el curso y las dos etapas que acababan en Navidad y Semana Santa ya habían pasado y nosotros no habíamos estudiado nada. Ahí empezaba un camino desesperado hacia los exámenes finales en los que nos dejábamos el cerebro sobre los libros, con la ayuda de litros de café y estimulantes variados. Con el paso de los años no consigo recordar nada de lo que estudié en esos agónicos últimos trimestres, y sin embargo recuerdo como si fuera hace media hora la vida divertida y bohemia de los dos primeros trimestres, de lo cual se deduce que lo importante no está en estudiar para ser hombre de provecho sino en ser felices. Un inciso: la política española está repleta de hombres de provecho y de brillantes gestores competitivos; pocos bohemios. Las vacaciones de Semana Santa fueron, en tiempos remotos, vacaciones de seiscientos, con aquellos viajes hacia el infinito, atascados en un vehículo que, cuando lo vemos en alguna exhibición de coches de época, nos preguntamos cómo podríamos meter todo aquello dentro de semejante receptáculo. También nos atascábamos en carreteras de antes de las burbujas inmobiliarias, pero, a diferencia del momento presente, los atascos formaban parte de la vida, y no nos daban la lata con la inutilidad de esa información televisiva de la DGT de los atascos que hay en Madrid, una información que vuelve a la vieja idea de que sólo Madrid existe y el resto somos «las provincias». Realmente a los nativos al norte del Padornelo nos importa un carajo que la M-50 madrileña tenga retenciones de tres horas. Al resto de España, también le importa lo mismo. Esta pasada Semana Santa, de crisis y de tribulaciones, en la televisión, que es un medio de entretenimiento muy de cuaresma (siempre aparece una película de Cristos crucificados y biblias contadas al estilo del Reader’s Digest) dominaron dos temas: las procesiones y las inundaciones. Ambas estuvieron muy relacionadas, porque ya han salido las estadísticas de que este mes pasado fue el que más llovió desde siempre, de toda la vida. Sobre las inundaciones llegamos a una conclusión general: todo el sur de España parece haber sido construido sobre los lechos secos de los ríos, y todo el norte tiene que tener cuidado que no se junte la lluvia con el deshielo. Solamente Canarias, como en la canción, conserva el clima primaveral, y en Galicia no nos inundamos porque lo nuestro es arte. En lo que respecta a las procesiones, la TVE vuelve al tiempo del seiscientos, la televisión del régimen, del régimen de adelgazamiento periodístico y de viejas maneras, con olor a no-do y naftalina; por un momento se me puso en blanco y negro y se me apareció Marisa Medina para anunciar la procesión de Triana en Sevilla. Una de las cadenas estatales se dedicó al fervor popular de todos los ritos de viernes santo. Y los telediarios mostraron las lágrimas de los costaleros y de los penitentes, doloridos porque la lluvia impedía sacar los mantos recamados en oro de las vírgenes a la calle, y no era cosa de ponerle un chubasquero al Nazareno. La semana santa española es un espectáculo sociológico, turístico y antropológico. Porque llevamos viendo estas procesiones desde niños, pero si somos capaces de hacer una abstracción y convertirnos en un visitante ocasional que cae en Sevilla o en Zamora, pensaríamos que estamos en medio de un rito hindú o de una congregación del Ku Klus Klan, según el caso. Cada español, y por concreción, cada barrio, cada ciudad, tiene sus vírgenes y sus santos, que son mejores que los del vecino. La devoción casi idólatra por «nuestro» santo es digna de estudio. Recuerdo al respecto la anécdota verídica que me contó un amigo que, en una taberna, escuchaba como un marinero blasfemaba de toda la corte celestial y se cagaba en todo lo divino con nombre y apellidos. Mi amigo, conciliador, trató de parar al energúmeno invitándole a un vaso de vino, a condición de que dejara de disparar contra todo el santoral. El marinero le dijo: «Contra todos, non. ¿A que non me ouviu cagarme la Virxe do Carme?». «Pois non», le respondió mi amigo. «É que esa é a miña», le aclaró el blasfemo tabernario. Creemos en «lo nuestro», ya sea una imagen, una romería, un rito a tiempo señalado, más que una creencia religiosa que nos depare una manera de entendernos y de respetarnos; utilizamos muchas veces nuestra religión como factor de identificación excluyente. Nuestro catolicismo es una extraña fe que todos pagamos con dinero público gracias a un acuerdo a nivel de estados como no se tiene con ningún otro país. El papa de Roma, que se define como periférico, está haciendo más gestos que ninguno anterior por convertir su organización en otra cosa, al menos de cara afuera. Que lo consiga o no esta por ver. Todavía tiene mucho que podar en su multinacional. Por lo que respecta a España convendría revisar nuestra relación religiosa. A fin de cuentas, en estos tiempos de recortes, la iglesia católica es la única que subvencionamos de manera total sin rebaja alguna; pagamos entre todos (incluidos los ateos) a sus profesores de religión, el mantenimiento de sus edificios religiosos, incluidos aquellos que no tienen culto, adelantamos el sueldo de sus empleados, ponemos a disposición de ella el Ministerio de Hacienda como si fuera una gestora que adelanta dineros, más allá de la cantidad de dinero que recaudan por impuestos. Y con esta lluvia no me extrañaría que declararan las procesiones zona catastrófica con derecho a subvenciones extraordinarias.

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